"Eviva España" es el título original de la canción que estos días se está convirtiendo en himno nacional antisecesionista, ya que el verdadero nos viene sin letra y solo cabe hacerse un "chunda- chunda-chunda" si uno quiere recitar la fanfarria de la nación. "¡Que viva España!" es el título de la versión que en 1973 hizo Manolo Escobar del "Eviva España" original, temazo que vendió casi 600.000 discos por todo el mundo, compuesto un año antes por un belga llamado Leo Caerts junto el letrista Leo Rozenstraten.

En origen, la hicieron en idioma flamenco y la titularon en un español tocado muy mal de oído. De ahí lo de "Eviva España". La canción, traducida directamente del neerlandés en que nació, es un delirio de topicazos cantados por un "guiri" que viene a convertirse en centollo con melanoma bajo el sol de nuestras playas desarrollistas.

Dice el autor primigenio que "la furia española me ha confundido mucho", que "en mis manos toco las castañuelas" y que "en mi cabeza llevo un gran sombrero negro" y que le gusta "el vino y el caviar (sic)" y que "la cocina española es un festival". La letra que luego interpretaba Manolo Escobar, aunque modificada, no elevó mucho más el nivel de reflexión.

Y ése es el españolismo que algunos están ejerciendo estos días, un sarpullido rojigualda que consagra como pilares de la patria los tópicos de un país peludo. Esa es una de las victorias que puede anotarse Puigdemont: evidenciar que aún no hemos logrado sacar el patriotismo español de la tienda de souvenirs de Torremolinos donde se comercializaban productos fabricados en el Palacio de El Pardo.

El escritor Sergio del Molino, autor del exitoso ensayo "La España vacía" decía hace unos meses en una entrevista que la herencia del franquismo, pese a los años que han pasado, "es tan enorme que ha contaminado cualquier discurso que contenga la palabra España". Y añadía algo muy a tener en cuenta estos días: "Hubo una apropiación salvaje y brutal de toda la simbología. Hubo un relato que aniquiló a todos los demás relatos posibles".

¿Hemos logrado "relatar" España sin que, de fondo, suene la nostalgia del imperio en el que no se ponía el sol? En uno de los cientos de vídeos que estos días nos llegan al WhatsApp, una voz en off va revelándonos qué cosa es España. Y resulta que es "la chulería, madrileña, la gracia andaluza y los cojones del Norte". Que España es "esa musiquiña de una gallega poniéndote un blanco frente al mar". Una España para hombres soberanos y mujeres sirvientas, se entiende. Dice que España "el país de María" (la Virgen), "la nación con más misioneros del planeta", que es "el parque donde me tomé mi primera cerveza y el bar donde me tomé el primer cubata", además de recitar la carta de especialidades regionales imprescindibles para ser español de verdad. Y cañitas, muchas cañitas. Una jartá.

El vídeo, que termina con una bandera rojigualda sobreimpresa, es el mejor ejemplo de cómo, para contrarestar el delirante discurso de Puigdemont, se fabrica pensamiento político con el estómago y los testículos sobre el escritorio. Si somos esto, no me extraña que se quieran separar de nosotros.

El delirio separatista catalán nos ha hecho sacar la bandera a las plazas y los balcones y, en algunos casos, a empezar a correr detrás de la patria como Alfredo Landa corría, ávido, detrás de las suecas.