No hace tantos años, es decir, antes de Twitter y del "procés", la actividad político-mediática se reiniciaba tras el verano en el espacio comprendido entre dos puentes, el de la Diada y el de la Mercè. Incluso se tiraba del glamuroso término de "rentrée", tras el desierto informativo de agosto, para definirlo. Un lapso de apenas 10 días en el que, ahora, Joaquim Torra tiene ante sí también dos puentes. Uno judicial y el otro político, y que en función de cómo los cruce tendrá una salida u otra de la Generalitat y se abrirá un escenario u otro en la política catalana.

El próximo jueves, el president acudirá a la vista en el Tribunal Supremo sobre su recurso a la sentencia del TSJC por la que le inhabilita durante 18 meses de cargo público por haber desobedecido, en primera instancia, aunque luego rectificó, el mandato de la Junta Electoral Central de no colgar, en la campaña de las generales de abril del 2019, pancartas alusivas a los presos independentistas.

El fallo contrario a Torra del Supremo parece garantizado, aunque sea porque el propio acusado reconoció los hechos durante el juicio. La única duda es conocer cuándo se pronunciará el Alto Tribunal y, por tanto, cuándo Torra quedará inhabilitado.

La resaca de la Diada, en la trinchera independentista, se centró en la apelación de las entidades soberanistas a JxC y ERC para que se pongan de acuerdo y dibujen una estrategia conjunta. ERC, vía Pere Aragonès, dijo ayer estar de acuerdo con la ANC y Òmnium, pero que el primer paso debería ser consensuar una respuesta al fallo inhabilitador del Supremo, algo a lo que Torra se opone.

No es que ERC desee que el president convoque ya los comicios, por mil razones, entre ellas porque es difícil, para todos, trabajar en un Govern escindido y en guerra abierta. Desea sobre todo evitarse nuevas dosis de acciones simbólicas de los posconvergentes encaminadas, sobre todo, a dejar en evidencia a los republicanos ante el electorado más nacionalista. El que, según las encuestas, oscila entre Esquerra y el "puigdemontismo".

"Una vez inhabilitado, ¿podrá entrar en el Palau de la Generalitat? Por supuesto. Incluso puede tener un despacho ahí, como expresident", apunta una voz republicana que señala los dos puntos de fricción que se acercan. "No podrá, eso sí, entrar en la sala del Consejo Ejecutivo ni podrá firmar decretos", subraya esta voz, que recuerda también que el garante de la legalidad es el secretario del Govern, que depende de la Consejería de Presidència, en manos de JxC.

Segundo escenario

El segundo escenario de la fricción es recurrente: el Parlament. Torra ya no es diputado, porque el presidente de la Cámara, Roger Torrent, ejecutó la orden de inhabilitación dictada por la justicia, lo que, de hecho, causó el enfado de Torra y su voluntad declarada de convocar elecciones anticipadamente. Ya sin ostentar el cargo de president, se supone que Torra no podrá sentarse en el escaño y se le invitará a tomar asiento en la tribuna de invitados.

Un Torra que ha afirmado que no desea ser un presidente "simbólico". Y que desea una salida digna, en el modo que alguien que tanto tiene en mente cómo pasar a la historia, puede entenderlo. El president siempre se ha definido como activista, más que como político.

Pero no acaba aquí la odisea judicial de Torra. Como las elecciones de abril se repitieron en noviembre, el president también desobedeció de nuevo el plazo de 48 horas para retirar una nueva pancarta. El día 23 asistirá como investigado a este segundo juicio.

La vista del día 17 actuará también de puente entre los dos días del debate de política general a celebrar en el Parlament, el miércoles y el viernes, cuando se votarán las resoluciones.

Este puede ser el último gran debate de Torra como president. Y su Govern y su grupo parlamentario viven en un estado de abierta división. En el Ejecutivo, con ERC. En JxC, con los miembros del PDeCAT que ya hasta votan distinto que el resto del grupo parlamentario, como sucedió con la ley de regulación de los alquileres.

Para mañana se espera el pronunciamiento sobre el cisma de un Artur Mas que ha renunciado a irse con Puigdemont. O despeja el puente o añade más piedras al camino de Torra.