Con pena pero sin gloria se avecina la despedida de aquella, a pesar de haber sido un referente nacional frente al tirón nacionalista durante los últimos ocho años en los que ocupó la presidencia provincial de Guipúzcoa (2000-2004) y la regional (2004-2008). En principio, ni siquiera tiene la menor intención de asistir al congreso, que arrancó este viernes en Bilbao.

Muchos analistas sostienen que, después de su sonada renuncia a seguir ejerciendo el liderazgo, la sombra de San Gil marcará el desarrollo del congreso. Lo dudo, más allá del homenaje que le rendirá Carlos Iturgaiz al defender en su nombre -por ausencia de la presidenta- la gestión de la dirección del PP en el País Vasco desde la celebración del último congreso. O del ocasional reconocimiento que le dispensarán los intervinientes en las sesiones plenarias de apertura y de clausura.

En todo caso, cuando este domingo Antonio Basagoiti ya sea el presidente, con un equipo y un discurso nuevos, la espantada de San Gil se perderá en la polvareda. Ahí se agotan los aspavientos de quienes acusan a Rajoy de rendirse al nacionalismo y traicionar los grandes principios del partido. No exagero. Uno de los seguidores de María San Gil, que optó por la espantada en vísperas de este congreso, Pedro Altuna, dirigente guipuzcoano, califica de "ignominia" la supuesta "política de guiños" de la nueva dirección nacional.

Otra dirigente provincial, Maribel Melgosa, que también anunció su dimisión dos días antes del conclave, declaró que lo hacía "por no dejar sola a Maria". Un gesto innecesario, si tenemos en cuenta que abandonó el barco por propia voluntad. Con apuesta política incluida, eso sí. Apostó y perdió. Por un error de cálculo. María San Gil, un símbolo españolista en territorio comanche, lanzó un órdago envuelta en la bandera de los grandes principios. Pero la política no sólo es discurso ético y debate de ideas. También es recuento. Y a la hora de contar (la famosa votación del 19 de mayo en la Junta Directiva), se demostró que tenía menos apoyo del previsto.

El partido no se colapsó, como esperaban quienes la animaron a dar el paso como parte de una ofensiva inmisericorde contra la continuidad de Rajoy. Este fin de semana María se despide. La dan por despedida, en su ausencia. Pero nunca podrá decir que fue expulsada. Y mucho menos "triturada", en expresión de Pedro Altuna, otro de los dimisionarios en solidaridad con quien está a punto de convertirse en la ex presidenta del PP vasco.