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Enric Juliana: "El Gobierno se resiste a admitir que en Cataluña tiene un problema político"

- "Si el independentismo llega al 60 por ciento va a ser muy difícil frenar el proceso" - "El verdadero hecho diferencial en España es Andalucía"

Enric Juliana, el viernes pasado. // Miki López

La crisis económica insufló fuerza al independentismo catalán hasta convertirlo en un problema político que el Gobierno central se resiste a reconocer. El periodista Enric Juliana (Badalona, 1957), observador en primera fila del acontecer nacional, comprime en esos términos lo que se ha convertido en un asunto crucial. Director adjunto del diario barcelonés "La Vanguardia", Juliana analiza el momento político.

-¿El conflicto catalán tiene alguna posibilidad de retornar a un punto de conciliación?

-En términos de solución definitiva lo veo difícil. La cuestión no se puede reducir a términos binarios: independencia sí o no. Si se quiere alcanzar una mayoría clara en Cataluña favorable a una inserción en el Estado español hay que ir a otro tipo de equilibrio, tiene que haber reformas de dos clases. Unas son reformas no escritas, no de normativa sino de enfoque y de mirada. Todo el proceso del Estatut provocó una grave irritación en la sociedad catalana, en un tiempo en el que nadie contaba con la crisis económica. Independentismo en Cataluña hubo siempre, estaba en el 20 por ciento. Con la crisis, esa irritación se convierte en una gran inflamación. Por ello, la primera medida es antiinflamatoria, una cuestión de lenguaje, de comportamientos, algo de lo que todavía estamos lejos. El Gobierno central muestra una resistencia numantina a admitir que en Cataluña tiene un problema político, está encastillado en la cuestión de la ley. Pero la primera manera de afrontar un problema serio es reconocerlo. Junto a ello, se pueden acometer modificaciones normativas que favorezcan la existencia de una mayoría clara en Cataluña a favor de la continuidad en España, sabiendo que habrá siempre un porcentaje independentistas.

-¿Es un porcentaje creciente o tiende a menguar?

-La última cifra objetivable es el 47 por ciento de los votos que respalda a quienes en las elecciones de septiembre de 2015 se presentaron bajo esa seña independentista. Es mucho pero no suficiente. Ese porcentaje puede bajar o subir, algo que depende de lo que se haga en los próximos años. Si aumenta y llega al 60 por ciento va ser muy difícil frenar ese proceso, algo que sí resulta posible cuando se está por debajo del 50 por ciento. Nos encontramos ya en una fase en la que se va a decidir la decantación.

-¿Cabe una tercera vía entre las dos posiciones que ahora confrontan?

-Es segura, pero a los partidarios de ella, entre los que me encuentro, nos puede crecer la barba mientras llega. Ahora se están midiendo fuerzas. Es difícil que el referéndum llegue a celebrarse en otoño. El Estado español tiene capacidad para impedir la consulta. Puede haber dirigentes políticos dispuestos a jugarse la carrera pero a los funcionarios no se les puede exigir lo mismo. El Estado puede frustrar el referéndum pero no las manifestaciones que se producirán en Cataluña en septiembre y octubre. Los sectores que apoyan el independentismo son los más dinámicos de la sociedad catalana. Ahí están los jóvenes, las clases medias, grupos dispuestos a mostrar su opinión en términos democráticos y que no se van a callar. Este país funciona sobre la base de muchos factores pero tiene dos elementos que lo conforman, que son las áreas metropolitanas de Barcelona y Madrid. Si en uno de ellas se produce una disensión social muy fuerte, eso afecta a toda la arquitectura. Esto ya pasó en la Transición. Suárez hizo con la vuelta de Tarradellas uno de los ejercicios más audaces de su carrera. La estabilidad de Cataluña era fundamental para la arquitectura de la época, que requería una sintonía entre Madrid y Barcelona. Creo que esto ahora se vuelve a proponer en otros términos, ya no estamos en el 77 pero este país está convaleciente de una crisis económica muy fuerte.

-¿La España plurinacional del PSOE es algo más que un juego semántico?

