Su papel en la transición, sus problemas de salud, sus disgustos familiares reconvertidos en escándalos y, especialmente, aquel joven príncipe que un día recorrió las calles de Pontevedra, que asistía a los guateques de conocidas familias y al que sus compañeros guardamarinas acompañaban en los bailes del Liceo Casino. Fueron los temas más recordados ayer en la comarca capitalina, con la que el monarca mantuvo una estrecha relación, especialmente durante su etapa de formación en la Escuela Naval Militar (ENM)

Corría el final de los años cincuenta cuando el espigado heredero se incorporó al centro castrense. Llegó a Marín el 17 de agosto de 1957 y entonces ministro de Información, Arias Salgado, impuso una férrea censura que impidió a la prensa de la época dar detallada cuenta de su paso por la ciudad del Lérez.

Lo recordaba en 1981 el abogado, periodista y político Rafael Landín Carrasco en las páginas de FARO DE VIGO. Él dirigía la revista "Litoral" cuando el príncipe llegó a la ENM. Primero se le dio una llamada al orden por publicar en la última página una fotografía del nuevo alumno y posteriormente, desafió la prohibición precisamente con la imagen que ilustra esta página.

Si en el momento era inocente, en la actualidad la foto sería casi irrelevante: el príncipe aparece difuminado en un lejano cuarto plano, después de la protagonista de un cumpleaños (Zita Lorente, ante una tarta con 15 velas) y varios de sus invitados. El pie de foto se refería en concreto a los "distinguidos invitados" y para el avisado lector de la época, acostumbrado a los dobles sentidos, "el distinguidísimo era Don Juan Carlos, al cual habíamos camuflado el pelo con tinta negra para conseguir el visado de la censura", recuerda Rafael Landín.

Éste fue uno de los pontevedreses que trató personalmente al monarca y que recuerda que frecuentaba el antiguo parque verano del Liceo Casino, ubicado en la calle Rosalía de Castro.

Se rodeaba en estas verbenas y en los llamados "asaltos-bailes" de sus compañeros de promoción y de "personas normales", entre ellas el cronista.

Los entonces directivos de la sociedad coinciden en que era accesible y por su parte los socios procuraban disimular el interés.

En estas salidas le acompañaba Álvaro Fontanals, "entonces capitán de fragata y años después comandante -director de la Escuela Naval", recuerda Prudencio Landín.

Éste considera que "en cuanto a amabilidad" el entonces joven príncipe "se pasaba".

A modo de ejemplo, rememora que conversaba en el centro de Pontevedra con un viejo amigo "izquierdista histórico... Apareció el príncipe y no me dio tiempo a cruzar la calle para saludarle. En dos zancadas se acercó y se despidió... Mi amigo se disculpó cortesmente por estar con barba de dos días. Don Juan Carlos le tranquilizó diciendo que él tampoco había tenido tiempo de afeitarse. Me fijé en su cara: no tenía la pelusilla de un melocotón".

Recuerda también que el heredero era en esta etapa de guardamarina un "mozo rubio y grandullón" que hacía gala de discreción. Durante aquel verano el cronista coincidió en la tumbona de al lado del monarca a la hora de la siesta, compartiendo en la casa de amigos comunes "una conversación que yo pretendía derivar hacia algún tema político para ver como respiraba aquel jovencito catorce años menor que yo. Inútil. La lección de la prudencia, entonces, se la sabía como los ángeles".

El 16 de julio de 1958 concluyó sus estudios. "No hubo una fiesta de despachos como para pasar a la historia de las grandes conmemoraciones. Nos despedimos con una simple copa en el parque del Casino", indica la misma fuente. Brindaron y Rafael Landín jura que el ya alférez de navío lo hizo con un coñac o un jerez, en copa pequeña de 2,50 y no fue, aclara, por falta de generosidad de Martín, el encargado del bar, sino "porque Su Alteza tenía hábitos austeros".