En las facultades de Periodismo se contaba a menudo la anécdota del arzobispo de Canterbury. Con pinta de fabulada en exceso y en apariencia adornada conforme han trascurrido los años, dice la historia que en 1905, el jefe de la Iglesia anglicana comenzó en Nueva York un periplo por Estados Unidos y que, nada más desembarcar, los periodistas le abordaron de la siguiente manera:

- Eminencia, ¿qué opina de la proliferación de burdeles en el Este de Manhattan?

- ¿Hay burdeles en Manhattan? -respondió el prelado entre interrogaciones.

Al día siguiente, un periódico tituló: "El arzobispo de Canterbury pregunta si hay burdeles en Manhattan".

La historia servía para inculcar a los aspirantes a periodistas los peligros de la manipulación y la facilidad con que puede traspasarse la línea roja que separa la información de la tergiversación y, de paso, desviar la atención sobre los asuntos que de verdad importan. Tan paralelos han discurrido los senderos del periodismo y de la política que la moraleja del arzobispo saltó inevitablemente de la tinta de los diarios al discurso de los representantes públicos, hasta llegar a nuestros días y a nuestra democracia, tan alimentada del lenguaje prostibulario que nutre el relato de la clase dirigente y de no pocos productos pseudoinformativos al servicio del partido de turno.

Recuerden este titular porque de esto va la cosa: "Salvador Illa niega haberse puesto la vacuna". Como consecuencia de la campaña electoral de Cataluña, uno de los estercoleros informativos del independentismo sugería con motivo del primer debate entre candidatos que el aspirante del PSC a la Generalitat y exministro Salvador Illa se había negado a hacerse la prueba del covid ante el temor de que el resultado fuera positivo por haberse vacunado previamente. La historia creció de forma endiablada. El líder de ERC, Oriol Junqueras, echó queroseno al fuego al preguntar "si [Illa] aprovechó su cargo de ministro para vacunarse, como hizo la cúpula militar española". El presidente del Partido Popular, Pablo Casado, que pasará a la historia como ideólogo del oportunismo tonto, compró el discurso a Junqueras y exprimió el argumento hasta convertirse en portada de un diario de derechas.

Con la mecha ya encendida, la supuesta vacunación del candidato del PSC ha marcado los minutos de la basura de la campaña electoral hasta obligar al ex ministro a dar explicaciones. "No me he vacunado", aseguró. El mismo día en los digitales y al día siguiente en las ediciones de papel, el titular se escribió solo. O no tan solo: "Salvador Illa niega haberse puesto la vacuna". O lo que viene a ser lo mismo: "El arzobispo de Canterbury pregunta si hay burdeles en Manhattan". La sombra de duda y de sospecha y el reconocimiento velado de un hecho no verificado se convirtieron en noticia sin posible retorno. Si el arzobispo preguntaba por los burdeles de Nueva York es porque quería irse de putas, y si el ministro negaba la mayor era porque se había vacunado. En consecuencia, los papeles de Bárcenas han pasado a un segundo plano y la desastrosa gestión del independentismo catalán al mando de Cataluña, también. Sigamos colgando banderas en las fachadas de Barcelona y Madrid, que en esta última, además, lo subvencionan. De la pandemia y de la economía ya se hablará otro día.

Veinte años después de su estreno, me he puesto a ver "El ala oeste", la serie de Aaron Sorkin donde se explica al milímetro la política estadounidense antes del trumpismo. Aseguran los politólogos que se acerca bastante a la concepción de la política que se tenía en Estados Unidos con anterioridad a la elección del empresario como presidente. En medio de una campaña electoral, un asesor aconseja al candidato demócrata que se centre en los líos de faldas de otro aspirante del mismo partido con el que se juega la designación. El candidato se niega y le dice al asesor que va a poner el foco en lo que de verdad importa a los electores: el seguro médico y el empleo de las clases más desfavorecidas. Como dijo Vargas Llosa, en qué momento se jodió el Perú, en qué momento nuestra clase dirigente eligió centrar el debate en la vaporosa ligereza de hechos no verificables antes que en la sanidad, la economía, el desempleo o el bienestar social. En qué momento decidieron que lo que les venía bien a sus intereses debía despertar igual atención en la ciudadanía y en qué momento el periodismo resolvió abandonarse a la trampa. A todo esto, nunca supimos si el arzobispo de Canterbury visitó el Este de Manhattan. La curia, esta sí, es más de vacunarse antes de tiempo.