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La resolución judicial sobre la intentona independentista

La tensión vuela por los aires en Barcelona

Las marchas para colapsar el aeropuerto y las cargas policiales marcan la agenda de las movilizaciones mientras la ciudad vive una jornada de relativa tranquilidad

Mossos desalojan a un grupo de activistas en el aeropuerto. // Efe

Por los pelos. El aeropuerto de El Prat era ayer a las once de la mañana un lugar sin noticias tras la gran noticia, tras el notición de la sentencia que todo el mundo conocía desde días antes. La movilización era aún una amenaza en ciernes y los viajeros se encontraron con un paisaje antes de la batalla sin sobresaltos. A ver lo que pillamos por carretera: resumen de comentarios. Paso a paso, sin plazos: la carretera tampoco ofrecía signos de atmósfera revolucionaria. Incluso el tráfico era más fluido de lo habitual, según el conductor del autobús que transportaba a un grupo de periodistas al fallo del premio Planeta. Una redactora de una emisora de radio se sentó junto al conductor dispuesta a inflamar las ondas.

-Calma tensa, el ambiente parece presagiar una jornada muy agitada?

(En realidad la tensión solo la provocó un ejecutivo montado en un patinete eléctrico que casi arrolló a una madre con carrito de bebé y que por los pelos se libró).

-Para todos nuestros oyentes, ¿cómo ve la situación?

-Tranquila -respondió el hombre tranquilo.

Si alguien aterrizara ayer en Barcelona y esperase prolegómenos de una Beirut transportada en el tiempo se habría llevado un chasco. Mientras las nubes comenzaban a hacerse fuertes, los únicos indicios de alboroto llegaban por los atascos de duración creciente y por la abundancia de cabezas cercanas consultando vídeos y redes sociales.

-Estoy en un grupo de Telegram y están mandando a todo el mundo al aeropuerto -anunciaba una estudiante alojada en una parada de autobús junto a cuatro compañeras que compartían información.

-Le han dado a una mujer que llevaba una bandera española -comentaba otra, sin que nadie dictara sentencia sobre esa agresión.

Las horas iban cayendo y con ellas llegaban las primeras señales de tráfico cortado, marchas hacia el aeropuerto, rumores de cargas policiales y enfrentamientos entre viajeros que veían cómo el tiempo se les echaba encima y ellos seguían abajo. La táctica empezaba a estar clara: intentar que nadie aterrizase para hacer volar la protesta lo más alto posible. A un grupo de turistas japoneses no parecía importarles demasiado el ambiente. Cuando una ambulancia pasó a toda velocidad por la calle, tres se juntaron y un cuarto les hizo una foto justo cuando el vehículo entraba en el cuadro. Precisión nipona.

-Mira -vaticina un veterano periodista local- esto va a ser como siempre, hoy y mañana mucho ruido, todos se desahogan y luego a casa pensando que han hecho la revolución. Como cuando vas al campo de fútbol a desahogarte.

-Dios te oiga -terció una periodista madrileña- no tengo ganas de ir andando al aeropuerto el miércoles.

-Para qué montan tanto pollo, si en Navidades los presos van a estar bebiendo cava en sus casas -pronosticaba una compañera gallega.

-Y mientras tanto, Puigdemont llamando a la movilización desde su mansión belga -atizaba el fuego un periodista también gallego.

En serio o no, las noticias frescas van calentando los móviles.

-¡Pero si lo están anunciando por el móvil todo! -se indignaba un periodista que no dudaba en calificar las protestas como un sucedáneo de la guerra de Gila. Oiga, ¿es el enemigo?

Confusión y retrasos, muchos retrasos. Aglomeraciones en las estaciones de Renfe, planes de estudio en las paradas de taxis entre conductores que se consultan rutas y clientes que las pasan canutas con sus maletas de ruedas aturdidas. Barcelona es un gigantesco interrogante y una apuesta por los rodeos: taxis que buscan alternativas, autobuses que descartan las zonas calientes. El colapso es de paso: rumbo al aeropuerto. Dos adolescentes con capa de estelada caminan con paso festivo y una bolsa de superbien llena en busca de corrientes en las que sumergirse. Los móviles echan más humo que unas barricadas que hoy no se presentan: Gran Vía, Ronda Literal, avenida Diagonal (una parte), el paseo de Gracia, ronda Guinardó, ronda Dalt? Las líneas de autobuses se cuentan por cortes y los tranvías hacen lo que pueden mientras los dejan. Un momento: esos dos taxistas no parecen muy preocupados mientras esperan clientes.

-Messi está acabado -sentencia uno a la vista del proceso futbolístico que lleva el astro argentino esta temporada.

A su compañero le suena el móvil con un tono de sirena de policía y media calle se vuelve hacia él.

Porque no hay urgencias acústicas. Si el nivel de una protesta popular se mide por el volumen de las sirenas, de momento Barcelona vive horas mansas en gran parte de su territorio.

Una sensata periodista catalana que no va con unos ni con otros se toma un café con hielo en una terraza mientras consulta las noticias en su móvil a velocidad de vértigo.

-Lo que buscan es internacionalizar el conflicto invadiendo el aeropuerto. La policía no va a cargar con mucha fuerza corriendo el riesgo de herir a extranjeros, que llevan todos móviles. Inundar las redes de vídeos con turistas heridos y policías con la porra en la mano sería una derrota en temas de imagen tan grande como la de Rajoy con las cargas a la gente que quería votar.

Agita el vaso con el hielo y chasquea la lengua.

-En fin, una mierda todo.

-Los que no somos independentistas no tenemos derecho a trabajar -se quejaba una mujer a una amiga sin saber que la estamos escuchando. En una cafetería, un televisor retransmitía escenas de la tensión en El Prat y también de Puigdemont llamando a reaccionar desde su refugio dorado, sin desflequillarse. Silencio en la sala. Carreras. Porrazos. Banderas que caen, fugitivos que ruedan con sus móviles. Tensión en 4K. No hay comentarios en los telespectadores: cualquiera sabe a quién tienes al lado, quizá el que come un pincho de tortilla es del Tsunamic Democratic, o así. Solo una mujer que toma un mosto a sorbitos junto a un niño enganchado al móvil se atreve a hablar.

-Mañana viene mi hija desde Londres.

Y el miedo le hace temblar la voz.

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