BANCA
BBVA-Sabadell, contra Santander-Banesto: similitudes y diferencias entre dos opas
La fusión en diferido de 3 años ampliables a 5 a la que el Gobierno obliga a la operación BBVA-Sabadell, guarda parecidos, pero también serias diferencias, con la que protagonizaron el Santander y Banesto en 2013

El presidente del BBVA, Carlos Torres Vila (d), y el presidente del Banco Sabadell, Josep Oliu (i), durante la ceremonia de toma de posesión del nuevo gobernador del Banco de España, este martes. / / Alberto Ortega - Europa Press
Día de los Inocentes de 1993. Luis Ángel Rojo, en aquel momento gobernador del Banco de España, anunciaba una decisión histórica: intervenir Banesto. No era una decisión cualquiera. Rojo era el último gobernador español que atesoraba los poderes de política monetaria y sobre todo de inspección y supervisión de las entidades financieras. Banesto entonces era una entidad con serios problemas de solvencia que presidía un jovencísimo Mario Conde, quien tras fracasar en su intento de recapitalizar el banco de la mano del estadounidense JP Morgan, entonces el mayor banco del mundo, cayó en una espiral de procesos judiciales que le acabaron llevando a prisión. En abril de 1994 el Santander, presidido por un ambicioso Emilio Botín, se hacía con la mayoría del capital de Banesto con el beneplácito del Banco de España.
Lo que enlaza esta vieja historia de las finanzas de España con el momento actual, es que el Santander tardó cuatro años, hasta 1998, en lanzar una opa para hacerse con las acciones de Banesto y, sobre todo, que no fue hasta 2013 cuando decidió poner en marcha una fusión por absorción e integrar la marca. Es decir, 19 años después de su adjudicación. La comparación con el caso BBVA-Sabadell, en el que el Gobierno ha impuesto un periodo de tres años, ampliable en dos más, en el que el banco que preside Carlos Torres no puede fusionarse con el Sabadell, se hace evidente.
¿Cuáles son las similitudes y diferencias entre ambas operaciones? ¿Por qué la prohibición de fusionarse a BBVA-Sabadell en los próximos tres años pone en peligro la operación si el Santander estuvo 19 años sin integrar a Banesto?
La clave es el negocio
La esencia de la respuesta es de carácter puramente comercial. En los años 90 del pasado siglo el mapa financiero español era muy diferente al actual. Eran años en los que las cajas de ahorros competían de tú a tú con los bancos, a los que en alguna ocasión llegaron a superar en términos de cuota de mercado. Años en los que en España había 45.000 oficinas bancarias (una en cada esquina de cada calle, como se solía decir) pertenecientes a 350 entidades financieras, entre bancos, cajas y cooperativas de crédito. Era, por tanto, un momento en el que el gran argumento competitivo era que cada cliente tuviese una sucursal al lado de su casa. Y en ese momento encajaba la decisión de Emilio Botín de no integrar la marca Banesto, que pese a la intervención, su delicada solvencia y sus problemas judiciales, disponía de una red de más de 2.000 oficinas, de un tamaño similar a la del Santander, pero altamente complementaria, dado que cubría especialmente el mundo rural y de pequeñas capitales de provincia. Tanto Botín como Alfredo Sáenz, su consejero delegado en Banesto, defendieron en todo momento que la entidad, a la que definían como la “joya de la corona”, siguiese sin fusionarse con el Santander como una de las claves estratégicas del grupo a la hora de competir en ese mercado altamente fragmentado.
El panorama es muy distinto ahora. De las 45.000 oficinas y las 350 entidades financieras de los 90 se ha pasado a 17.000 oficinas y 40 entidades financieras de la actualidad. Una reducción drástica que se atribuye al proceso de concentración que se inició en aquella época (por ejemplo, en 1988 se habían fusionado el Bilbao y el Vizcaya, germen del actual BBVA, y en 1991 lo hicieron Central e Hispano, que después fueron absorbidos por el Santander), a la crisis financiera de principios de los años 2000 que se llevó por delante prácticamente a todas las cajas de ahorros (la culminación se produjo en 2020-21 con la absorción de Bankia por CaixaBank) y, sobre todo, a la digitalización del negocio, un tsunami que ha sacudido la forma de competir en el negocio financiero.
Ahora la situación es diferente. Los grandes grupos bancarios en España han quedado reducidos realmente a tres (el propio BBVA, CaixaBank y Santander) y la base de la competencia no procede del número de oficinas que tengas, sino del grado de digitalización con el que tus clientes interactúen contigo.
Las sinergias cuentan
No obstante, los ahorros de costes siguen siendo un elemento clave en una fusión. Las sinergias obtenidas por cierre de oficinas y reducción de personal siguen siendo una parte relevante de los 850 millones anuales que el BBVA esperaría lograr con una fusión del Sabadell, y, por tanto, no poder hacerlas efectivas o verlas reducidas durante al menos tres años, juega en contra de la operación. El BBVA estima que esos 850 millones se dividirían en 100 millones por costes financieros, 300 millones por costes de personal y 450 millones por gastos administrativos y tecnológicos.
Otra diferencia clave entre el proceso Santander-Banesto y el del BBVA-Sabadell es que en el primero no existía ninguna incertidumbre más allá de saber cómo reaccionarían los clientes de la entidad absorbida. Ahora, en primer lugar, esta cuestión sigue en pie, ya que la batalla entre ambas entidades se dirime como una cuestión identitaria y de sentido de pertenencia, lo que siempre introduce la incógnita de saber cómo reaccionarán los clientes de Sabadell y sobre todo sus accionistas si llega el caso de que el BBVA lance una OPA. Pero además abre una incertidumbre nueva, de carácter regulatorio.
El Gobierno, en contra
Si la operación Santander-Banesto contaba con el beneplácito del Banco de España, la máxima autoridad en ese caso, y el visto bueno del Gobierno de la época (el del socialista Felipe González), la de BBVA-Sabadell cuenta con la posición encontrada del actual Ejecutivo, que es quien ha decidido entorpecerla, añadiendo los tres años sin fusión a las condiciones ya impuestas por la Comisión de la Competencia. Además, se genera una incertidumbre jurídica que puede tener repercusiones legales en España y a nivel de la Unión Europea (UE), ya que los expertos no ven claro qué quiere decir exactamente, a nivel legal, la autonomía en la gestión que exige el Gobierno durante al menos tres años.
De hecho, en la última integración del sector financiero, la de CaixaBank y Bankia, con Pedro Sánchez ya como presidente, aunque con Nadia Calviño, ahora presidenta del Banco Europeo de Inversiones (BEI), como ministra de Economía, el Gobierno no se posicionó en la operación y aceptó las condiciones que había planteado la Comisión de Competencia, sin añadir nada. Ni una coma.
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