Si es cierto que, como aseguraba días atrás el macrobarómetro del CIS, en España había ayer a las diez de la noche un 40% de indecisos, puede afirmarse sin temor a equivocarse que el porcentaje apenas disminuyó tras la hora y media de debate en RTVE entre los candidatos de los cuatro grandes partidos. La primera vuelta del debate entre Casado, Sánchez, Rivera e Iglesias, nombrados de izquierda a derecha de la pantalla, se cerró sin argumentos nuevos, sin golpes de efecto y sin tentaciones capaces de romper la atonía de una campaña cuyo principal elemento polémico ha sido precisamente el debate de ayer, que hoy conocerá su segunda vuelta a las diez de la noche en Atresmedia.

No hubo un todos contra Sánchez, porque el candidato de Podemos, Pablo Iglesias, se ocupó seriamente de limitar al mínimo imprescindible sus ataques al presidente del Gobierno, a la vez que reiteraba las ofertas de colaborar en las tareas del Ejecutivo y exigía sin éxito que Sánchez explicará si, llegado el caso, pactaría o no con Ciudadanos. Iglesias adoptó un tono pedagógico de constitucionalista, iniciando varias de sus intervenciones con lecturas de artículos de la Carta Magna.

De modo que los ataques le llegaron al líder socialista del candidato popular, Pablo Casado, y del cabeza de filas de Ciudadanos, Albert Rivera. Casado y Rivera aprovecharon la herida catalana para intentar hacer sangre, aunque su andamiaje retórico fue el que llevan empleando desde hace semanas o meses, por lo que su impacto estaba amortiguado.

En esas condiciones, a un Sánchez plano y que pretendió mantener un perfil institucional no le fue demasiado difícil cumplir su cometido: completar el debate sin incurrir en errores graves, refugiándose en un desgranar con detalle las iniciativas de sus diez meses de Gobierno y en acusar de corrupto al PP. El candidato socialista se refugió en el contraataque y lo centró en Casado, a quien acusó sistemáticamente de mentir, sugiriendo que al líder popular hay que someterle a un "detector de verdades".

Tampoco hubo un duelo entre Casado e Iglesias por ver quién se llevaba al agua el gato del elector indeciso de derechas. Casado, sin duda el menos firme de los cuatro candidatos, el más desdibujado, se ocupó en llevarle la contraria a Sánchez para afirmarse en el papel de líder de la derecha que le otorgan las encuestas y apenas rozó a Rivera.

No así el líder de Ciudadanos, el más agresivo sin duda de los contendientes, quien abrió las intervenciones asegurando que el debate se celebraba "de milagro" y no dudó en sacar a colación la tesis doctoral de Sánchez. En su agresividad llegó a lanzar zarpazos a un Casado que en más de una ocasión se sintió obligado a precisarle que el PP y Cs no son adversarios el 28A.

El líder popular prefirió dedicarse a desmontar los diez meses de Gobierno de Sánchez, asegurando que está volviendo a "hundir" a España como en su día, dijo, hizo Zapatero. En cuanto a Rivera, llevó de continuo su discurso a la cuestión catalana, convertido en azotes de "independentistas y batasunos" hasta ponerse unamuniano y declarar: "Me duele España".

El tono átono del debate obligó en su primer tercio al presentador pontevedrés Xabier Fortes a pedir a los candidatos que "educadamente" se perdieran el respeto y se interrumpieran. No lo hicieron demasiado, así que cabe pensar que en la segunda vuelta de hoy tendrán que arriesgar o resignarse a que los indecisos esperen a llegar a la puerta del colegio electoral para escoger el color de su papeleta.

El primero de los cuatro bloques del debate -política económica, fiscal y financiera- estuvo marcado por las promesas de Casado de rebajar los impuestos, las de Sánchez de redistribuir -"cójanse la cartera", le soltó Rivera-, las del líder naranja de proteger a los autónomos y crear "empleo de calidad" y las de Iglesias de bajar el IVA del gas o la electricidad. "No somos comunistas, estamos a ocho puntos de Europa en presión fiscal", aseguró.

El segundo bloque animaba a debatir sobre el Estado del Bienestar. Rivera defendió una política natalista -"si no nacen hijos este país no tiene futuro"- y denunció "la fragmentación" de España, prometiendo una tarjeta sanitaria única que Casado le aseguró que ya funciona.

Pablo Iglesias se quejó de que la actualización de las pensiones en función del IPC no se haya regulado por ley y se mantenga el principio de sostenibilidad de las pensiones, "que quiere decir que la gente se muera pronto".

Aquí aprovechó Sánchez para centrarse en la igualdad femenina y, de ese modo, resucitar la polémica con la popular Cayetana Álvarez de Toledo sobre el "sí, sí, sí hasta el final". Fue tal vez el momento más combativo de Sánchez, que trajo a colación a "las manadas", le recordó a la sombra ausente de Vox que "el vientre de la mujer no es un taxi" y a Rivera le espetó que tampoco se alquila.

La intensidad, como era de esperar, subió al llegar al bloque tercero, sobre política territorial, en el que Sánchez, acusado una y otra vez de pactar con quienes "rompen España" tanto por Casado como por Rivera, se preguntó qué país se quiere "el de todos o solo el del trío de Colón". El socialista enfatizó que "España es grande cuando se reconoce en su diversidad". Le siguió de cerca, yendo más lejos, Iglesias, quien aseguró que "claro que España es plurinacional", como reconoce el artículo segundo de la Constitución al hablar de "nacionalidades y regiones". El líder morado aprovechó para sostener que la política territorial es la que se preocupa de la España rural, con lo que logró introducir en el debate la "España vaciada" que tantos titulares ocupa en las últimas semanas.

Tras pasar por la política de pactos poselectorales sin resolver ninguna de las dudas que no suelen resolverse hasta que no se cuentan las papeletas, los candidatos llegaron a su "minuto de oro", el de pedir el voto. El más efectivo aquí fue Albert Rivera, quien llamó a los espectadores a "escuchar el silencio" para explicarles que el silencio es el de la gente "que soporta los problemas y la ruptura de España".