El hombre que el jueves fue hallado muerto en un Ford Focus blanco en Sant Just Desvern, en la periferia de Barcelona, no murió en el tiroteo que se desencadenó después de que el vehículo embistiese a los agentes que hacían un control policial en la avenida de la Diagonal. Según informaron ayer fuentes policiales, el hombre, que era el propietario del vehículo, falleció por heridas de arma blanca y no ocupaba el asiento del conductor.

Estas circunstancias hacen pensar que la persona, de cuya identidad sólo ha trascendido que se llama Pablo Pérez, fue secuestrada y apuñalada por una o varias personas, entre las que se encontraría la que conducía el vehículo cuando arrolló a una sargento de los Mossos a la que causó la rotura del fémur. El vehículo fue encontrado abandonado, con el cadáver en su interior, a unos tres kilómetros del control.

La relación de este vehículo con la masacre de las Ramblas sigue siendo uno de los numerosos puntos oscuros que rodean al atentado. Las informaciones facilitadas ayer por fuentes policiales, tanto de forma oficial como oficiosa, son contradictorias y si unas veces rechazan cualquier relación, otras veces no descartan que el coche haya podido ser utilizado en su huida por el terrorista que acabó con la vida de trece personas o por alguno de sus cómplices.

Respecto, al fallecido, que sería por el momento la víctima número quince de los atentados de Barcelona y Cambrils, hasta anoche se desconocía su apellido, aunque se sabe que tenía 34 años, residía en Vilafranca del Penedés, donde había nacido, trabajaba en Barcelona y había sido cooperante en Haití y otros países.

Una prima del fallecido que reside en Talavera de la Reina confirmó que Pablo era el dueño del Ford Focus. La mujer definió a su primo como un joven solidario y explicó sus vínculos con la cooperación internacional.

El grueso de la célula terrorista que perpetró los atentados residía en la localidad gerundense de Ripoll, donde ayer fueron detenidos otros dos terroristas en un ambiente de gran crispación, que alcanzó su máximo durante la segunda detención. El tono alcanzado por los insultos y amenazas obligó a intervenir a la Guardia Civil para evitar que el centenar de vecinos congregados a las puertas de la vivienda del detenido, amigo de Driss Oukabir, el hombre al que se atribuyó el atropello de las Ramblas en los primeros momentos, consumaran su linchamiento.