Qué tiempos aquellos en que Pedro Sánchez era uno de los jinetes que galopaban a lomos de la indignación contra la política de los aparatos. Defenestrado como secretario general del PSOE, fue el presidente del Gobierno y no Santiago Abascal quien primero se anotó a la épica de la reconquista. Porque su batalla por recuperar el tono de Ferraz revistió a Sánchez como el portavoz de la militancia. El exégeta del "no es no". Y el artífice de un nuevo partido que iba a invertir la verticalidad de la línea jerárquica: con él, el PSOE iba a ser gestionado de abajo a arriba. Entonces Sánchez era a ojos muchos una figura que había ganado unos minutos más en la prórroga de su carrera; otros ridiculizaban su ascenso apuntando detrás a la venganza, el resentimiento y el riesgo para la gobernabilidad del sistema que no detectaban en Susana Díaz.

Pero entonces la moción de censura le puso a sus pies la alfombra del poder. Pronto el Sánchez del "no es no" se transmutó a golpe de agenda presidencial al Sánchez que hace bandera de la moderación, el sentido común, la concordia y de toda una serie de atributos que, de haber concurrido en las últimas primarias del PSOE, lo habrían posiblemente alejado de su propósito de volver a ser secretario general.

Por eso en sus intervenciones llama la atención el perfil bajo, los discursos calzados con katiuskas para no pisar ningún charco, y el tono de un mandatario cuya figura emerge entre los escorzos que PP y Ciudadanos ejecutan hacia la derecha para minimizar el mordisco electoral de Vox.

En Vigo se pudo comprobar. En un mitin de tiros largos, hubo euforia socialista. Hace años que el PSOE no se ve en una posición como la que le pronostican los sondeos, y quizá por ello no quieren dejar que se les escape abriéndoles compuertas incómodas, empezando por un posible reintento de la política del ibuprofeno con Cataluña.

Sánchez vende el sosiego y la centralidad y deja que la crudeza en los mensajes de sus rivales hablen. La presencia casi fantasmagórica que Vox induce al resto de la derecha le acompaña en su objetivo. Solo le queda espolear a un electorado al que tampoco Podemos seduce como antaño. Sin movilización, los riesgos de perder el Gobierno se le multiplican. Sería una derrota a la andaluza.