Orgullo de presidentes
La imposible recuperación de una buena sintonía entre Rajoy y Aznar y sus entornos
ALBERTO MENÉNDEZ
El PP hace ya tiempo que no es una fuerza homogénea; sí lo era cuando la lideraba José María Aznar, quien durante una decena de años, ocho de ellos al frente del Gobierno de España, apenas tuvo contestación interna. El dedo del fundador del partido, Manuel Fraga, en colaboración con otros notables de la organización, le llevó a tan alta responsabilidad. Pero el político gallego nunca puso en entredicho su autoridad. Muy distinta aquella situación a la actual: Aznar designó a Mariano Rajoy como su sucesor -en detrimento de Rodrigo Rato, Jaime Mayor Oreja y Javier Arenas- pero, a diferencia de Fraga, con el paso de los años fue perdiendo la confianza en él hasta el punto de que hoy el anterior presidente y el actual encabezan dos sectores contrapuestos en el PP.
¿Acaso Aznar esperaba que Rajoy se plegase a sus deseos y todo cambió cuando comprendió que no iba a ser así? ¿Es que, como opinan muchos en el PP, en política el hijo siempre acaba matando al padre? ¿Mantuvo Fraga todo su protagonismo en el partido por él fundado cuando se fue al destierro de Galicia dejando en su lugar a Aznar? ¿No es la misma situación?
Si alguien albergaba alguna duda sobre las diferencias existentes entre Mariano Rajoy y José María Aznar seguro que se le han disipado esta semana con la polémica en torno a la campaña electoral europea de los populares, con Miguel Arias Cañete como cabeza de lista. La dirección nacional del partido no incluyó en ningún acto a Aznar, un "olvido" que éste criticó públicamente. Visto el escándalo, el equipo responsable de la campaña intentó reconducir la situación ofreciéndole al presidente de honor del partido participar en dos mítines junto a Cañete. Sin éxito: es cierto que estarán juntos en un acto, pero el aznarismo ha dejado claro que no forma parte de la campaña electoral del PP en el sentido más estricto del término. La fundación FAES (el reducto del expresidente) viene a decir, más o menos, que es una reunión de amigos, nada más.
Buena memoria
En toda esta controversia Rajoy ha dejado hacer a sus colaboradores. No ha entrado en litigio. Probablemente pensara que lo que menos le interesa al PP en la cuenta atrás para las elecciones europeas es la participación de Aznar. El expresidente moviliza a la izquierda más que ningún otro político de la derecha. O al menos eso consideran los seguidores de Rajoy. Y lo que más le conviene al PP son unas elecciones de perfil bajo, sin estridencias, en las que acudan a las urnas sólo los más convencidos, sobre todo de los partidos rivales. Por eso ¿alguien puede pensar realmente que no incluir en los actos de campaña a Aznar fue un olvido?
Mariano Rajoy tiene muy buena memoria. No olvida. Al menos eso dicen cualificados militantes del PP consultados por este periódico y personas de confianza del presidente del Gobierno. En 2004, tras la masacre terrorista del 11-M, el hombre elegido por Aznar para gobernar se encontró con una derrota no prevista, un batacazo electoral que le cogió de sorpresa, y con los graves problemas que acarrea torear con un partido que de la noche a la mañana pasa a la oposición y se queda sin cargos institucionales, sin nada que repartir. Un partido, además, no controlado en aquel momento por él, sino por los aznaristas. Y así comenzó Mariano Rajoy una dura, muy dura, travesía del desierto. Una travesía en la que los feos por parte de aquellos que habían dirigido la organización y a los que él fue apartando paulatinamente fueron multiplicándose. Y entre los más belicosos, los más agresivos con el nuevo líder popular, se encontraba fundamentalmente gente muy cercana a Aznar, como el exsecretario general del partido, Francisco Álvarez-Cascos, o la expresidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre.
Y así llegó el Congreso nacional del PP de Valencia, en 2008, cuatro años después de que Rajoy se hiciera cargo del partido. Ahí fue donde definitivamente se zafó del aznarismo, aunque no sin antes recibir un trato congresual lleno de desplantes y ninguneos por parte de la vieja guardia de la organización. Y a esos desplantes, a esos momentos, es a los que se refiere el personal de confianza del actual presidente del Gobierno cuando habla de su muy buena memoria, de que no olvida. En Valencia hubo incluso una operación para encumbrar a Esperanza Aguirre al frente del partido, una maniobra que finalmente no fructificó y que llevó a sus protagonistas a resguardarse en los cuarteles de invierno a la espera de un resbalón electoral de su adversario (¿o sería mejor decir enemigo?) Mariano Rajoy.
