Vox encabeza sus listas con cuatro generales y ningún sargento, proporción ajustada a un partido populista. Las elecciones generales han dado paso a las elecciones de generales, menos mal que estas cosas solo pasan en Turquía. Son militares devotos y de votos de Franco, que arrastran por los suelos su prestigio y el de su institución al alistarse en el ejército de la ultraderecha.

Al igual que sucede con episodios tan nocivos como la corrupción de miembros de la Familia Real, la querencia de ilustres miembros de la milicia por el neofranquismo permitirá que la afición se ahorre los empalagosos discursos sobre el ejemplar comportamiento democrático de las Fuerzas Armadas, un clisé que debía deslumbrar a los ciudadanos desarmados.

Las generales de los generales cursan con el sospechosos silencio de quienes se exaltaron cuando Julio Rodríguez se presentó por Podemos, dato que afianza el consenso de que la sede natural del generalato es el regazo de la ultraderecha moderada. La añoranza de una buena dictadura no solo figura en la incorporación masiva a Vox, sino en el descubrimiento curricular de que se han otorgados distinciones como la Gran Cruz del Mérito Militar a defensores de Franco y del golpe del 18 de julio como Alberto Astarta, meritorio candidato neofranquista.

Votar contra un general es una de las facturas pendientes de la dictadura franquista, que ahora se pone al alcance de los ciudadanos del común después de las vergonzosas sentencias judiciales contra los golpistas del 23F. La pretensión de Vox de unas generales degeneradas se transforma así en una convocatoria revindicativa. Si expresarse en las urnas contra Franco todavía conserva su encanto, manifestarse contra los guardianes estrellados de la momia resucita el erotismo del sufragio. Antes de que Vox obligue a votar de uniforme..