La política de siempre y la crisis sanitaria siguen trayectorias inversas. Mientras se extiende la sensación de alivio progresivo del confinamiento ciudadano, la tensión partidista se intensifica en el incierto momento de ir buscando la salida.

Casado anuncia que no respaldará una nueva prórroga del estado de alarma sin llegar a decir que votará en su contra, lo que anticipa una probable abstención. Entre el voto favorable del PP de hace quince días y un rechazo mañana media demasiada distancia para salvarla de un solo salto sin que peligre la integridad del artista.

Incluso con un "no" popular, el Gobierno estaría en disposición de recurrir al PNV y a Ciudadanos, con los que ya hay acercamientos, para garantizar la continuidad del estado de alarma. Pero antes de ponerse en ese escenario, la salida de urgencia que se reserva, el Gobierno realizó ayer un intenso bombardeo preventivo sobre Casado.

Frente al "no hay alternativa" de Sánchez, el líder del PP se presenta como "el plan B" para el país. Sabe, sin embargo, que la aparente ventana de oportunidad para sus aspiraciones ejecutivas que ofrece un Gobierno alumbrado con apoyos justos y debilitado por la presión de una crisis inédita es solo un trampantojo. Casado puede dejar en evidencia algo que ya sabemos, la precaria soledad del Ejecutivo, pero carece de fuerza propia y capacidad de sumar para presentarse como recambio, por más que lo jaleen los suyos.

Aunque el peso político de afrontar la pandemia recae sobre otros, el PP se muestra incómodo desde el estallido de la emergencia por dos razones. La primera tiene que ver con el reducido mundo de las estrategias publicitarias y el abuso mediático presidencial. El PP mide esa presencia al peso y sin descontar los evidentes errores de la Moncloa en la manera de presentarse ante la ciudadanía. De ahí ese empeño en contrarrestar con lo que ya toma apariencia de precampaña las plúmbeas comparecencias de Sánchez.

La segunda razón de la inquietud de los populares tiene mayor trasfondo ideológico: un escenario económico muy intervencionista , consecuencia de una batería de medidas paliativas, algo nada llevadero para este PP que afila su ala más liberal. Casado acusa la presión de sectores que quieren otro ritmo de salida del confinamiento. Días atrás defendió la necesidad de agilizar la reactivación, aunque su elusión de las preguntas de los periodista durante estas semanas, impide matizar si, como todo apunta, está proponiendo acortar los plazos de una desescalada que todavía se prolongará al menos dos meses.

Las inquietudes del líder del PP coinciden con la recuperación del horizonte electoral en el País Vasco y Galicia. El PNV quiere evitar a toda costa una llamada a las urnas suspendidas con otro confinamiento social de fondo, esta vez el que impone una economía contraída. En Galicia, Alberto Núñez Feijóo parece presa de las mismas urgencias electorales, después de rechazar que estuvieran en su agenda del corto plazo. Ambos comicios requieren un contexto distinto del estado de alarma y la emergencia sanitaria, por lo que el lendakari y el presidente gallego son ahora dos más a presionar para dejar atrás el soporte jurídico de 50 días de restricciones.