Pedro Sánchez exhibe un bronceado irregular, en sintonía con el abordaje asimétrico que propone para la pandemia que "vuelve a adueñarse de nuestras vidas". Cada autonomía debe hallar sus propias soluciones, incluido el estado (¿región?) de alarma con respaldo estatal, una tentación irresistible para Quim Torra. El oscurecimiento del cutis presidencial también le sirve de camuflaje para constatar que bajo ningún concepto prevé un nuevo encierro, el confinamiento es tabú. Su aparente determinación es en realidad un freno a las soluciones maximalistas, que la economía española no se puede permitir.

Aunque derrama miles de millones sobre las regiones, Sánchez transmite solapadamente que hemos enfermado por encima de nuestras posibilidades. De ahí que decrete el estado de "alerta", un simulacro que sintetiza alarma y "serenidad". La diseminación regional de la imposición de restricciones no es opcional, pretende combatir las crecientes zancadillas judiciales a las limitaciones arbitrarias de las libertades esenciales.

En la tónica de pensar lo contrario de lo que dice, Sánchez compensa su oda al sistema autonómico "cuasifederal" con una militarización de la guerra del coronavirus. Al ofrecer dos mil rastreadores del ejército a las distintas regiones que "están teniendo problemas para hacer frente" a la pandemia, La Moncloa crea una UME sanitaria que completa la Unidad Militar de Emergencias de Zapatero. El presidente también elogia la aplicación del Radar COVID, pero con la tibieza de quien no entiende las entrañas del engendro.

Al anunciar sin cláusulas de conciencia que "las puertas de los colegios deben abrirse", Sánchez sabe que se ha echado encima a los docentes, pero desde la convicción de que tiene a su lado a la mayoría de padres saturados de conciliación forzosa. Conviene que adiestre a militares para garantizar la paz en las aulas, dado el entorno guerracivilista de la apertura de curso.

Al igual que en cada momento decisivo de su carrera, Sánchez fía su futuro a la fortuna. Aparenta dureza para evitar los compromisos radicales de marzo, se muestra persuasivo al constatar que ni entiende lo que está pasando ni sabe muy bien cómo resolver la afinidad de su país por la desgracia epidemiológica. Parafraseando a Gil de Biedma, "De todas las pandemias mundiales la más triste sin duda es la de España, porque termina mal".

Sánchez combina una exquisita educación con arrebatos monárquicos, "el Gobierno y yo" o "desde el primer día les dije a los ministros". Solo le flaquea su notable autoconfianza al reclamar descreído una pacificación de la liza "partidaria", porque "el enemigo es la covid". Incluso reclama el apoyo patriótico a los Presupuestos.

La receta de Sánchez reposa en la tenue esperanza de derrotar a la enfermedad anímicamente, porque "conocemos mejor al virus". Por desgracia, los rebrotes en masa demuestran que el virus también nos conoce mejor. A falta de saber si "salimos más fuertes", según recordaban los cartelones en la escenografía de la comparecencia presidencial, queda claro que "entramos más fuertes".