-Tiene algo de juego semántico pero es como los conjuros, que una vez que los has pronunciado sale el genio de la lámpara. La España plurinacional ya está inscrita en la Constitución. Peces Barba en nombre del PSOE defendió el concepto de nación de naciones, ante al que ahora algunos socialistas se sorprenden, como si se lo hubiese inventado Pedro Sánchez. Eso estaba en el lenguaje de los socialistas de la Transición. En unas condiciones históricas más complicadas de las que vivimos ahora había un debate político más fresco. El intento de golpe de febrero del 81 no tuvo éxito desde el punto de vista material pero sí muchas consecuencias políticas, como que determinados lenguajes y palabras quedaron congelados. Desde esta perspectiva, hay que retomar el debate anterior al 23-F y proponerlo de nuevo en unas circunstancias en las que puede hacerse.

-¿Esta legislatura tiene horizonte más allá de 2019?

-Está muy vinculado a lo que ocurra en Cataluña. Rajoy ya tiene aprobados los presupuestos de 2017 y quizá esté en condiciones de aprobar los de 2018 al haber encontrado un campo de alianzas apropiado. Los acuerdos del presupuesto de este año requieren continuidad en otros ejercicios, por lo que difícilmente el PNV o los canarios se retirarán. Eso garantiza un mínimo de estabilidad pero no una legislatura en la que se pueda legislar. Rajoy se puede encontrar además con decisiones parlamentarias para revisar los puntales legislativos de su anterior mandato. Los adelantos electorales son complicados, como nos acaban de demostrar en Gran Bretaña. El Gobierno tiene una gran fe en los resultados de la economía. Sin embargo, un discurso oficial demasiado optimista puede tener efectos contraproducentes porque las estadísticas no se corresponden con los bolsillos de los ciudadanos.

-¿Qué pasó en el PSOE para que todo fracasase y volviera Pedro Sánchez?

-Lo que pasó es que la crisis tuvo un fuerte impacto no solo económico y social, también psicológico. Lo ocurrido en octubre en Ferraz, que llevó a la caída de Sánchez, está fuera de la cultura política de esta época. Aquello provocó mucha vergüenza en las filas socialistas, ya presionadas por la irrupción de Podemos. El grupo dirigente provisional llevó muy mal la situación. Se tomaron su tiempo calculando que Sánchez acabaría consumido con el paso de los meses. Sin embargo regresó, porque vivimos un tiempo en que existe un margen de reacción más allá de lo que diga el stablishment y los grandes periódicos. Sánchez lo tenía todo perdido y decidió plantarle cara a la situación. Su adversaria lo hizo todo al revés. Susana Díaz muestra un gran desconocimiento de la España actual. Antes de plantearse dirigir un partido como el PSOE y aspirar al Gobierno tendría que haber leído y, sobre todo, viajado un poco más. España no funciona como ella cree. El verdadero hecho diferencial en España es Andalucía. Allí los socialistas construyeron un mundo, que tiene componentes positivos, basados en lazos de solidaridad. Pero eso terminó por crear una especie de cápsula y no cabe pensar que España se puede gobernar desde las mismas premisas.

- ¿El PP resistirá la presión de su corrupción?

-Cerraremos el verano con la imagen del presidente declarando ante un tribunal por el caso "Gürtel". El conflicto catalán es un problema para el Gobierno pero también una forma de escape de esa problemática interna. El asunto crucial es la duración de la legislatura y la capacidad de resistencia de un Gobierno erosionado. El Ejecutivo tiene cuatro cartas sobre la mesa. Dos son buenas para Rajoy: la mejora de la economía, que puede servir de lenitivo a ese desgaste y el contexto de la política comunitaria, porque el proyecto europeo necesita a España. Hay un carta mala que es la corrupción . Y la cuarta resulta dudosa, porque de entrada no es buena para el Ejecutivo pero está pendiente de cómo se resuelve, que es la de Cataluña. Según como se barajen estas cartas, si no hay adelanto electoral, ya nos vamos de 2019, con comicios locales y autonómicos, un momento muy importante.

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