Dos economistas con el común telón de fondo vital de Vigo; ambos catedráticos universitarios, y tanto en el caso de Xosé Carlos Arias (Lugo, 1954) como en el de Antón Costas (Vigo, 1949), cómplices en la voluntad de entender y explicar lo que nos pasa; sensibles para detectar las heridas del presente y sus causas; decididos, como buenos maestros, a aventurar algunas propuestas que eviten mayores daños en el cuerpo social y, por qué no, propiciar también su sanación.

Arias y Costas han construido sus biografías académicas y profesionales por caminos distintos. El primero desde la cátedra de Política Económica en la Universidad de Vigo (1993) y en diversas líneas de investigación, del ámbito financiero al macroeconómico, compatibilizándolo con una inusual brillantez expositiva como conferenciante de visión amplia.

El segundo, graduándose como ingeniero técnico industrial en Vigo (1972), posteriormente obteniendo la licenciatura en Economía por la Universidad de Barcelona (1979) y consiguiendo la cátedra (2005), también de Política Económica, en esta institución catalana. Las vicisitudes de Antón Costas, más allá de la docencia, hablan de su enraizamiento en Cataluña, en su tejido empresarial y llegando a presidir el muy influyente Círculo de Economía de Cataluña (2013-2016) y más tarde el patronato de su Fundación (2018-2021). Todo ello sin dejar de prodigarse en la publicación de varios libros y artículos de opinión en las más destacadas cabeceras periodísticas del país. En 2021 fue nombrado presidente del Consejo Económico y Social (CES), el órgano consultivo del Gobierno en materia socioeconómica y laboral y, consecuencia de ello, adquiriendo la condición de miembro nato del Consejo de Estado.

Sirva lo escrito hasta aquí como preámbulo biográfico de ambos economistas, caracterizados por su voluntad de intervención pública, de actuar extramuros de la institución académica, de acercar al conjunto de la sociedad las claves para entender el entorno y, un paso más allá, proponer las opciones de salida a nuestro alcance.

Así, el aliento que Arias y Costas insuflan tanto a sus tribunas periodísticas como a los libros escritos al alimón, es una incitación perentoria al debate público en lo que tiene de hondamente democrático, informado y responsable; en absoluto acomodaticio con la representación política y las grandes corporaciones empresariales; agitador de los intelectos individuales y colectivos de una sociedad en apariencia adormecida, desfibrada, para dotarla del instrumental intelectual capaz de virar el sentido de la desigualdad creciente y las tendencias dominantes en los poderes económicos globales.

En este sentido, Xosé Carlos Arias ha señalado en alguno de sus artículos el “creciente activismo ciudadano anunciador de una reducción de la tolerancia a la desigualdad”, observación que encuentra su complemento en las palabras de Antón Costas durante su discurso de aceptación como miembro del Consejo de Estado en 2021: “La necesidad de responder a la incertidumbre radical con políticas y reformas consensuadas, y de conciliar una economía dinámica con el progreso social y la igualdad de oportunidades”.

Obra valiente e iluminadora

Quizá porque Costas ha hecho suya la idea de Kahneman de que “los optimistas se equivocan más, pero les va mejor en la vida”, ha establecido con Arias, o a la inversa, tanto monta, un fructífero diálogo para levantar una obra conjunta –casi ya monumental–, valiente e iluminadora. Tres libros, pautada su publicación cada cinco años, mil páginas para explicar la génesis de la Gran Recesión de 2008 en La torre de la arrogancia (2011) –“arrogancia del mundo de las finanzas, arrogancia de pretender contar con modelos de estabilidad a largo plazo y arrogancia de los sujetos políticos con estilos tecnocráticos de gobierno”–; preguntarse si “puede el capitalismo salvarse a sí mismo”, en La nueva piel del capitalismo (2016) o, tras el impacto de la pandemia, proponer un “nuevo contrato social que permita una reconciliación de capitalismo, progreso social y democracia liberal”, en Laberintos de prosperidad (2021).

