Galicia, la cuna del juguete clásico

Villar y Henriques, empresa con el corazón partido entre Santiago y Vigo, fue pionera a la hora de diseñar y registrar decenas de cachivaches para los más pequeños: innovación que aprovechó el plástico y ya se expone en los museos

Ventura (1i.), Sindo (2i.) y Domingo (1d.) junto a parte de los Henriques y varios bocetos de juguetes

Ventura (1i.), Sindo (2i.) y Domingo (1d.) junto a parte de los Henriques y varios bocetos de juguetes / Cedida / FDV

Cuando Ventura tomó las riendas del Bazar de Villar, fundado en 1865 por su abuelo, la guerra civil española ya había hecho estragos en Galicia. Corrían los años cuarenta sobre una capital teñida por el franquismo, la picheleira, y aquel negocio que su padre y su tío habían impulsado durante décadas –garantizando con rigor su continuidad– estaba a punto de desvanecerse... Irremediablemente. “Hasta las cosas más increíbles que podía tener se habían vendido”, comenta a FARO, casi un siglo después, su hijo Vicente. Eran tiempos de acercarse a la boca todo lo que hubiera, de mucha demanda y poca oferta, y eso llevó a su progenitor a plantearse cerrar la tienda; consolidada como referente en una ciudad de culto, pero que entonces yacía completamente “arrasada”. Para su fortuna, Ventura aceptó relevarle –pasando a ser la tercera generación a cargo de levantar una empresa de profundas raíces familiares– y se “lanzó” de cabeza al mercado, en busca de proveedores para volver a llenar de esperanza un establecimiento desierto por la incertidumbre. Sin saberlo, su incansable espíritu acabaría tejiendo una historia que entrelaza ingenio e ilusión. La historia de los juguetes de Galicia.

Ventura cosechó una carrera profesional intachable, y con el éxito de los negocios terminó fundando junto a sus hermanos y unos socios portugueses la compañía Villar y Henriques SL, que primero tuvo su base en Santiago de Compostela –de donde era originaria su familia y el Bazar de Villar– y posteriormente en Vigo –en donde contaba con otro Bazar de Villar que había abierto tras haber conseguido resucitar el primero–.

Galicia, la cuna del juguete clásico

La familia Villar al completo. En el suelo, Domingo y su hermano José María, que murió muy joven de enfermedad. En el medio, Gumersinda y Ventura padres con Luis y Lolita. Y detrás, de izquierda a derecha, los mayores: Ventura, Vicente –que murió en la guerra– y Sindo / Cedida

Bajo el nombre Plásticos de Galicia, la empresa de capital gallego registró y diseñó decenas y decenas de juguetes, auténticas obras de arte adelantadas a su tiempo que aprovecharon el boom de los compuestos sintéticos para “hacerse un hueco” frente al tradicional caballito de cartón o los míticos coches de hojalata.

Con validez de dos décadas, el primer modelo de utilidad se remonta al 19 de diciembre de 1954, hace hoy casi 69 años. “Se trata de un pájaro volador, atravesado verticalmente por un cordón o hilo, que se sujeta por sus extremos con ambas manos y que, según cómo actúen éstas, el pájaro se eleva o desciende moviendo sus alas”, consta en el documento al que accedió este periódico.

El primer boceto

El primer boceto de juguete, de 19 de diciembre de 1954

Ese es uno de tantos juguetes que idearon, todos ellos incluidos en el Invenes –una base de datos creada por la Oficina Española Patentes y Marcas (OEPM)– y entre los que pueden encontrarse desde tanques hasta barcos; pasando por escopetas, faquires con espadas, vehículos descapotables o animales animados... Curiosearlos uno a uno es como adentrarse en un mundo que se asemeja al de Walt Disney, plagado de fantasía, recuerdos infantiles y mucha nostalgia.

Quién realizó a mano alzada esos bocetos se llamaba Mario. “Artífice de todos los dibujos, era el delineante de la empresa, un artista”, señala Coral, hija también de Ventura, destacando que algunos de estos juguetes –que llegaron a fabricarse y venderse “en diferentes partes de Galicia, España y el extranjero”– los donaron al Museo Gallego del Juguete, en Allariz. Allí, confirman fuentes del centro, se expone en estos momentos una vajilla de juguete, a la espera de colocar el resto de piezas.

