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Elecciones generales El debate a cuatro

La corrupción anima un debate lastrado por su formato y la falta de nuevas propuestas

Rajoy llama a la gran coalición y Sánchez evita hablar de los pactos que le ofrece Iglesias - El candidato socialista culpó una y otra vez a Iglesias de votar con el PP en contra de su investidura - Rivera acusó al líder de Podemos de recibir siete millones de financiación de Venezuela

La corrupción anima un debate lastrado por su formato y la falta de nuevas propuestas

Sólo leves ráfagas de fuego cruzado sobre corrupción y financiación ilegal elevaron el tono del único debate de la campaña entre los candidatos de los cuatro grandes partidos a la Presidencia del Gobierno, que dieron por sentado que no habrá terceras elecciones. El resto de las casi dos horas y media -cortes publicitarios incluidos- dedicadas a confrontar las propuestas de PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos estuvo lastrado por la falta de vivacidad propia de un debate entre cuatro y por la absoluta ausencia de cualquier propuesta que no hubiera sido aireada en la precampaña.

Incluso los anuncios de posibles pactos sonaron a ya escuchados. Rajoy -que pactará "con los españoles"- quiere una coalición "sensata y moderada". Sánchez, que está en el alero del "sorpasso", no se pronunció. Iglesias, por el contrario, le tiró los tejos de frente y con reiteración, mientras que Rivera, tras su fallida experiencia con el PSOE, se abrió a todo menos a Rajoy. O sea, PP sí, pero con nuevo líder.

El formato "cara a cara" quedó sustituido, en suma, por el encadenamiento de intervenciones que, pese a su relativa agilidad, no pudieron evitar la atonía a la hora de desgranar promesas -a menudo deslavazadas- reflexiones repetidas y acusaciones ya oídas de Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera sobre economía, políticas sociales, lucha contra la corrupción y política exterior. Un breve apartado de política de pactos y el "minuto de oro" dirigido a tocar el corazón del elector indeciso cerraron la confrontación.

Cada líder aprovechó todas las oportunidades que tuvo para llevar el agua a un molino que resultó ser siempre el mismo. Rajoy se defendió, a veces de sus tres rivales, más a menudo de Sánchez o Rivera, casi nunca de Iglesias, diciendo que es más fácil criticar que gobernar. Reprochó a sus rivales que, a su entender, vinieran con los asuntos poco estudiados y se ufanó de recibir una España al borde de la quiebra y el rescate para, cuatro años después, convertirla, dijo, en el país, de la UE que más deprisa crece y que más empleo crea. En general, se defendió con éxito y evitó encajar ningún golpe de noqueo.

El socialista Pedro Sánchez, en cambio, tuvo presente en todo momento que su gran enemigo es el "sorpasso" y quiso hacer culpable una y otra vez a Iglesias de que los españoles estén ante unas segundas elecciones por haber votado junto al PP contra la su investidura. Sin embargo, le faltó potencia para golpear y se acantonó en el intento de llamar a los desmotivados a acercarse a las urnas a votar socialista.

Rivera, en cambio, tuvo que repartirse un poco más, atacando a ratos a Rajoy -a quien invitó a reflexionar sobre la posibilidad de renunciar a encabezar un nuevo Gobierno- y a ratos a Iglesias, a quien acusó abiertamente de financiación ilegal desde Venezuela. Dio juego, aunque a veces se embarulló más de la cuenta.

En cuanto a Iglesias, que hizo un uso didáctico de su experiencia en platós, se mantuvo instalado en su habitual estilo de bondad catecumenal, repitió cuantas veces pudo que su objetivo es formar un Gobierno "de progreso" con el PSOE y llamó otras tantas a Sánchez a elegir entre el PP y Unidos Podemos, su coalición con IU. Ante los ataques de Sánchez o de Rivera, a propósito de siete millones de financiación venezolana, del modelo griego o de su supuesta intención de sacar a España del euro o de la OTAN, se limitó a exclamaciones -"madre mía"- o negativas de cabeza.

Mal está arrancar aburriendo, y los líderes políticos lo consiguieron con la plana enumeración de las medidas económicas que plantean para el futuro de España y no consiguieron mejorar cuando plantearon las políticas sociales que guardan en la chistera para levantar a un país con un quinto de su población en las linnes de la pobreza.

Rajoy, que a ratos sabe aligerar su pesadez con alguna fina ironía -"no me presento a las elecciones para hacerle a usted presidente, porque sería pésimo", le espetó a Sánchez- quiere dos millones de puestos de trabajo en la legislatura y 20 millones de cotizantes a la Seguridad Social.

Sánchez insistió en la reforma fiscal y la consolidación de la dependencia, las pensiones, la sanidad... Rivera sigue dándole vueltas a su contrato único, mientras que Iglesias enumeró con soltura muchos de los males que aquejan a la España de hoy pero pareció algo endeble cuando hizo pivotar sus planes de creación de empleo en la reconversión energética.

Fiscalidad y pensiones ocuparon buena parte de este tiempo, en el que Rajoy prometió no hacer más recortes y Sánchez e Iglesias coincidieron en la posibilidad de salvar las pensiones mediante impuestos a las rentas más altas. Para Rajoy es más sencillo, las pensiones se salvan con empleos. Su coincidencia con Iglesias no evitó a Sánchez afearle lo que en su día ya sorprendió a no pocos de sus votantes y a todos sus detractores: que al pedirse "sillones" no pensase en ninguno social y sí en "los espías", en alusión al CNI.

Llegados al tercio de la corrupción saltaron las chispas que alegraron la velada a los espectadores que no habían sucumbido a la tentación de activar el mando a distancia. Iglesias abrió fuego explicando que la corrupción le cuesta a cada español 2.000 euros al año y que el saqueo andaluz de los ERE equivale a 140.000 matrículas universitarias, a lo que Rajoy le respondió con la beca de Errejón, que le valió otro "madre mía" de Iglesias.

Rivera le dio duro a Rajoy -fotocopias de Bárcenas- y le solmenó aún más a Iglesias, a quien acusó de predicar la independencia ante la banca y, sin embargo, deberle once millones (son sus socios de IU los que tienen la deuda). Y al final un "minuto de oro" que sonó tan a preparado que Rajoy lo inició con un "buenas noches" que más que un saludo parecía una invitación a ir en busca el sueño en brazos de otros angelitos.

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