Las claves económicas de la semana, por Lara Graña
La redactora jefa de FARO analiza la actualidad del sector de la empresa, las finanzas y el mar
Estos últimos días he hablado de personal cualificado con un par de empresarios de la industria y la pesca. Ya imaginas lo que me comentaron, el problema es estructural. Pero me ha venido a la cabeza la responsabilidad de la administración, que no puede limitarse únicamente a dictar normas sin verificar su cumplimiento. Y te lo digo por esto.
Te cuento. Un barco cerquero que operaba en el Cantábrico y que había sido reformado múltiples veces sin autorización y sin supervisión técnica. Las pruebas de estabilidad y navegación se hacen para algo, y las leyes se dictan por un motivo claro: preservar y garantizar la seguridad de las tripulaciones. Las normas están bien, pero hay que cumplirlas y es deber de la administración el verificar que un barco, como en este caso, parte a la mar en condiciones de seguridad. Aquí tenemos a inspectores que firmaron todos los papeles a este pesquero, aún cuando el barco que tenían delante no se parecía ya en nada a los planos que obraban en su expediente.
El buque se hundió por eso, por salir al mar en condiciones “precarias” de estabilidad tras todas esas reformas. Murieron dos personas.
¿Y no pasa nada?
Mi temple me acompaña siempre –y que así siga--, pero quiero que sepas que llevo días esperando una respuesta oficial. La de la fiscalización a las instituciones es una de nuestras tareas y la ejerzo con toda la responsabilidad de la que soy capaz. Te iré contando. En todo caso, no se conseguirá que los jóvenes se enrolen a la mar si no les garantizamos que, ya con los riesgos que entraña la pesca, la administración se preocupa de que lo vayan a hacer con garantías.
Tampoco he perdido de vista el vodevil del caso Soling, una de las principales auxiliares de la industria de construcción naval. Resulta que la empresa pidió preconcurso y, una semana después, sus supuestos expropietarios andaban por los astilleros cobrando adelantos. ¿Es legal? Sí, si el dinero hubiese ido a parar a las cuentas de la compañía. ¿Estaban las cuentas vacías cuando llegó el –también supuesto—nuevo dueño? También. De momento he de quedarme aquí, en las presunciones, que soy responsable.
Menos mal que siempre hay remansos de paz y alegría, aunque me estoy acostumbrando a que el río de las buenas noticias salga siempre del mismo sitio.
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