En 1869 Carlos Albo Kay empezó su gran aventura empresarial abriendo una pequeña fábrica de salazón de anchoa en salmuera en Santoña, uno de los puertos pesqueros más importantes del Cantábrico. Un año después, las conservas ya estaban presentes en las las mesas viguesas mientras el capitán Nemo realizaba su incursión literaria en la Ría de Vigo a bordo del Nautilus en busca del tesoro de Rande. Este viaje, plasmado por el escritor Julio Verne en “Veinte mil leguas de viaje submarino”, fue seguido por el autor de la novela en dos ocasiones, en las dos visitas que realizó a Vigo con su yate Saint Michel III en 1878 y 1884. Hoy, 150 años después la conservera Albo, con sede principal en Vigo, celebra su siglo y medio de vida, con una historia muy vinculada a la ciudad olívica.

Los inicios de la compañía Albo en Santoña se enmarcan en un contexto de transformación de la villa cántabra, que pasa de ser una plaza militar a centrar su actividad en la pesca y fabricación de escabeches. Tras unos años de experiencias en el mercado local, conquistan la capital, donde sus precios eran imbatibles, especialmente porque la comunicación por ferrocarril con Madrid era superior a la de sus competidores gallegos. En esos años Vigo vive un auge de la industria conservera, impulsado por la liberación de los aranceles para importar la hojalata que encarecía el producto, por la producción de un aceite de mayor calidad y por la apertura del ferrocarril en 1881, que permite el acceso a mercados con mucha demanda.

Pasada la Primera Guerra Mundial, que benefició a Albo al convertirse en suministrador de ambos bandos, la empresa se instala en Bermeo y en Vigo en 1917, con dos fábricas que se añaden a las cuatro existentes en Cantabria, Asturias y Galicia. Pretende de este modo cubrir la creciente demanda en el mercado nacional e internacional. En 1916 la producción diaria era de 100.000 latas, cifra que se triplicó hasta alcanzar las 350.000 en los años 30, época en que la plantilla oscilaba entre los 1.200 y 1.600 trabajadores, siendo un 75% mujeres. La fábrica de Vigo enseguida cobra una importancia clave en la empresa, con una enorme producción de sardina, bonito, mejillón y berberecho.

Mientras tanto, Vigo, que se convierte en principal productora y exportadora de conservas en 1905, vive una auténtica revolución industrial. El sector de la conserva arrastra la creación de astilleros, empresas consignatarias e industrias auxiliares (litografías, fábricas de envases, etc). Se requiere mano de obra y la ciudad recibe miles de inmigrantes del interior de Galicia que abandonan sus trabajos de autónomos en el campo o el mar para emplearse en las fábricas. La clase obrera, cada vez más numerosa, comienza a organizarse. Por su parte, los empresarios del sector ya plenamente consolidado crean la Unión de Fabricantes de Conservas, de la que Francisco Albo Abascal forma parte de la directiva.

La escasez de sardina entre 1909 y 1912 provoca el cierre de seis de las 46 fábricas de conserva que existían en Vigo y obliga a la industria a desplazarse a caladeros más lejanos. Una flota de vapores de altura sustituye entonces a pequeñas embarcaciones costeras de vela.

A principios de los años treinta, la empresa Albo realizó una de sus inversiones más importantes, creando una gran fábrica de 6.300 m2 en pleno puerto de Vigo, según un proyecto del arquitecto Jenaro de la Fuente inspirado en un pazo gallego. En ella se introdujeron modernos sistemas de producción de la época, llegados de Estados Unidos, Inglaterra y Alemania. Una vez terminado el complejo, en 1934, la compañía traslada su sede central a Vigo.

Cuando estalló la Guerra Civil española, la fábrica de Albo en Candás quedó enclavada en la zona republicana, pasando a estar gestionada por organismos de carácter obrero. Sin embargo, en las plantas gallegas de Vigo y Celeiro la producción se multiplica para atender la Intendencia Militar y los mercados bajo el control del bando sublevado.

En el periodo de postguerra, durante la Segunda Guerra Mundial y tras la finalización de ésta la empresa, gracias a su gran número de plantas y a una estructura de ventas equilibrada, consiguió suavizar el impacto de estos hechos históricos. Hacia finales de los años cuarenta la exportación suponía la mitad de las ventas. En 1947 la producción anual era de 20 millones de latas.

Hasta los años sesenta, Hijos de Carlos Albo presentó una estrategia de producción basada en varias ubicaciones para sus plantas. De esta forma tenía acceso a materias primas en diversos puntos, lo que no tensionaba los precios, y dado que gran parte del proceso era hecho a mano, el acceso a economías de escala era más bien escaso.

Sin embargo, a finales de los años sesenta, la materia prima empezó a escasear y los costes de producción se dispararon, pero los precios finales seguían sometidos al control gubernamental. Además, las plantas sufrieron un proceso de mecanización, lo cual redujo la mano de obra y aumentó la producción. Así, desde 1970 hasta 1985, la empresa comenzó un proceso de reestructuración de la producción, con el cierre de algunas fábricas, hasta quedarse con un total de seis.

Este proceso se extendió hasta la actualidad, y hoy en día la compañía cuenta con tres fábricas en las que diversifica su producción. La de Celeiro, especializada en túnidos, la de Tapia de Casariego, que mantiene en sus líneas platos elaborados, principalmente fabada, y finalmente Vigo, la central, donde la versatilidad de producción es una de sus señas de identidad.

En los que años que Albo lleva ubicada en Vigo, la ciudad protagonizó el mayor salto demográfico protagonizado por una urbe en Europa. De los 35.000 habitantes que la poblaban en 1904 se pasó a más de 65.000 en 1940, 137.873 en 1950 y los casi 300.000 a finales del siglo XX y en la actualidad. Puerto de origen y destino de los emigrantes de toda España que partían a América y regresaban al viejo continente, la ciudad se convirtió en asentamiento de muchos de ellos. A medida que aumentaba la población, la urbe se fue expandiendo y fue testigo de los grandes avances del siglo XX. La llegada del tranvía en 1911 y su desaparición en 1968 dando paso a los autobuses urbanos, el apogeo de las grandes salas de cine a principios de hasta su cierre a finales del siglo pasado, los planes urbanísticos, las transformaciones económicas con la llegada de la industria de la automoción y la flota congeladora, el movimiento obrero, la reconversión naval, la implantación de la universidad, la apertura del aeropuerto de Peinador o la construcción del Puente de Rande han sido algunos de los hechos históricos de los que Albo ha sido testigo en la ciudad olívica.

La conservera gallega Albo quiere seguir creciendo y poder abastecer todos los mercados en los que opera. Por eso se instalará en una parcela (necesita 70.000 metros cuadrados) de la Plataforma Logística de Salvaterra-As Neves (Plisan), también conocida como puerto seco de Vigo.

La inversión prevista es de 25 millones de euros, y el proyecto, ya licitado, está a la espera de recibir presupuestos. La fecha de inicio de las obras sería el 2020.