La casa de la abuela de Francina está en silencio. Es un silencio triste, raro, como el silencio de antes de las tormentas. Porque aquí todavía no han podido romper a llorar por ella. Todavía no se hacen a la idea de que su pequeña, la "sonrisa viviente" como la definen, se haya ido. Tenía 12 años y fue la Covid-19 quien logró apagar su sonrisa.

"Mientras sigamos hablando de ellos, no se mueren del todo". Lo dice Ruth, la madre de Francina que junto a su marido Elías, ha querido contar el peor mes de su peor año para que la historia de la muerte de su hija llegue, remueva, ayude, pero sobre todo conciencia sobre lo que es la enfermedad, sus consecuencias y la necesidad de protegerse y "proteger a los nuestros" porque Francina "había superado una operación a corazón abierto siendo bebé, cuatro cateterismos, neumonías, gripes.... porque era una luchadora, pero no ha podido con esto".

La pequeña Francina nació con el síndrome de Mowat Wilson, un puñado de anomalías congénitas que la hacían estar en el saco del colectivo de mayor riesgo frente a la pandemia por la delicada situación de su corazón y de sus pulmones.

"Los niños con este síndrome nacen con los órganos como no acabados, sin madurar. Francina tenía retraso intelectual, autismo, atonía, epilepsia...", pero lo que a nivel sanitario más marcaba a la pequeña eran sus problemas de corazón, "muy importantes, y una hipoplasia pulmonar. Sus pulmones funcionaban al 20 y al 60 %. Sabíamos que tenían fecha de caducidad", explica Ruth.

Con estas cartas que la caprichosa genética había querido repartir, en la familia de Francina estaban acostumbrados a mirar a la muerte de cerca.

Pulso con la muerte

"Ella llevaba un pulso con la muerte desde que nació y puede que yo, por todo eso, ya lleve la mitad del duelo hecho por mi hija", reconoce Ruth que se niega, sin embargo a darle la razón a quien dice que solo los mayores o los más vulnerables son los que están sucumbiendo a la pandemia.

"Sí, mi hija tenía muchas patologías previas pero que la gente entienda que de esto no solo están muriendo los mayores de 90 años, que hay gente joven con o sin patologías que también ha muerto o que lo están pasando mal". Ese es el objetivo de Ruth: contar lo que les ha pasado para que se entienda que al dolor de perder a una hija se le une el dolor por haberla perdido así. "Desde que nació vivíamos pensando que se podía morir cualquier día, pero morir por la covid no es lo mismo. Es la soledad absoluta".

El aislamiento que se impone a los enfermos de Covid-19 desde el momento que entran por la puerta de un hospital genera una sensación de irrealidad en la familia que los padres de Francina todavía no han podido disipar. No puedes estar cerca del enfermo, guardar su cama noche tras noche, ni siquiera despedirte en los últimos momentos con un beso y un adiós.

Solo te queda recibir el parte diario de su evolución en la UCI a través de una llamada diaria y despedirte de un cuerpo ya frío cuando el final es irremediable enfundado en un equipo de protección especial EPI y sin poder abrazarte a tus seres queridos. La soledad más absoluta.

Sin poder decir adiós

La pequeña empezó a tener fiebre el viernes 6 de noviembre después de que una compañera de su colegio diera positivo. "Alargamos el confinamiento todo lo que pudimos porque teníamos un miedo atroz y sabíamos que si lo cogía podría no contarlo. Pero llegó septiembre y tuvimos que hacer de tripas corazón: en casa no aguantaba y para Francina ir al colegio era la felicidad absoluta".

La fiebre siguió y cuatro días después la niña tuvo que ingresar de urgencia en el hospital de Sagunt. "Mi hija salió de casa el día 10 de noviembre camino del hospital de Sagunt y yo no pude ir con ella porque también había dado positivo", cuenta Ruth. Fue la última vez que la vio con vida. Su padre Elías sí la pudo acompañar los dos días que estuvo en planta cuando sus pulmones aún estaban limpios. Pero su estado empeoró y en cuestión de 48 horas, la pequeña fue trasladada a la UCI del Hospital La Fe.

Entró sin sus padres y sin sus padres se fue, porque en los días que duró su lucha no pudieron ni verla. Nueve días después de entrar en la UCI, 13 desde que su madre la abrazó por última vez, 17 desde que empezaron los síntomas, llegó la llamada que nadie querría haber recibido de un equipo de profesionales a los que la muerte de la pequeña también tocó.

"La sensación que te queda es de que no ha pasado porque no has podido estar ahí. No te has podido despedir, la caja está cerrada en el funeral... cuesta tanto empezar así un duelo". Es esa soledad, esa crudeza de cómo ha sido el último viaje de Francina la que ha movido a sus padres, apenas dos semanas después de su muerte a contar por lo que han pasado, para que la historia de la pequeña sirva de algo.

"Me cuesta creer que no está en el cole o en un campamento y que no vaya a volverla a ver. Quiero que este dolor que sentimos sirva para algo, para que la gente entienda que esto no es una gripe, que es muy real y para pedir que la gente se cuide, lo haga de verdad, sobre todo de cara a las Navidades, porque por covid no solo se están muriendo los mayores".

Al menos dos muertes en la franja de los 10 a los 19 años

La Conselleria de Sanidad ofrece a diario el detalle de qué edades tenían las personas que no han podido superar la Covid-19 en esta pandemia, 2.550 valencianos según cifras "oficiales". A 13 de noviembre, diez días antes de la muerte de Francina, Sanidad notificaba al menos la muerte de una joven de entre 10 a 19 años. A día de hoy, el deceso de Francina no está todavía reflejado en esa gráfica en la que sí aparece el deceso de dos personas de entre 20 a 29 años y el de 9 de entre 30 y 39 años.