La historia se repite y el reparto de roles se parece demasiado. El PP de Madrid lleva siendo mucho tiempo la piedra en el zapato de la dirección nacional de turno. Le ocurrió a Mariano Rajoy con Esperanza Aguirre y su crudo enfrentamiento con Alberto Ruiz Gallardón, y le está pasando ahora a Pablo Casado con Isabel Díaz Ayuso. Hace justo una semana, en la reunión de la junta directiva madrileña en la que se abrió la caja de los truenos, Aguirre tomó la palabra. Y lo hizo para defender abiertamente la tesis de Isabel Díaz Ayuso de que el congreso regional debe celebrarse lo antes posible, como publica este domingo El Periódico de España

La presidenta de la Comunidad de Madrid tiene prisa por hacerse con el control de la organización en su autonomía, igual que su antecesora vio la oportunidad y decidió no perder un minuto.

El modelo de Ayuso es el de Aguirre: una ‘superbaronía’ que combine el poder institucional de la Comunidad (siendo Madrid una región concentradora de poder y actividad incomparable a ninguna otra comunidad) con el orgánico, consciente de que el PP madrileño es una palanca de poder muy relevante. Génova, con Teodoro García Egea a los mandos, insiste en recuperar el modelo de bicefalia (o más bien tricefalia) para que un dirigente se ocupe del partido y la presidenta y el alcalde de Madrid sigan con la gestión. Y este es el origen de una guerra interna que no tendrá un desenlace fácil.

Fue Aguirre la que entre 2004 y 2012 (año en el que se produjo su primera dimisión en la política madrileña, porque tres años después volvería como candidata al Ayuntamiento antes de irse definitivamente) logró imponer su doble presidencia. Y lideró el PP de Madrid coincidiendo con tres mayorías absolutas arrolladoras. Esa es “la normalidad” a la que se refiere Ayuso cuando pide a Génova que adelante el congreso y le deje proyectar el éxito de del 4-M al partido.

La cuestión es que en los planes de la dirección nacional siempre estuvo la de una ‘tercera vía’ para dirigir el PP de Madrid. Era el plan de Génova (hasta que Ayuso arrasó en las elecciones de mayo), basándose en el otro modelo que también existió dentro del PP hace años: Gallardón nunca presidió el partido a pesar de acumular dos mayorías absolutas en la Comunidad y otras dos en el consistorio de la capital. Eran tiempos de José María Aznar y al frente del partido, entre 1993 y 2004, estuvo Pío García Escudero. 

Todas las partes implicadas parecían convencidas de que el “equilibrio” logrado era positivo. Gallardón tenía su cuota de poder, igual que Álvarez del Manzano como alcalde. En la parte orgánica, Pío García Escudero representaba la voz de Aznar y Rodrigo Rato también veía contemplada la suya a través del entonces secretario general, Ricardo Romero de Tejada. Cuando en 2004 Rajoy llegó al poder y Aguirre ya se había hecho con su primera mayoría, decidió atacar el PP de Madrid. Las comparaciones son demasiado obvias con la situación actual.

Aguirre quiso, como ahora quiere Ayuso, romper con la excepción de la ausente baronía madrileña. Reclamaba el mismo derecho que tenían otros presidentes autonómicos en sus comunidades. La idea de la concentración de poder que llevó al modelo mixto y que Gallardón defendía es exactamente la misma que ahora exigen Casado y García Egea. La diferencia sustancial es que el papel del exalcalde lo ocupa dirección nacional porque el regidor actual, José Luis Martínez-Almeida, ha decidido guardar silencio. Sí reconoce que su modelo es el de la tercera vía (lo que implica no querer que Ayuso ocupe la presidencia), pero no entra en el cuerpo a cuerpo con la presidenta y evita a toda costa pronunciarse con tanta claridad.

En 2004 Aguirre y Gallardón se enfrentaron directamente, aunque el candidato para competir con la baronesa era la mano derecha del alcalde, Manuel Cobo, que sólo retiró su candidatura al congreso cuando supo que la lideresa arrasaría sin piedad. En el libro de la periodista Lucía Méndez, ‘Duelo de titanes’ (Espasa), se abordan detalles del todo relevantes de aquel momento. Y quien fuera número dos de Aguirre en aquel momento (luego presidente de la Comunidad), Ignacio González, relata el menosprecio que Gallardón tenía por su rival: “No podía creerse que Esperanza le llegara a hacer sombra. Una mujer a la que consideraba frívola e inconsistente”.

El exalcalde, que en aquel momento todavía era la gran marca del PP de Madrid, llegó a amenazar con no presentarse a la reelección de alcalde en 2007 si la dirección nacional no frenaba a Aguirre. Pero el fenómeno era imparable. Los alcaldes de casi todos los municipios y dirigentes de distintos niveles terminaron por militar en su lista. Hubo un intento de negociación para que Cobo se situara como secretario general en la candidatura de Aguirre. También suena demasiado parecido a las intentonas que se pretendían con Ayuso y Ana Camins, ahora secretaria general de la gestora con Pío García Escudero.

Ayuso tiene claro que quiere seguir los pasos de Aguirre, que no ha dejado de apoyarla un solo minuto. Lo hizo antes, durante y después del 4-M, y ya ha intervenido en muchas ocasiones para cargar contra la actual dirección general, calificando a sus actuales dirigentes de “niñatos” y “chiquilicuatres”. El objetivo de Ayuso es exactamente el mismo que se puso la presidenta autonómica de hace años, con la que comparte carácter en gran medida y las formas de hacer política. 

La madrileña ya ha dejado claro que peleará por la presidencia del PP de Madrid aunque tenga que enfrentarse, “y no le gustaría” dicen en su entorno, a Almeida. Sí sería la primera vez que realmente se enfrentaran una presidenta de la Comunidad y un alcalde de la capital en un congreso regional. Es el escenario que más temen en el partido porque las consecuencias y las heridas que dejará esa guerra son aún inimaginables. Se produciría justo un año antes de las elecciones autonómicas y municipales y, de ahí, que muchos en la formación nieguen que sea la única solución.

El pulso de 2004 lo ganó Aguirre, que puso de su parte a todos los sectores del PP de Madrid. Es la baza que ahora se guarda Génova, convencida de que Ayuso no tiene apoyos orgánicos ni peso territorial como para conseguir que los alcaldes se posicionen a su favor y se enfrenten a la dirección nacional. En Sol, sin embargo, confían en el ‘tsunami’ electoral en el que se convirtió la ‘lideresa’ el 4-M y pelearán día a día un adelanto del congreso. La piedra en el zapato de Casado, que va camino de convertirse en algo mucho peor.