El 4 de mayo pasará a la historia de la política por dos cosas: por la constatación de que Madrid se ha rendido al ayusismo (65 escaños), un nuevo fenómeno político que ha dado que votar y que, a partir de ahora, dará mucho (más) de lo que hablar. Y y por la dimisión, esperada pero chocante, de Pablo Iglesias. Vamos por partes. Lo de Ayuso... su resultado no ha sido un espaldarazo directo al PP –aunque evidentemente insufla vitaminas a unas siglas debilitadas-. Tampoco lo son exactamente a Isabel Díaz Ayuso, la candidata popular que ya probó suerte en las urnas en 2019 con un resultado bastante modesto, pese a que logró gobernar con Ciudadanos. Son el abrazo de una enorme parte de los madrileños a un peculiar estilo de defender el ideario de la derecha desde un populismo cañí, con desparpajo en las formas y ultraliberalismo en el fondo que no solo ha atraído a seguidores de Vox. También a simpatizantes del PSOE, a juzgar por los números que arroja una extraña y pandémica noche electoral ‘a la madrileña’.

Jornada de éxito para Ayuso, que puede mirar por encima del hombro a la ultraderecha, aunque tenga que entenderse mínimamente con ella para tener mayoría absoluta. Día de sonrisas para Pablo Casado, que cree haber encontrado un revulsivo, al menos de momento, para su fluctuante PP nacional. Y catarsis en la izquierda, después de que Iglesias haya decidido abandonar, tirar la toalla, dejar todos sus cargos y ceder el bastón de mando a liderazgos "femeninos", en alusión a Yolanda Díaz, a quien vislumbra a los mandos del partido morado. "Soy consciente de que me he convertido en un chivo expiatorio para la derecha y la ultraderecha". "No contribuyo a ganar", sentenció Iglesias.

Hubo más ingredientes en este cocido de sufragios. Ahí van. Fracaso del socialista Ángel Gabilondo (24 escaños, 13 menos que hace dos años) y de aquellos que le han forzado en esta campaña a abandonar su figura de hombre soso, serio y formal para subirse, improvisando y visiblemente desubicado, a la montaña rusa de la polarización y la gresca a raíz de la aparición de las amenazas de muerte a políticos. Momento fúnebre para los naranjas, que desaparecen de la Asamblea fagocitados por la líder popular, que no los soporta, y dejando el proyecto de Inés Arrimadas en coma profundo. Camino dulce y prometedor, aunque insuficiente, para Mónica García, la nueva jefa de la oposición y candidata-revelación de Más Madrid que ha seducido con su naturalidad a una parte de izquierda desencantada, empatando a 24 escaños con los socialistas pero ganándole en votos. Horas tensas para los ultras (13 sillones, uno más), que mantienen apoyos pero pierden influencia.

¿Oportunidad para Casado?

Esas son las principales conclusiones de urgencia de un martes electoral, laborable por cierto, que batió récord de participación ante unas urnas a las que hubo que acudir cumpliendo estrictas medidas anticovid. En esas urnas se sembró un resultado que servirá para dos años -en 2023 tendrá que haber elecciones de nuevo- pero también algunas pistas de por dónde irá la política nacional en las próximas semanas: Casado, que vivió con incertidumbre el tsunami que supuso el intento de moción de censura en Murcia, y que lo superó utilizando polémicos atajos como ofrecer dinero público a tránsfugas para salvar su gobierno autonómico, tiene un argumentario nuevo. Se lo ha dado el 4-M. Y Ayuso, al tener un gran resultado sin tener que depender de demasiados escaños de Vox.

"Hoy Madrid ha hecho una moción de censura al 'sanchismo', a sus pactos con Bildu, con los independentistas, con Podemos [...]- Hoy Madrid es el kilómetro 0 del cambio. Es un punto de inflexión. Uniendo al constitucionalismo se puede ganar al 'sanchismo'. Hay partido, hay futuro, hay esperanza. Hoy la libertad ha ganado en Madrid, pero mañana lo hará en toda España", dijo Casado desde el balcón de Génova, esa sede que pretende vender para intentar deshacerse del recuerdo de la corrupción, ese fantasma que persigue al PP pero que Ayuso ha logrado silenciar en la crispadísima campaña que se acaban de meter entre pecho y espalda los madrileños.

Sacudida a la diestra

Y si a la derecha se le puede abrir un nuevo panorama por delante, a la izquierda le nace la obligación de resetearse. En Madrid, seguro: nadie en el PSOE apuesta por Gabilondo como candidato de futuro. Ni siquiera está claro si le pedirán el sacrificio de que aguante los 24 meses que tiene por delante de oposición, que ya no liderará. Se ha señalado desde Moncloa a la actual ministra de Industria, Reyes Maroto, como potencial sucesora. Se verá. Más claro está en Podemos, donde Iglesias abre la puerta... y la cruza. Toca decidir si continúa Isa Serra al frente del grupo parlamentario madrileño o si se apuesta por otras posibilidades. Y a nivel nacional, también toca mambo morado: el líder insiste en que la actual vicepresidenta de Trabajo, Yolanda Díaz, es la persona que debería tomar el testigo. Pero ella ha venido diciendo en las últimas semanas que, como poco, le gustaría decidir por sí misma. Todo un mensaje para a alguien a quien ya le costó aceptar ser ministra. Y a quien no le gusta que le impongan.