La vida es más cara para la mujer que para el hombre. Ya es bien sabido que la mujer cobra menos por realizar el mismo trabajo, durante las mismas horas y en el mismo puesto que un hombre. Es la tan conocida ´brecha salarial´. El sindicato UGT, en un informe cuyas conclusiones fueron lanzadas el pasado mes de febrero, revela que ellas cobran un 23,25 % menos, según datos de 2014, los últimos disponibles. En un lapso de 365 días, esta diferencia se traduce en que ganan casi 6.000 euros menos al año (5.9892,42 euros exactamente).

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Una diferencia que de entrada no debiera existir, pero que además está lejos de ser compensada después a la hora de hacer la compra. Todo lo contrario: para más inri, los productos femeninos cuestan más.

Hasta el nombre dado a esta discriminación en los precios al consumo incluye aquella catalogación anacrónica y casposa según la cual lo rosa es de chica y lo azul, de chico. Le llaman la ´tasa rosa´. Si eres mujer, en muchos casos estás pagando más por el mero hecho de que el envoltorio o embalaje de algunos productos están dirigidos a tu sexo y no al masculino. Porque pone en algún lugar de la etiqueta que es ´for women´ y no ´for men´.

Cuesta creerlo. Algo tan clamorosamente injusto ya debería haber sido denunciado con fervor y atajado de inmediato. Sin embargo, el fenómeno ha sido demostrado en varias ocasiones por diversos estudios realizados en EEUU. Uno de los más divulgados, el de 2015 realizado por la Oficina de Consumo de la ciudad de Nueva York.

Tras analizar hasta 800 productos de alrededor de 35 categorías diferentes -desde bienes de aseo personal, a juguetes o ropa-, la investigación concluyó que la versión para el público femenino de un buen número de productos resultaba más costosa. ¿Cuánto? Depende del tipo de producto: la fluctuación en el precio iba desde el 13% hasta el 50%. El estudio traduce el gravamen en el sobreprecio que deben pagar las mujeres: hasta 1.400 dólares más al año.

La existencia de la ´tasa rosa´ fue detectada en este país hace ya tiempo. De hecho, ya en 1996 el Estado de California prohibió la discriminación en precios por cuestión de sexo.

No es un fenómeno solo norteamericano. También está presente en Europa. Y por supuesto, en España. Aunque aún no se ha llevado a cabo un estudio similar, a golpe de ojo, con solo echar un vistazo, se pueden hallar una serie de ejemplos que prueban que, efectivamente, la ´tasa rosa´ aquí también se sufre.

Hay ámbitos en los que se da por supuesto y hasta se asume. Lo de que la peluquería es más cara para una mujer que para un hombre es 'vox populi'. Las mujeres tienen más pelo y dan más trabajo. Cuando el precio medio de cortarse el pelo para una chica es de 36 euros, para un hombre lavar y cortar supone de media 15 euros. La diferencia es manifiesta. Las tintorerías también ponen un sobrecoste, no tan amplio, si la prenda que se lleva a limpiar es de chica y no de chico.

Si se analiza lo que sucede en los supermecados, también se puede percibir esto. Donde mayor número de productos diferenciados hay, es en lo referido a la higiene personal, la cosmética y la belleza.

A priori da la impresión de tener lógica: los usos sociales han acabado por imponer que las fragancias de mujer sean más suaves, más florales, en definitiva, más 'femeninas'.

También los factores biológicos -la piel más sensible, el tener menos bello corporal- requiere de un diferente cuidado. De ahí que haya geles de ducha, desodorantes y cuchillas de afeitado ´for men´ y ´for women´.

Ahora bien, ¿es necesario que tengan un precio distinto, y esta diferencia siempre perjudique a la mujer?

Estas distinciones se generan, además, desde bien pequeños. Padres y madres se han quejado de que existen juguetes e incluso material escolar que son valorados a precios diferentes en caso de que el motivo con el que estén decorados se dirija a niños o a niñas.

¿A qué se debe todo esto?

Para tratar de buscar un atisbo de lógica que motive esta discriminación en precios, las empresas afectadas que se han pronunciado al respecto han recurrido a dos tipos de explicaciones. En algunos casos, por ejemplo el de las cuchillas de afeitar, la marca Wilkinson expresó en su día que la diferencia de precio se debe a que las de mujer constan de otros componentes en su fabricación, lo que las hace más costosas de producir y, por tanto, elevan su coste al consumidor final.

En el otro lado, cuando no hay sobrecostes de por medio, es cuando más cuesta hallar una respuesta creíble. Y a lo que se aferran entonces es a la ley de la oferta y la demanda. Según se ve, las mujeres estarían más dispuestas a invertir más dinero en productos de belleza o cosmética. De esto se habrían percatado los productores, que se han limitado a subir los precios al máximo punto de equilibrio donde sus ventas no notan perjuicio alguno. Leyes del marketing.