Este traspié tan esperado por los aznaristas no se produjo y cuatro años después Rajoy llegó al Congreso de Sevilla con un partido totalmente renovado (con alguien a la cabeza como María Dolores de Cospedal, sin ataduras anteriores) y con unos excelentes resultados electorales, los mejores logrados por el PP en toda su historia.
Con anterioridad al triunfo en los comicios generales de 2011, ya rodeado de un equipo de personas de su confianza, Rajoy había comenzado a desprenderse de personas de mucho peso del entorno de Aznar. Destaca, sobre todo, su negativa a que quien fuera durante muchos años todopoderoso secretario general popular, Francisco Álvarez-Cascos, encabezase la candidatura del partido en las elecciones autonómicas asturianas. Ambos políticos nunca había congeniado, pero quizás la gota que colmó la paciencia de Rajoy fue la belicosidad mostrada por Cascos en el Congreso del PP de Valencia y, sobre todo, que el asturiano fuese uno de los grandes sostenes de Esperanza Aguirre (quizás su principal consejero) en la pugna por el liderazgo del PP. Cascos consideró una afrenta la decisión de Rajoy y se fue del partido para crear una nueva formación, con la que llegó a ser, aunque solo por un año, presidente del Principado de Asturias. Hoy Cascos continúa manteniendo muy buenas relaciones con Aguirre, con la que se reúne habitualmente, y ha recibido elogios de Aznar en sus memorias. No son solo muchos años de colaboración estrecha, sino que comparten una misma manera de ver la política, aunque ahora militen en partidos diferentes. Sin Rajoy, piensan, seguro que todo volvería a ser como antes. Y por lo que se está viendo hacen todo lo posible para que ello suceda.
En esa segregación de una parte del partido y de determinadas personas (entre ellas, especialmente, Álvarez-Cascos), probablemente tuvo mucho que ver el "caso Bárcenas". La dirección del PP liderada por Rajoy era consciente de que antes o después las irregularidades, los presuntos chanchullos e ilegalidades del extesorero, iban a salir a la superficie, como así fue. Una forma de actuar la de Bárcenas que se había consolidado en los tiempos en los que Aznar y Cascos controlaban con mano de hierro la organización. ¿Alguien que conozca un poco a quien fuera durante diez años número dos del PP puede creer que no se enterase de lo que estaba sucediendo? No, es imposible. Tanto el caso Bárcenas como la trama Gürtel remiten a la misma época, la del aznarismo, y parece cada vez más evidente que Rajoy y su equipo han querido romper con todo ello.
El PP ha cambiado mucho desde los tiempos del liderazgo de Aznar. Lo que pasa es que éste y sus colaboradores más cercanos no se han percatado de ello (o más bien no han querido percatarse). El expresidente del Gobierno no ha sabido irse con naturalidad, asumir su nuevo estatus; no ha aceptado aún (y por lo que se ve probablemente no lo haga nunca) que su hijo político ha acabado logrando mejores resultados electorales que él. No lo lleva, como tampoco lleva que el sector duro del PP, el que él representa, cada vez sea más minoritario en la organización, hasta tal punto que haya gente como Álvarez-Cascos y más recientemente Alejo Vidal Cuadras (por poner sólo dos ejemplos) que acabaron yéndose de su partido de toda la vida para crear otros, caso de Foro y Vox. Que Rajoy haya prescindido de Jaime Mayor Oreja como cabeza de lista del PP a las europeas tampoco le ha sentado nada bien a Aznar. Un agravio más a sumar en el debe de Rajoy.
"Lo que ha sucedido y está sucediendo en el PP es algo normal", en opinión de un destacado dirigente popular con muchos años de experiencia en el partido. "No todos podemos pensar igual; está claro que hay dos sectores claramente diferenciados y que el presidente del Gobierno, lógicamente, tiene en estos momentos la sartén por el mango", añade. "Y más aún", sigue, "cuando se siente traicionado una y otra vez por su padre político". Conclusión: no cabe la vuelta atrás. Rajoy y Aznar seguirán distintos caminos y se separarán cada vez más. La palabra armisticio, al menos en este momento, no tiene cabida en su vocabulario.
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