Las ciudades volvieron a funcionar como maquetas a escala del clima político. Las siete capitales de Galicia reprodujeron las tendencias que venían de Madrid y catapultaron al PSdeG a un triunfo inédito sobre el PPdeG, dueño y señor de la mayoría de pugnas electorales celebradas en la Comunidad. En todas los socialistas desplazaron del trono a los populares y sirvieron en bandeja el goloso argumento de que las municipales, dentro de un mes, se dejarán contaminar por lo sucedido el 28-A.

"Las elecciones marcan un nuevo tiempo político en Galicia", se apresuró a declarar Gonzalo Caballero en la noche del domingo, pero en la sala de máquinas del PPdeG, y en algunos de sus grandes bastiones urbanos y provinciales, hay mezcla de calma, autocrítica y ganas de revancha. "Los resultados no son comparables; la gente sabe distinguir", se escuchaba ayer en la cúpula autonómica. "Terminamos una nueva etapa, ahora empieza la siguiente", emplazaban en una de las cuatro baronías.

Lo cierto es que la tendencia de los populares no da para grandes complacencias. El partido de Alberto Núñez Feijóo se ha dejado desde el 2015 la mitad de su capital electoral en las ciudades, un 35,5% si se compara con las últimas generales de 2016 al pasar de los 203.000 votos de entonces a los 131.000 del domingo.

Las peores noticias llegaron por A Coruña -quince puntos y casi 20.000 sufragios menos- o Vigo, donde un descalabro similar desplazó al partido al tercer lugar, tras haber sido el más votado hace tres años. En Ourense y Lugo, la escalada de Ciudadanos a la tercera plaza aprieta pero no asusta: la formación está convencida de que la entrada en liza de organizaciones locales (como Democracia Ourensana en la capital de As Burgas) puede hacer variar los pronósticos, por lo que desactivan cualquier conjetura salida del 28-A. En las locales -creen- siguen dominando los proyectos personales por encima de las sigas. "Se vota a la persona", dice el refranero electoral.

De ahí la prudencia. Algunos dirigentes advierten que el efecto luna de miel que ahora vive el socialismo se puede acidificar cuando se instalen las urnas municipales, como les pasó a algunos cuando en 2011 se quedaron a las puertas de conquistar un bastón de mando y después vieron a Rajoy arrasar. Cuatro años más tarde, la incursión de Ciudadanos en la arena local no fue suficiente para servir de muleta al PP. Aquel fue la precuela de un discurso, el del voto útil, que reverbera hoy con mucha fuerza.

Entonces las mareas no habían nacido. Su despunte ocurrió en 2015, primero con la conquista de las alcaldías de A Coruña, Santiago y Pontevedra, y después con la irrupción de Podemos en el Congreso. Pero de aquel colchón electoral en las ciudades quedan solo dos tercios y un espacio fragmentado. En las últimas generales, cuando En Marea era un todo unido, los rupturistas recogieron en 147.329 votos en las siete capitales, a mucha distancia de los 95.161 del domingo con los que hubo de conformarse En Común-Unidas Podemos. En sus feudos coruñeses -los lugares donde se juegan revalidar la alcaldía en mayo- el descenso tampoco se vio amortiguado, con una sangría del 34,1% de voto.

La pregunta es adónde fueron a parar la fuga de esas papeletas, y la respuesta abre varias posibilidades. La subida de 75.000 sufragios del PSdeG se produjo probablemente a costa de la pérdida de los 52.000 En Común-Unidas Podemos. ¿Y los demás? Ante un BNG que dobló la cosecha de votos en las ciudades solo cabe atribuírselo a la movilización masiva de la izquierda, y a su desembarco en el socialismo. Sin embargo, el PSdeG no logró igualar los 261.000 votos obtenidos en las ciudades en el año 2008.

Así lo refleja también la diferencia entre los bloques. La izquierda obtuvo 100.000 votos más que una derecha fragmentada, en la que prácticamente la mitad de los votos totales de Ciudadanos vino de las ciudades. En Vox fue un tercio, con Ferrol y A Coruña como principales puntas de lanza.