Había razones suficientes para abrir el debate del modelo energético antes ya del inicio de la invasión de Rusia a Ucrania. La industria eléctrica y el transporte son culpables de la mayoría de las emisiones de gases de efecto invernadero y la apuesta por la descarbonización busca atraer a ambos sectores al grupo de aliados en la lucha contra el cambio climático. Luego estalló el conflicto y a la urgencia medioambiental se sumó la siempre poderosa razón económica. Se disparó la cotización del petróleo y el gas, dos de las armas geopolíticas del régimen de Vladimir Putin, contagiando la subida de precios a todo el sistema eléctrico europeo. Entre lo que costaba la luz y llenar el depósito, la inflación escaló a máximos de los últimos 30 años –llegó a superar el 11% de alza anual en Galicia en los meses de junio y julio de 2022– y sigue preocupando el quebranto para el bolsillo del ciudadano por el encarecimiento sin tregua de la cesta de la compra.
“Uno de los retos importantes que condicionan el desarrollo de un territorio es cómo resuelve su problema energético: generar energía de un modo seguro, a partir de un acceso continuado y fiable a unos recursos energéticos de calidad, asumiendo un coste razonable, que no afecte negativamente a la competitividad económica del tejido, y todo esto dentro de un contexto de respeto ambiental y social”, apunta el Consejo Económico y Social de Galicia (CES) en un monográfico que acaba de publicar sobre el presente y ese futuro todavía incierto del sector energético gallego, dominado todavía por una dependencia exacerbada de los combustibles fósiles.
No llegan las fuentes autóctonas
La comunidad solo cubre una cuarta parte de su mix energético primario con fuentes de carácter autóctono. El resto, por encima del 70%, son importaciones, sobre todo de petróleo, que solo concedió una tregua en 2020 por el impacto del confinamiento y las restricciones a la movilidad en lo más duro de la pandemia. La llamada dependencia energética alcanza incluso el 80% en años de sequía por el desplome de la producción de las hidroeléctricas. Ocurrió en 2017 y es muy probable que también hubiera sucedido el pasado ejercicio –el último balance del Instituto Enerxético de Galicia (Inega) se remonta a los datos de 2020– porque la falta de lluvias desplomó un 46% la aportación de los embalses.
En la cesta energética de Galicia destaca el crudo de petróleo muy por encima del resto de combustibles. En 2019 representó el 46,1% del total, seguido del gas natural (15,7%) y el resto de productos petrolíferos (11,3%). “Esto se debe tanto al mantenimiento de las actividades de transformación en la refinería de Repsol como a la actividad de la planta de Reganosa”, recuerda el análisis del CES coordinado por Fernando del Llano Paz, profesor del área de Economía Financiera y Contabilidad del Departamento de Empresa de la Universidade da Coruña (UDC), y los profesores Guillermo Iglesias y Paulino Martínez. El gas es, además, elemento esencial de los dos ciclos combinados en Galicia que utilizan el vapor de agua para generar electricidad. Su contribución en 2022 superó el 22% de la producción.
La fuente propia más relevante en el mix de 2019 fue el viento, un 6,5%. La biomasa rondó el 5,4%; cerca del 5% el carbón antes de su práctica desaparición; y el 4,7% el agua en las grandes hidráulicas.
El clima preocupa más que pensiones e hipotecas
El cambio climático y el medio ambiente son dos de los problemas principales para los españoles, incluso por encima de las pensiones, la hipoteca, la pandemia del COVID, el racismo o la migración, según se desprende del último Barómetro de Opinión del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Para el 1,8% el cambio climático es el principal problema que existe en España y le sigue de cerca el medio ambiente (1,5%). Entre ambos se sitúa la subida de impuestos (1,6%). A continuación figuran las pensiones (1,3%), la falta de confianza en los políticos e instituciones (1,2%) y las hipotecas (0,4%).