Si los resultados de la provincia de Pontevedra se hubiesen reproducido en el conjunto de Galicia, la fotografía de la jornada electoral habría tenido un tono distinto: igual de festivo en el fondo para los populares, pero con una sonrisa menos estratosférica. La formación presidida por Alberto Núñez Feijóo coqueteó, casi hasta el final del escrutinio, con la pérdida de un escaño. Y así fue. Cuando el recuento había superado el 93%, los socialistas de Gonzalo Caballero tuvieron en sus manos un sexto diputado en la demarcación pontevedresa, y durante su comparecencia a los medios el PSdeG estaba a 160 papeletas de hacerse con él. Finalmente, a cierre de esta edición, el Partido Popular se quedó sin ese número 11, que había aguantado hace cuatro años. La formación azul cosechó el 42,36% de los apoyos, en una jornada en la que ni el calor ni la pandemia hicieron cumplir los temores a una baja participación. Acudieron a las urnas el 58,95% de los ciudadanos con derecho a voto, frente al 55,14% de hace cuatro años.

En Pontevedra Feijóo sufrió un ligero retroceso en los apoyos, insuficiente para alumbrar el objetivo de la izquierda de abortar una nueva mayoría absoluta del líder conservador. No tuvo dique de contención, ni por babor ni por estribor: el gran resultado del BNG se fraguó a costa de la debacle de Galicia en Común, que apenas fue capaz de rentabilizar el PSOE; ni Vox ni Ciudadanos pudieron aspirar a replicar la instantánea de otras comunidades donde se han fraguado alianzas como con la que experimentó Pablo Casado en País Vasco, o como la que propició, gracias a los de Santiago Abascal, la investidura de Isabel Díaz Ayuso en Madrid. En Galicia no le ha hecho falta: la oferta de Inés Arrimadas de una candidatura conjunta solo le habría reportado ayer unas escasas 9.500 papeletas a Feijóo.

En todo caso, el respaldo en Pontevedra al Partido Popular cayó en nueve décimas, y se quedó a casi seis puntos de la media autonómica, donde repitió el 48% que ya había rozado hace cuatro años. La pontevedresa no es una plaza fácil: la presidencia de la diputación está en manos socialistas, y las dos principales urbes están gobernadas por PSOE y BNG, al igual que concellos como O Porriño, Nigrán o los de O Morrazo. El rol de la ciudad de Vigo en estos resultados ha sido otra vez determinante: Abel Caballero exprime su hegemonía en cada cita electoral, y ayer reportó a su formación en torno al 32% de los sufragios, una ratio que ya habría querido para sí el PSdeG a nivel gallego. En la ciudad olívica, que suma alrededor del 45% de los residentes en la provincia, el Partido Popular volvió a cosechar una victoria, aunque dos puntos por debajo en el cómputo total de sufragios (32,5%) en comparación con 2016, y 8.300 papeletas menos. Los socialistas avanzaron en más de nueve puntos. A nivel comarcal, el área de Vigo arrojó diferencias menos abultadas entre las principales formaciones: no hubo sorpasso del Bloque al PSdeG, por ejemplo, Galicia en Común superó el 5% de los sufragios (frente al 3,9% autonómico) y el PP se quedó por debajo del 36%.

El reparto final de escaños de la provincia aportó esos 10 a los populares, 6 al BNG y 6 a los de Gonzalo Caballero. En los pasados comicios la candidatura de En Marea había recibido el respaldo de más de 107.000 pontevedreses, representantivos del 22% de los sufragios. Galicia en Común, liderada por Antón Gómez-Reino -que se ha quedado fuera del Parlamento-, apenas fue capaz de retener unas 20.000 papeletas. Fueron los de Ana Pontón los que hicieron cosecha de la debacle morada, también en Pontevedra. Los nacionalistas pasaron del 8,9% al 24,7%, hasta superar holgadamente los 109.000 votos: fueron en torno a 65.400 más que en 2016. El PSdeG recolectó otros 13.200 adicionales, pero no le sirvieron para evitar ser la tercera fuerza provincial con el 23,11% de las papeletas (superó las 103.000). Ya lo había sido en las pasadas elecciones, pero con distinta ganador de la medalla de plata. Porque a Galicia en Común no le sirvió la intensa campaña realizada en Galicia por la titular de la cartera de Trabajo, Yolanda Díaz, una de las caras visibles del Gobierno durante la pandemia, y negociadora de medidas de índole social como los ERTE o la prestación de cese de actividad para los autónomos, con más de 350.000 beneficiarios gallegos. Tampoco el respaldo del líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias.

Vuelve la demarcación provincial a tener una representatividad tricolor, sin un cuarto componente. Tras la malograda aventura de Galicia en Común se situó el partido Vox, cuya campaña -Galicia es verde- no caló entre los electores. De ninguna circunscripción. Los de Abascal se quedaron por debajo del 2% de los votos, un porcentaje que apenas se vio superado en concellos como Marín (2,7%), Pontevedra (2,4%) o Sanxenxo (2,2%). Fue residual: se quedó en los 8.600 sufragios. Duplicó eso sí los apoyos de Ciudadanos, que apenas fueron capaces de superar el 1% en la provincia. Y eso que fue su mejor resultado de las cuatro: en Lugo estuvo a punto de ser superada por Pacma. Poco consuelo para la candidatura de Beatriz Pino el haber batido -como se esperaba- a los de Pancho Casal. Marea Galeguista sí quedó por debajo de la formación animalista: solo el 0,23% de los electores confiaron en su proyecto.