En otros documentos consultados por FARO aparecen cocinitas, payasos articulables, monos saltarines, grúas y camiones, incluso aviones, y hasta un regordete Papá Noel con dos esquís. Creaciones imaginarias, tan futuristas antaño como ahora clásicas, que situaron a la comunidad como la cuna de los cachivaches para los más pequeños.

Las decenas de modelos de utilidad que registró Villar y Henriques SL a lo largo de siete años y medio –hasta su último juguete que data del 19 de mayo de 1962– se llevaron a Madrid para ser firmados y validados, la mayoría por Jaime Isern Miralles, agente de la propiedad industrial.

La carrera de Ventura

Pero antes de que esos juguetes viesen la luz, Ventura tuvo que levantar el Bazar de Villar. Con el dinero de su tío y el aval de su padre, que le cedió el local en el que venían desenvolviendo su actividad, se marchó a las ferias a buscar mercancía, haciendo negocios allá por donde iba. Eran aquellos años cuarenta, tiempos de posguerra, pero entre viaje y viaje, con intensa dedicación, acabó impulsando de nuevo su tienda.

Ventura (1i.), Sindo (2i.) y Domingo (1d.) junto a parte de los Henriques.   | // CEDIDA

Ventura (1i.), Sindo (2i.) y Domingo (1d.) junto a parte de los Henriques. / Cedida

Predominaba aún la miseria por los desastres del conflicto cuando la vida le dejó solo con su madre y sus tres hermanos –Sindo, Domingo y Luis–, con quienes repartió la titularidad del establecimiento compostelano por consejo de su progenitora.

“Hombre inquieto”, hizo crecer lo que de aquella vendría a ser un pequeño centro comercial, pero “queriendo más” y ante el triunfo que supuso su buena gestión, decidió abrir otro en Vigo. Corazón económico. 

Entre los hermanos Villar, fundadores de la empresa, estaba Domingo Villar, padre del escritor

Lo hizo donde hoy en día reside la Casa del Libro, en Velázquez Moreno, y mientras Luis se quedó con el Bazar de Villar de Santiago, que hogaño tras varias mudanzas sigue en pie con más de 150 años, Domingo –padre del célebre y fallecido escritor vigués Domingo Villar– Sindo y Ventura se trasladaron a la urbe olívica.

Desde allí, Ventura decidió bajar más, se adentró en Portugal buscando fundiciones de bronce para conseguir lámparas y estructuras de cama con este material, que tan de moda estaban, y terminó conociendo a los Henriques. El hombre que creía haberlo visto todo se quedó fascinado con la fábrica de plásticos que los lusos regentaban en Sintra. Un modelo que poco después extrapoló a la comunidad con Plásticos de Galicia, que cerraría sus puertas en 2006.

Manolo Villar con su hijo Manuel en el Bazar de Villar, que ahora trabaja bajo la marca de Juguettos.   | // XOÁN ÁLVAREZ

Manolo Villar con su hijo Manuel en el Bazar de Villar, que ahora trabaja bajo la marca de Juguettos. / XOÁN ÁLVAREZ / jorge garnelo

Respecto a aquella planta, gestionada por la empresa Villar y Henriques SL, hubo dudas sobre dónde instalarla. Si en Santiago o en Vigo. Manolo, hijo de Luis, recuerda que al principio comenzaron a crear los juguetes y otros productos en la tienda que poseían en la capital gallega, un espacio “que se quedó pequeño”.

“Se planteó entonces la opción de ir al polígono, y casualmente el cardenal Quiroga Palacios llamó a Ventura y le preguntó por el tema. Él le dijo que sí, que la idea era trabajar todos los días, que las máquinas no podían parar, pero Palacios se opuso y le dijo: ‘Santiago es la comunidad de la cristiandad y aquí no se trabajan los domingos, olvídese usted de montar una fábrica en Santiago si quiere trabajar un domingo’. Como en aquel momento Vigo estaba creciendo más a nivel industrial –ya estaba Citroën Hispania, por ejemplo– decidieron irse todos para Vigo”, recuerda.

En esa planta, que finalmente se trasladó la Avenida de Castrelos, también trabajó Mincho, hijo de Domingo Villar. El autor vigués, padre del inspector Leo Caldas y referente literario en toda España, ejerció unos años como director gerente de la factoría antes de irse a Madrid a escribir.

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