Un político brama en el mitin que retrata la vieja viñeta de Forges. "¡O nosotros, o el caos?!", y la concurrencia responde: "¡El caos!". La escena es humor gráfico dibujado en 2015, pero cuatro años después mantiene el sentido. El camino que hoy desemboca en las urnas de las decimocuartas elecciones generales desde 1977 viene del miedo y va hacia la incertidumbre. En esta campaña polarizada, crispada hasta el extremo y articulada alrededor dos bloques como nunca desde la ruptura del imperio del bipartidismo, todos han pedido el voto bajo amenaza de caos. Y a los ojos de los dos bloques, pase lo que pase hoy, muchos electores van a elegir el caos. En cualquiera de sus versiones. La temporada de mítines, abrazos y apretones de manos deja un residuo de guerra dialéctica librada mirando siempre de reojo al adversario. A un lado se oye que viene la ultraderecha; al otro, que se rompe España. Han ampliado el derecho al voto llamando a ejercerlo también, o más que nunca, como un derecho de veto.

En la esquina de la izquierda, el pacto de no hacerse demasiado daño que han escenificado el PSOE y Unidas Podemos se ha levantado sobre la advertencia de peligro de la gran incógnita del proceso, la magnitud de la irrupción de Vox y la inclinación no desmentida de la derecha a contar con ellos como aliados. En la esquina opuesta, el coco de PP y Ciudadanos es el independentismo catalán, los "bilduetarras" vascos, Torra, Otegi y la seguridad de que un Gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se plegaría a sus intereses a cambio de sus votos. El decorado de partida es eso y la prisa con la que Ciudadanos ha borrado del tablero un entendimiento con el PSOE que el PSOE ha desechado con menos contundencia.

Por ahí, por el miedo y el rechazo, ha ido casi en exclusiva la estrategia de movilización del votante desconcertado en una campaña incierta de cinco opciones agrupadas en dos bandos. La demolición del bipartidismo ha devenido en esto, en una lucha incierta polarizada en dos bloques más preocupados por el peligro del rival. Ha habido mucha política territorial, mucha unidad de España, algo de política social y fiscal y de pensiones, un poco de estrategia demográfica y modelo productivo, pero sobre todo España, mucha España con Cataluña al fondo. Nada de política internacional, muy escasas referencias a la cultura?

Tanto se ha apretado todo que la victoria socialista que han augurado los sondeos no asegura nada respecto a un Gobierno que dependerá del alineamiento de los bloques. Los finos analistas y las encuestas han igualado las fuerzas entre bloques como acaso nunca antes en 42 años de elecciones democráticas. Este 28-A es una trampa para la demoscopia, un partido para jugar hasta el descuento afinar las calculadoras hasta que el escrutinio ronde el cien por ciento. Se repite la apelación a indecisos o votantes "ocultos", calculados por encima del cuarenta por ciento del censo, y se diría que cada papeleta cuenta en una guerra abierta contra la abstención que sobre todo en la izquierda trata de no reproducir la desmovilización que abrió la puerta a la extrema derecha en la más reciente experiencia electoral, la del parlamento de Andalucía.

El asunto es que la España de la desafección viene de firmar la participación electoral más baja de su historia -el 66,4 por ciento de las elecciones repetidas de 2016- y que todo queda en las manos de 36,8 millones de españoles con derecho al voto.