En los prólogos escritos para estas dos últimas obras, el filósofo Josep Ramoneda incide en el carácter “humanista” de los perfiles de ambos economistas, abogados de un capitalismo inclusivo “capaz de reconciliar la lógica económica con una idea de democracia y moral cívica” y a lo que añade: “Arias y Costas hablan de argumentos y no de teorías, definen con ello la interrelación entre pensamiento y acción propios de una cultura política democrática”.

La propuesta de los autores se alimenta y enriquece a medida que la obra, acta referencial de unos tiempos acelerados y convulsos, avanza en el tiempo organizando las piezas que conforman el rompecabezas de las crisis, de la incertidumbre y la descomposición que corroe los cimientos del viejo contrato de un sistema de libre mercado anudado a la imprescindible participación social.

Arias y Costas establecen, esperanzados, en La nueva piel del capitalismo los cinco desafíos a los que a su juicio debe enfrentarse el nuevo progresismo: “el primero, impulsar instituciones que favorezcan la estabilidad macroeconómica y la preservación de los servicios públicos; segundo, preservar la competencia en los mercados; tercero, las empresas deben pasar de poner el énfasis en la rentabilidad a las ganancias de productividad. Cuarto, impulsar un Estado menos intervencionista y más innovador y emprendedor y, quinto, revertir la fuerte tendencia hacia la desigualdad”.

Todo un programa para cualquiera de los partidos que aún crean en la vigencia de la economía social de mercado, un proyecto genuinamente europeo nacido tras los desastres de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, que ha inspirado ocho décadas de desarrollo económico y cohesión social.

Entre las referencias intelectuales que pespuntean el entramado de los textos de Arias y Costas, surge con frecuencia la referencia al denominado “momento hamiltoniano”, en alusión a Alexander Hamilton, quien fuera a finales del siglo XVIII primer secretario del Tesoro de los Estados Unidos, creador de la deuda nacional y del Banco de los EE UU, antecedente de la actual Reserva Federal. Pretenden los autores, con esta referencia, significar la necesidad que tiene Europa de fortalecer sus estructuras políticas y económicas para contrarrestar los desafíos del capitalismo financiero global.

No falta la constante presencia del filósofo liberal, también norteamericano, John Rawls (1921-2002) inspirando los valores de justicia, acuerdos libres, contrato social y ese concepto, tantas veces citado por nuestros autores, del “velo de la ignorancia” al que nos enfrentamos en situaciones de incertidumbre y que sólo se levantará a través de la colaboración, la Justicia equitativa y los consensos.

El Nobel de Economía (1998) indio, Amartya Sen –la razón por encima de la identidad–, del que los autores recuerdan esta cita: “El mercado solo puede funcionar adecuadamente y ser considerado válido para la interacción social si favorece (o al menos no deteriora) la moral pública” o, para no prolongar esta relación más allá de lo imprescindible, los economistas Daron Acemoglu y James Robinson, profesores de Harvard y el MIT que en 2012 publicaron el muy citado Por qué fracasan los países: Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza (Deusto) y de quienes recojo esta cita en La nueva piel del capitalismo: “El progreso está en disponer de instituciones económicas inclusivas (…) la cohesión social es un elemento de valor económico”.

Para terminar, Xosé Carlos Arias y Antón Costas han levantado un potente alegato en favor de un clima propicio para las empresas, de reconocerle al Estado, a las políticas públicas, mucho más que un mero papel regulatorio y han advertido de un capitalismo que no debe perder su anclaje en las personas y el territorio, a riesgo de autocondenarse. Una visión que parte de los aspectos cuantitativos de la economía para, más allá, restaurar sus valores cualitativos en los tiempos que vemos surgir las incertidumbres globales.

Quizá un próximo libro se tenga ya que ocupar de los riesgos que entraña el fortalecimiento de los regímenes autocráticos con economías capitalistas y las dificultades de los modelos occidentales para asegurar el sostenimiento futuro de los actuales sistemas de protección social y redistribución de rentas. Mientras tanto, celebremos el criterio ponderado, informado y la voluntad de intervención de ambos autores, una oportunidad a aprovechar en la ya larga y fecunda tradición de los economistas gallegos.