Una España movilizada electoralmente como nunca -la participación superó casi al 75%-, y estrenando también una nueva fórmula de fin del bipartidismo, que antes había sido un estallido en cuatro y ahora lo ha sido en cinco fuerzas estatales, es la fotografía de país que sale del 28-A. De momento sin una fórmula solvente para resolver los muy graves problemas que tienen estos Reinos, y esa será la segunda foto, la que más preocupación suscita porque es la que se relaciona con las vidas y haciendas de sus habitantes.

Unos habitantes que se han visto, obligados o voluntarios, inmersos en los antiguos esquemas de derechas e izquierdas, sin términos medios a pesar de los intentos de crearlos, por culpa de la propia inercia de campaña. Cierto que el alza de Ciudadanos obligaría a matizar esa realidad plasmada en el escrutinio, pero probablemente el éxito -siempre relativo cuando no se gana- del partido de Rivera es resultado más del hartazgo de muchos votantes del PP por sus hasta ahora siglas y balances que por el escaso programa de su alternativa. Pero esta es, como siempre, sólo una opinión personal.

La fiesta del PSOE, en Ferraz y en el resto de sus sedes significativas, tiene mucho de desahogo después de las críticas, todas muy duras y seguramente unas cuantas merecidas por su forma de actuar en diez meses y antes por un comportamiento que desembocó en la moción de censura. El balance servirá como exaltación de un presidente que personalizó la gestión, la campaña y sus riesgos y que apostó con ello al "todo o nada". Le salió casi todo, pero tendrá que elegir entre una fórmula más moderada que otra: las cuentas con Ciudadanos le da una suma suficiente para una mayoría absoluta de diputados, pero también con Podemos, PNV y algún huérfano aislado. Su elección será significativa para el futuro: nadie duda de que la UE apuesta por la primera fórmula y que una parte de la militancia socialista gusta más de la segunda. Pedro Sánchez tendrá ahora que demostrar si su moderación era de verdad o sólo un maquillaje de éxito. Y, además, tratar con Rivera y lograr que, "por motivos patrióticos", éste aceptaría desmentir con hechos su rechazo a pactos por la izquierda,

La segunda de las referencias de la jornada es la caída libre en que se encuentra el PP desde hace varios años. Un dato éste especialmente doloroso para los populares gallegos y sus votantes, que no sólo han sufrido una derrota anunciada por las encuestas y nunca creída por sus dirigentes sino jamás imaginada en sus dimensiones por su extensión y dureza. En Galicia, la joya de la corona de la derecha moderada española, sus dirigentes han pagado muy caro el apoyo a un presidente, Casado, desconocido y bisoño y quizá -¡quién lo sabe?!- también el disgusto de sus militantes por la renuncia del señor Núñez Feijóo a asumir la responsabilidad que sus correligionarios le ofrecieron para enderezar el rumbo de un barco que navegaba directo hacia las piedras. Y lo peor puede no haber ocurrido, porque el panorama municipal del 26/M no es mejor, y Ciudadanos e incluso Vox acechan, aunque poco todavía, en ese horizonte. Por no hablar de la perspectiva del 2020, aunque los resultados de ayer modificarán seguramente algunos cálculos y propósitos de futuro. Si saben evitar las espantadas, permanente, tentación en este antiguo Reino.

Habrá seguramente quién afirme -algunas reacciones en ese sentido se han escuchado ya- que este 28/A no ha sido estrictamente hablando un buen día para una Galicia galleguista. El PSOE de Sánchez, aquí, no parece a día de hoy un partido dispuesto a echarle un pulso a la dirección federal para defender los intereses de la Comunidad. Hasta ahora no lo han hecho, al menos desde el punto de vista personal de quien lo escribe, al menos a partir de los relevos estructurales en el llamado PSdeG, pero tiempo y ocasión habrá para rectificar si fuere menester. Que ojalá, aunque ni parece esa la línea de actuación de su directiva actual que, por cierto, ni se acerca a las posiciones del PPdeG en las últimas polémicas. Y se equivocarían, seguramente, los que piensen que los resultados de las generales pueden extrapolarse automáticamente a unas autonómicas, cuando llegue el momento y según quiénes sean los candidatos.

Los otros partidos gallegos, y los que están en Galicia, apenas han salido de sus estrechos límites, y por eso se hablaba de que el de ayer no ha sido, desde ese punto de vista, un buen día para este Reino. En Marea no pudo abonar la factura por su desdichado historial de cuitas y peleas recientes, y Podemos, aquí se ha salvado por los pelos después de dejar unos cuantos en la gatera. Y el BNG, a pesar de sus expectativas, habrá de hacer frente algún día a la evidencia de que en estos lares no hay soberanistas bastantes para llevarles a la Carrera madrileña de San Jerónimo, y de que esto no es Cataluña ni Euskadi. ¿Y los demás? Pues como en el chiste: bien, gracias. Ciudadanos ya no es inexistente en este lado del Macizo Galaico y Vox ha pasado de ser una anécdota a convertirse en una sombra no muy alargada (de momento al menos). Quizá por eso no pocos sientan, esta mañana, una cierta sensación de escasez de compromiso con el país. Pero esa es, también, una opinión personal. Conste.