Iñaki Urdangarín no tiene, ni de lejos, la misma capacidad de expresión que su antiguo socio en los negocios de Nóos. Diego Torres es capaz de vender hielo en la Antártida, pero al menos su mensaje es coherente, preparado y, sobre, todo valiente. Tanto es así que, en su declaración, decidió defender aspectos de su gestión que parecen indefendibles. Pero Urdangarín no tiene la misma habilidad. Cuando le tocó responder a las preguntas, demostró voluntad de contestar, mostró que es educado, pero también que pierde demasiado pronto su capacidad para convencer. Y por eso no le costó mucho al fiscal Pedro Horrach ir rodeando al acusado hasta que logró hacerle caer en la trampa.

Desde que hace más de tres años Iñaki Urdangarín fuera llamado a declarar por el juez Castro, apenas ha evolucionado en su estrategia. Se presenta como el gestor que no gestiona, aunque genere mucho dinero. Un experto asesor que se dedicaba a ofrecer patrocinios millonarios en los descansos de los partidos de pádel, o que es capaz de quitar importancia (como si estuviera al alcance de cualquiera) cuando se entrevista con el director del Tour y le ofrece un negocio. El control de las cuentas de la empresa es un tema menor, para eso tiene asesores.

Pero si Torres no ha atacado en este juicio a Urdangarín, tampoco el marido de la Infanta va a atacar a su antiguo socio. Ya se han destrozado lo suficiente durante la fase de instrucción. Ahora es el momento de defenderse, pero uno con más habilidad que el otro.

Mientras casi todas las empresas de España pagan a sus empleados por transferencia bancaria (salvo que sea dinero negro) en el Instituto Nóos y en sus sociedades satélites se inventaron un sistema distinto, aunque fuera más complicado. En el caso de Urdangarín, su gestor hacía unos talones, se cobraban, el dinero le llegaba a él y después lo entregaba a su sobrino Guy para que a su vez se lo diera a los empleados, aunque muchos de ellos ni siquiera vivían en Barcelona. Así era casi imposible que cobraran todos a principio de mes.

Nadie sabe muy bien todavía qué hacía Urdangarín para las grandes firmas que le ficharon para formar parte de su consejo de administración. Se supone que se le preguntará en los próximos días -el miércoles tendrá que seguir respondiendo al fiscal Horrach- pero en su primera intervención en el juicio ya adelantó que su oficina era una especie de fábrica de información, dirigida por su sobrino, porque cuanto más sabían del mercado y de las empresas competidoras, mejor servicio daba a sus clientes.

Urdangarín no necesita tantos documentos para defenderse, como su exsocio. Le basta una carpeta con notas manuscritas que ha estado escribiendo mientras declaraba Torres. Lo que no debía esperar es que las primeras preguntas que le hizo el fiscal no fueran para atacarle, sino para exculpar a la Infanta. Fue la primera vez que públicamente la presidenta del tribunal mostraba su sorpresa por esta forma de interrogar. "Es la primera vez que veo que una acusación cuestiona las preguntas de otra acusación". Horrach no tuvo en ese momento capacidad para contestar al tribunal. Lo hizo cinco minutos más tarde. "La obligación del fiscal es acusar y oponerse a acusaciones infundadas". No parece que vaya a ser el último enfrentamiento que tendrá Horrach con Samanta Romero.

No debe ser fácil para un asesor de empresas reconocer que no supo gestionar la suya. Y sobre todo, por no darse cuenta que se contrataron a trabajadores en Aizoon que ni él conocía y que los ha descubierto ahora leyendo la causa. Al fin y al cabo forma parte de esa estrategia de que él "no estaba para esas cosas".

A la Infanta Cristina, mientras tanto, se la vio mucho más nerviosa cuando se hablaba de su padre que cuando su marido se sentó para dar las primeras explicaciones.