Madre, esposa y reina consorte. Por este orden. Así se presentó ayer doña Letizia (Oviedo, 1972) ante los españoles, convertida ya en reina tras la proclamación de su marido, Felipe VI, en la Cortes. No habló, pero lo dijo todo con sus gestos y miradas, muy relajada y vestida de forma impecable -según los entendidos- por Felipe Varela.

De todos los gestos que tuvo la nueva Reina se destacó, por ser el más inusual -al menos, de cara al público-, el que captaron las cámaras en el balcón del Palacio Real: el acercamiento y cálido beso a su suegro, don Juan Carlos, cuando éste salió a saludar, junto a doña Sofía, al público congregado en la plaza de Oriente.

Un gesto cariñoso que se sumó a los muchos de este tipo que tuvo con su esposo antes, durante y después de la proclamación. A media mañana ya casi nadie se acordaba de la Letizia que hasta hace poco se tensaba en público. Y mucho menos de la plebeya que enamoró a Felipe de Borbón. Una periodista que ha tenido 10 años para prepararse, en el papel de Princesa de Asturias, para ser Reina, pero que ayer no olvidó su antiguo oficio, como demostraron los saludos y miradas que echó cuando pudo a los reporteros y cámaras.

Ahora es la Reina de los españoles, a los que saludó sin dejar de sonreír a la llegada al Congreso y en el posterior paseo hasta el Palacio Real en coche descubierto: ella, sentada, mientras Felipe VI iba de pie. Pero las atenciones a su nuevo papel institucional y a su esposo no solaparon las que de dedicó, sobremanera, a sus hijas, la Princesa de Asturias, Leonor, y la Infanta Sofía.

Ambas fueron ayer la principal preocupación de la Reina, pendiente de que sus hijas estuvieran a la altura de las circunstancias. Cariñosa, pero exigente. Después de apercibirlas un día antes en Zarzuela, en el traspaso de poderes de don Juan Carlos a don Felipe, para que juntaran las piernas al sentarse (comentado fue su gesto uniendo las manos sobre sus piernas con la vista puesta en las niñas), ayer no tuvo que esforzarse mucho, pues los frutos de una educación estricta (que los cronistas de la Casa Real le atribuyen especialmente a ella) se vieron con el comportamiento prácticamente impecable de sus hijas.

Unas hijas, sobre todo la primogénita, a las que no les quedará más remedio que acostumbrarse a ceremonias, recepciones y múltiples actos institucionales. Como madre protectora que es lo sufrirá, pero como profesional exigente no les permitirá ni un desliz. Los mismos que no se permitirá ella.