Las eminencias que han decidido que la vacuna de AstraZeneca solo es aconsejable para las personas o víctimas comprendidas entre las edades de 60 a 65 años, pretenden con tal minuciosidad que saben más del preparado en cuestión que sus propios creadores. Se ignoran los ensayos clínicos que comparan los resultados de esa franja de edades con el resto, se desconoce si los sensacionales expertos distinguirían a una persona de 64 años de otra de 66. Y mucho menos si a la vista de un hígado o de un cerebro, por citar al gran ausente en esta farsa, sabrían acomodarlo en la salvedad a un preparado que desaconsejan en otros tramos.

En esta mágica decisión tampoco queda claro por qué AstraZeneca solo es válida de 60 a 65, pero no de 60 a 66, o de 58 a 63. Se desconocía la existencia de medicamentos con tal precisión, las ciencias adelantan que es una barbaridad. Ya resulta arriesgado fijar topes arbitrarios de 60 a 80, así que pretender el control de un segmento de cinco años se adentraría en lo cómico si no se jugara con vidas humanas. Con todo, seguro que los expertos se han retenido, porque deseaban concentrar más su veredicto en la primera vacuna que solo es apropiada para los nacidos el 12 de febrero de 1958.

Con un excelente dominio del castellano, los artistas del 60 a 65 han pensado que si detienen la tromba, evitan el trombo. Su ventana supera en capricho al "más ventajas que inconvenientes" aducido por la Agencia Europea del Medicamento, no tanto para autorizar AstraZeneca como para lavarse las manos cuando lleguen los pleitos. La existencia de más virtudes que defectos es un argumento que un buen abogado puede defender en cualquier vicisitud humana, incluido el fallecimiento de su cliente. Sin citarlo por superstición, los políticos implicados tienen muy presente a Laurent Fabius, el primer ministro francés a punto de ser juzgado por autorizar transfusiones de sangre contaminada del virus del sida.