Finalmente llegó el día. Mariano Rajoy anunció su adiós y descargó sobre la dirección de su partido un cubo de agua helada. Aunque incluso los más marianistas habían asumido que sus últimas palabras en el Congreso habían sido una bajada de telón, nadie contaba con un final tan abrupto y al tiempo civilizado, elegante y poco emotivo -en cuanto se le humedecieron los ojos tras una salva de aplausos reaccionó con un "venga coño, que alguien pare". O sea, Rajoy, el hombre denostado por aburrido, previsible y conservador, sorprendió a todos con un hasta aquí hemos llegado. Y que se prepare el siguiente.

Al mismo tiempo que Rajoy emprendía su alejamiento de la vida pública tras 40 años de brega, la figura de Alberto Núñez Feijóo acaparaba las miradas, los focos y los micrófonos. El PP celebrará en julio un congreso extraordinario para elegir a su nuevo líder, pero visto lo de ayer en Génova el presidente gallego ya parte como claro favorito. La imagen de decenas de periodistas asaeteando a preguntas a Feijóo que les contestaba con una mirada pícara y una sonrisa satisfecha enviaba un mensaje nada subliminal: si ustedes creen que el relevo soy yo, lo seré y estoy preparado.

Un político ganador

Porque efectivamente el gallego reúne un puñado de sólidos argumentos para ser ungido como el sucesor. El primero es que luce una inmaculada vitola de ganador. Feijóo cuenta sus batallas electorales por mayorías. Sus logros incontestables han logrado eclipsar la figura del patrón Fraga, relegarle al museo de la prehistoria política. Para conseguir el éxito ha sabido evolucionar una imagen urbanita y pijotera hacia la de un rapaz de aldea que se abrió paso en la vida con esfuerzo y sacrificio. Y ni una cosa ni la otra.

Pero ésta es otra de las grandes virtudes de Feijóo, su extraordinaria capacidad de adaptación a los diferentes ecosistemas: el Albertiño de Os Peares se convierte en don Alberto en una reunión de encorbatados empresarios. Y lo hace sin caer en el populismo estrafalario ni en el envaramiento aznariano.

Porque a medida que Feijóo se ha ido acercando al pueblo también ha ido refinando, puliendo, su imagen. El corte de pelo, los trajes, las gafas, su boca y por supuesto una silueta más fina apuntalan la proyección de un político si no joven -tiene 57 años-, sí moderno. Y ésta es otra de sus fortalezas.

En los últimos meses Albert Rivera y Ciudadanos han acariciado -empujados por la moralina que otorgan las encuestas- la conquista del centro-derecha. Rivera se presentaba como el antiRajoy perfecto. Un tipo joven frente a un señor anticuado. Un político que maneja el lenguaje de la calle y otro que empleaba expresiones decimonónicas. Un hombre sin temor ni pasado y con las ideas claras frente a otro atenazado que llevaba a las espaldas un partido en descomposición. Rivera se sentía cómodo en su comparación, incluso en sus choques dialécticos, con Rajoy.

Y esa pugna le proporcionaba a Rivera rédito político. El roto que le estaba haciendo Ciudadanos al PP, sobre todo con el voto más joven y moderado, crecía sin parar. Y la contienda electoral catalana parecía dar crédito a la percepción demoscópica.

Con Feijóo al frente del PP nacional, Rivera no lo tendría fácil. ¿Qué le podría ofrecer Albert a un votante del PP que no lo encuentre en un Alberto a las riendas de un partido renovado y limpio? Ahora demos la vuelta a la pregunta: ¿qué podría ofrecer Feijóo que no tenga Rivera? Para empezar una década de Presidencia en la Xunta. Es decir, experiencia de gobierno. Y, como queda dicho, su aura de ganador. ¿A quién ganó Rivera?

Sin dedazo

La marcha de Rajoy se produce además de una forma que a Feijóo le satisface particularmente: sin dedazos. El todavía presidente del PP dejó claro que su sucesor sería elegido libremente por el partido y que él no intervendría, al contrario de lo que hizo José María Aznar precisamente con él. Ese dedazo de Aznar fue un verdadero lastre.

Una cosa es que el partido no quiera sepultar el legado de Rajoy y otra que construya su futuro sobre el marianismo. Es imposible vender un cambio real si el elegido ha sido designado por el defenestrado. Feijóo aspirará a actuar con libertad de acción. Sin tutelas ni vasallajes ni ataduras, más allá de los pactos que tenga que tejer con otros territorios para hacerse con el partido. Ya le hubiera gustado a Rajoy, lanceado por las críticas de Aznar, disfrutar de esa lealtad.

Aunque ha intentado cultivar una imagen de hombre de Rajoy hasta el último minuto, lo cierto es que Feijóo nunca se ha descartado para ser su recambio. Es más, ha coqueteado con esa posibilidad. Su presencia constante en los ruedos políticos, económicos y mediáticos de Madrid ha alimentado la especie de que estaba sembrando para algún día recoger. Engrasando la maquinaria.

Ese día ha llegado. Aunque él no lo haya dicho. Porque Feijóo no ha abierto la boca. ¿Pero para qué hablar de uno mismo cuando ya lo están haciendo los demás, y gratis? Si los demás te elogian, no conviene interrumpirlos ni distraerlos. Si sopla el viento de popa, déjate llevar.

Con los años, Feijóo se ha graduado en el arte de la prudencia, incluso de la paciencia. A punto de descalabrarse por el camino, traicionado por una ambición desmedida, supo corregir el rumbo a tiempo y esperar. Pero se acabó la espera. Ha llegado momento de afrontar el mayor reto de su vida. Un desafío no exento de riesgos y con la sombra del fracaso siempre acechando porque, como dice el proverbio, ten cuidado con lo que deseas porque se podría cumplir. Pero el rapaz de Os Peares no teme. Él se siente preparado para el asalto final.