Los conceptos de victoria o derrota son por naturaleza subjetivos. Perder la final de un mundial de fútbol es un fiasco. Los jugadores lloran desconsoladamente (vale, al menos un ratito) y lamentan su mala fortuna. Sin embargo, ganar el tercer puesto se traduce en júbilo y abrazos de los mismos futbolistas. ¿Es acaso más importante ser tercero que segundo?

Esa percepción sobre éxito y fracaso alcanza su paroxismo en la política, siempre abonada al retorcimiento de los datos en pos de un análisis favorecedor de los intereses propios y lesivo para los ajenos. En unos comicios, la práctica alcanza su cénit. De hecho, la RAE debería actualizar su definición de elecciones, a saber: proceso democrático por el que se designa mediante votos a los representantes políticos de los ciudadanos y en el que ningún partido resulta perdedor.

Tras el 26-J, todas las formaciones se han declarado satisfechas y seguras de que lo que han dicho las urnas es la prueba del nueve de que caminan en la buena dirección. El éxito está a la vuelta de la esquina. La realidad es otra. Detrás de esa exaltación se oculta la ausencia de autocrítica o una euforia sin fundamento.

Entusiasmo popular

El PP ha celebrado el resultado con un entusiasmo sorprendente. Es cierto que ha sido el más votado con 52.000 papeletas (31%), pero también que apenas ha aventajado en un punto a Marea. Que han captado 3.500 apoyos más sobre el 20-D, pero también que se queda lejos de los más de 60.000, su hábitat. Parece que ha recuperado terreno, pero también que esa bolsita de votos procede de Ciudadanos y, por tanto, no araña apoyos a Marea ni a PSOE. El PP sigue a enorme distancia de su verdadero reto: la Alcaldía. Aunque ellos replicarán: ya lo estuvimos más.

La emoción de los populares quizá responda más a un ejercicio de automotivación. Y deja traslucir el temor a un resultado más discreto. Más que el festejo de un éxito, han exhalado un suspiro -alegre, eso sí- de alivio.

Una "marea" agridulce

Cuando das por hecho el primer puesto y finalizas segundo, el regusto es amargo. El resultado de En Marea ha sido excelente. Atesorar el 30% de los votos es todo un capital, impensable hace unos años. Aunque si sales con un 34% y te quedas en un 30% (casi 9.000 papeletas menos), el espíritu festivo decae. Esta alianza tuvo el domingo una ocasión de oro para poner tierra de por medio sobre sus rivales, dar un golpe encima de la mesa y proclamar alto: somos el futuro gobierno. Pero no ha sido así.

Lo acontecido alimenta dudas sobre el peso real de En Marea. La sensación es que ha tocado techo y que sus votantes se han movido pensando más en llevar aire fresco al Congreso, jubilar a Rajoy y reprobar a un endeble Pedro Sánchez que en anticipar su voto municipalista. ¿Vale de verdad En Marea un 30% de los votos o muchos son prestados por otros (en concreto por Caballero) para una cita en la que la ciudad no se jugaba nada? El tiempo lo dirá.

El PSOE y la ley de la calle

El PSOE partía de un pésimo resultado (22%), así que una mejoría era probable (23,9%). Aunque sotto voce sus líderes insistían en que ésta no era su guerra -menos después de que Pedro Sánchez apoyase a Xoaquín Leiceaga como candidato a la Xunta frente a la apuesta de Vigo por José Luis Méndez Romeu-, es ingenuo pensar que un hundimiento les sería ajeno. A un equipo ganador nunca le gusta perder y menos por goleada, aunque el partido sea amistoso. El perfil que mantuvo el alcalde en esta pugna ha sido bajísimo, casi inexistente. Un síntoma de desapego. Y al relativizar la trascendencia del 26-J, en realidad estaba minusvalorando el fiasco que volvió a ser.

Pero Caballero recibirá gustoso (o casi) cualquier bofetada electoral que no sea en el ámbito local. En este terreno "ni una broma". Y se muestra seguro de que los votos fugados a Marea y al PP regresarán al redil socialista en 2019. Caballero mantiene, y los números así parecen acreditarlo, que en Vigo ya no se votan unas siglas -por fortuna para la depauperada marca del PSOE-, sino que se da un apoyo personal y a una gestión. Y en ese terreno se siente imbatible.

Pero ¿qué ley física, matemática o de la ciencia política puede garantizarle que las papeletas que huyeron a otras candidaturas regresarán a las filas socialistas en tres años? Ninguna. Sin embargo, Caballero apela a otra ley: la de la calle, la que se construye con el contacto directo con los vigueses. Y según ésta no habría motivos para el nerviosismo, mucho menos para la histeria. Quizá sea así. O no.

Ciudadanos es la historia de la eterna promesa. Apunta alto pero no acaba de cuajar. En el 26-J tuvo su gran oportunidad pero los datos le dejan de nuevo en el banquillo, a ver cómo los demás se fajan en el campo. Un triste destino para una formación emergente. Ellos se declaran contentos. Es el triste consuelo de quien sueña con jugar pronto Balaídos y debe conformarse con hacerlo desde una consola.

El BNG, por último, sí que ha perdido. De hecho, casi todo. Desde hace años ya no juega en la Primera División de la política local. Y desde el domingo ya se mueve en la categoría regional, en pelea con el Partido Animalista. Con un presente casi inexistente, es casi imposible vaticinar su futuro. Si lo tiene.