Mariano Rajoy ha prometido "convertir una situación compleja en una oportunidad". Es decir, sacar adelante un programa de gobierno con la mayoría del Congreso en contra: los 170 escaños que reúnen PP, Ciudadanos y Coalición Canaria (CC), frente a los 180 que suman el resto de las formaciones. En su discurso del sábado, antes de ser investido jefe del Ejecutivo, ofreció "diálogo, sí, todo", pero también puso límites, los que "nos impone a todos la realidad". Y dijo en qué áreas no permitirá imposiciones: la defensa de la soberanía nacional ante la amenaza de quiebra en Cataluña, el cumplimiento de los compromisos con la UE y la estabilidad presupuestaria.

La mayoría en contra con la que Rajoy tendrá que lidiar en el Congreso puede obligarle a retirar proyecto tras proyecto, pero un Gobierno en minoría siempre tiene a su alcance un arma disuasoria: la potestad de disolver las Cortes y convocar nuevas elecciones. Y tras un bloqueo institucional de diez meses y dos citas con las urnas, el PSOE, sumido en una crisis tan profunda que amenaza fractura y sin candidato a la vista, se lo pensará dos veces antes de forzar las cosas hasta el punto de que sea imprescindible ir a otros comicios.

El portavoz socialista, Antonio Hernando, se ha esforzado mucho para que la dolorosa abstención del sábado fuera considerada una excepción y una prueba del sentido de Estado de su partido, pero quizá no esté tan lejano el día en que el PSOE, del que depende la gobernabilidad, deba repetir la operación, y esta vez no por España, sino por su propia supervivencia.

Rajoy ha sabido jugar muy bien con la amenaza de las terceras elecciones, sobre todo después de la defenestración de Pedro Sánchez, y la ocasión de poner fecha a unos nuevos comicios -por ejemplo, si el PP no consigue aprobar los Presupuestos que quiere- ya puede vislumbrarse. A partir del 3 de mayo, Rajoy puede disolver las Cámaras y llamar de nuevo a las urnas, lo que obligaría a los socialistas a convocar a toda prisa congreso para elegir ejecutiva y líder y primarias para escoger candidato, cuando lo que se desea es precisamente lo contrario: retrasar el cónclave todo lo posible para así diluir los efectos de la "campaña de reconstrucción" del partido lanzada el mismo sábado por Sánchez, y que una candidatura del ídolo caído carezca de cualquier viso de éxito.

De esta forma, lo que se avecina esta legislatura es un choque de realidades. Por un lado, la realidad que, según Rajoy, impone límites a la negociación; por el otro, la realidad de un Congreso en el que el PP está en minoría y en manos de un partido, el PSOE, al que la abstención del sábado le ha costado sangre, sudor y lágrimas.

Sin apoyos de los socialistas, por activa o por pasiva, será imposible que la legislatura avance. Y la primera prueba de fuego será la tramitación de los Presupuestos, uno de los tres asuntos en los que el presidente del Gobierno está decidido a no ignorar "las limitaciones que la realidad nos impone", como repitió, a preguntas de los periodistas, minutos después de obtener la confianza de la Cámara baja.

Las cuentas generales de 2017 no estarán listas para el próximo 1 de enero, pero, de conseguir la aprobación del Parlamento (en el Senado, recuérdese, el PP tiene mayoría absoluta), el Gobierno podría contar con ellas para el primer trimestre del nuevo año. La Comisión Europea las espera desde hace meses. Además, sobre España pende la amenaza de congelación de los fondos estructurales, si el nuevo Ejecutivo no cumple con los objetivos de déficit que el país se ha comprometido a acatar.

¿Qué hará el PSOE cuando el PP presente el proyecto de Presupuestos? Volvamos a leer lo que dijo su portavoz el sábado. Después de aclarar que los socialistas no se abstenían para "convalidar" las "odiosas reformas" aprobadas en el primer mandato de Rajoy ni "la grave corrupción de su partido", Antonio Hernando, con más suavidad, agregó que su Grupo estudiará los proyectos que presente el partido del Gobierno y decidirá si los apoya en función de su utilidad. "Convénzanos de que son necesarios", reclamó a Rajoy.

No habrá, por lo tanto, un "no" de mano; esa estrategia parece haber tocado fondo. Y lo explicó sin demasiados aspavientos el diputado del PSOE por Teruel Ignacio Urquizu antes de la votación: "Primero tenemos que conocerlos, es muy difícil que digamos que no a algo que no conocemos". "Vamos a ver primero que es lo que nos presentan y si ese talante de diálogo que el candidato ha estado defendiendo es verdad".

Pero los Presupuestos y la fijación del techo de gasto de las distintas administraciones no serán el único punto de fricción. También habrá batalla, y dura, en otro frente: el de las derogaciones, en el que el PSOE ya había empezado a trabajar con otros grupos, caso de Unidos Podemos, antes de la investidura de Rajoy. El candidato fue muy claro en su breve discurso del sábado. "No derribaré lo construido, no aceptaré su demolición, no me impongan lo que no puedo aceptar", advirtió, poniendo más límites a la negociación. O, como dijo el portavoz del PNV, Aitor Esteban: "Lo mío (por lo de Rajoy) no se puede cambiar".