Por la calle se escucha: "Vamos a votar, es hora de cambiar las cosas". En un colegio electoral una señora le dice a otro: "Ya vamos ganando". Y cierra los puños en señal de victoria.

A estas horas, lo más seguro es que uno de los dos habrá tenido razón y estará celebrándolo. No obstante, ayer daba igual el color porque el ambiente era festivo. Al fin y al cabo, dicen que unas elecciones son la fiesta de la democracia. Y en una fiesta siempre hay vencedores y vencidos.

Lo cierto es que había más gente en los locales electorales y en sus alrededores que en las terrazas. Las mesas se constituyeron sin problemas en las 2.400 sedes, salvo algún retraso puntual, como es habitual, por otra parte. A lo largo del día, apenas hubo incidentes, hasta que la dirección del BNG denunció "irregularidades" en una mesa de Rairo, en Ourense, tras la votación de varias electoras, "con capacidades físicas mermadas", trasladadas en vehículos por trabajadores de residencias de ancianos y monjas. Y en un colegio de O Burgo, Culleredo, la Guardia Civil se tuvo que desplazar dos veces debido a las discrepancias de una apoderada del Bloque respecto a la organización de las votaciones. Situaciones testimoniales que no alteraron la evolución de la jornada de forma tranquila.

Con todo, a media mañana la participación ya había aumentado más de cuatro puntos respecto a 2016 (casi 100.000 gallegos más habían votado a las 12 horas). Hugo, que lleva 15 años siendo interventor del PSOE, comenta: "La mañana está yendo con absoluta normalidad, se ve que hay mucha respuesta por parte de los ciudadanos. No echamos en falta la gente de elecciones anteriores". De hecho, esperaba que "el proceso fuera mucho más lento". Aunque siempre hay disidentes. Es el caso de un vecino que vive a diez metros de un instituto electoral y se encontraba posado en su ventana. El que más cerca lo tenía para ir a votar fue el más dejado: "Me da mucho coraje". "¡Hay que ir a votar, aunque sea en blanco!", le recriminaba un conocido desde su puesto en la acera. Por la tarde, el buen tiempo ralentizó la participación, ya que solo fue un 0,5% superior a la de hace cuatro años.

Y es que este domingo Galicia vivió unas elecciones atípicas, al producirse en verano y en medio de una pandemia, con mascarilla y sin contacto entre los gallegos. La Xunta puso 2,4 millones de máscaras y 43.000 botes de geles a disposición de los electores. "Tenemos pantallas. Y nos dieron una caja a full de mascarillas. Habrá unas 400 solo para mi mesa", cuenta Esteban, mientras se toma un descanso fumando un cigarro.

Las colas que durante el confinamiento se crearon en los supermercados ayer se trasladaron a los colegios, institutos, pabellones y diferentes tipos de sedes electorales. Y fueron una constante, sobre todo hasta la hora de la comida. En esta ocasión, estaban mejor organizadas, bajo un protocolo: vigiladas por voluntarios de Protección Civil, con circuitos de ida y de vuelta, con más puertas habilitadas y pegatinas en el suelo para evitar las aglomeraciones. La posibilidad de contagio era una de las variantes que casi echa para atrás a personas como Julio, de 60 años, que acabó acudiendo, para después continuar el día en alguna playa.

Juan, segundo vocal en una mesa del CEIP Illas Cíes de Vigo, cuenta que "antes de las 10 de la mañana se formaron colas de hasta una hora". Javi, votante en el IES Castelao, también en Vigo, explica que llegó a las 11 y tuvo que esperar "25 minutos".

Otro detalle curioso y menos desesperante que dejó la jornada fue que, a pesar de las particularidades de este 12J, votar no tiene edad.

En Valga, la persona de mayor edad del municipio arousano, María Bouza, de 104 años, no faltó a la cita. Hipólito Cerqueiras, que cumplió los 100 hace una semana, tampoco. Como el otro millón y trescientos mil de gallegos.