La inflación y el bum del oro impulsan su venta en las casas de empeños gallegas

Registran un nuevo pico de clientes tras el alza de la crisis pospandemia, principalmente hogares humildes

El kilo se ha revalorizado un 23% en un año hasta los 70.000 euros

Una mujer pasa por delante de uno de los “Compro oro” asentados en Urzáiz.

Una mujer pasa por delante de uno de los “Compro oro” asentados en Urzáiz. / MARTA G. BREA

Vigo

De ascendencia inglesa aunque nacido en el estado de Nueva Jersey, James W. Marshall se ganó un pequeño hueco en la gran historia de Estados Unidos por ser la primera persona que encontró oro en Sutter’s Mill, cerca de la población de Coloma. Fue el 24 de enero de 1848, hace 176 años, y su descubrimiento trajo consigo lo que posteriormente se denominaría California gold rush (la fiebre del oro de California). El fenómeno se extendió más de un lustro, hasta 1855, y supuso una avalancha de gente que, cuando la noticia del hallazgo empezó a correr como la pólvora de boca en boca, emigró hasta la zona procedente de todos los rincones del país y otras partes del mundo. Cerca de 300.000 trabajadores desplazados con el propósito de cumplir el sueño americano.

De ese intento de prosperar a la actualidad han cambiado muchas cosas, y entre ellas el propio valor del metal. Solo en el último año se ha encarecido un 22,7%, hasta los 70.000 euros el kilo, y este impulso está suponiendo una vía de escape para numerosas familias que, contra las cuerdas por la escalada de los precios a raíz de la guerra de Ucrania, están acudiendo a las casas de empeños con sus enseres.

“Se ha notado una subida muy grande”, comenta la trabajadora de uno de los múltiples negocios asentados en Urzáiz (Vigo) con un colorido cartel de “Compro oro”. Lo certifica una segunda, asegurando que “la gente está volviendo a vender más que antes, como ocurrió después de la pandemia del COVID”, y con ambas coincide una tercera de otro establecimiento que también se encuentra en la misma calle: “La vida ha subido mucho y los sueldos son justos”. Es, dice, lo que ha llevado a la mayoría de las personas que recibe a vender el oro que todavía guardan. “Casi todos son hogares humildes”, se encarga de aclarar.

La crisis sanitaria y conflictos como la guerra de Ucrania han tensionado las cuentas de muchas familias. Los trabajadores gallegos encadenan tres años de pérdida de poder adquisitivo –con alzas salariales por debajo de la inflación media en 2021 (+2% vs. 3,5%), 2022 (+4,73% vs. +9%) y 2023 (+3,57% vs. +3,6%)– y uno de cada cuatro gallegos estaba en riesgo de pobreza o exclusión social en 2023, según los datos difundidos por el Instituto Nacional de Estadística (INE) en su Encuesta de Condiciones de Vida. El oro, por su parte, se ha disparado con fuerza este último ejercicio y cada gramo vale casi 13 euros más. La onza se sitúa en los 2.173 euros, un 45,6% más que hace tres años.

La mayor parte del material que llega a las casas de empeños gallegas son joyas antiguas que posteriormente se funden. “Cadenas de bautizos o de comuniones, cosas que se heredan y no son actuales”, explica una de las profesionales. Venderlas “es una forma de ayudarles a llegar a fin de mes”, indica, pero reconoce que no se trata de una avalancha de gente como la que en su día se desplazó a California.

“Esto no es Madrid, no hay una brecha tan grande entre barrios de momento”, señala asimismo la empleada, que atiende a una media de entre cinco y 15 personas que, cada día, acuden a su negocio con el objetivo de vender oro. Pese al bum del metal, afirma que sus márgenes se mantienen y que no se han lucrado más con la subida: “Nosotros no es que ganemos más, quien más gana es el Estado. Cuanto más suba el oro, más impuestos pagamos”.

“El oro antes era moda y estatus social; hoy no”

El perfil del cliente de los negocios que se dedican a la compraventa de oro no ha variado como sí lo ha hecho la industria de la moda, que evidentemente también atañe a la joyería. Las personas que acuden a vender su oro suelen tener, de media, más de 40 años, y se desprenden de piezas de familiares o que ellas mismas habían recibido en su infancia. “El oro antes era moda y estatus social, hoy no”, apuntan desde uno de los establecimientos. “La gente ya no va por la calle con cadenas exageradas, prefiere cosas más discretas, y hoy se valora más tener un móvil de 1.800 euros que una sortija de 1.000. A nivel social queda incluso mejor”, remata.

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