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Las manos que cruzan el charco desde Beiramar

Mecánicos vigueses van de sus pequeños talleres a Argentina, Senegal o Uruguay para reparar gigantescos barcos

Alfonso, mecánico de Reparaciones Navales Omar, en su taller. Ricardo Grobas

Bajo los pequeños soportales de Beiramar, en pleno centro del naval vigués y gallego, mano de obra especializada e innovación convergen en un trabajo tan antiguo como artístico. Con años y años a sus espaldas, cargas de experiencia, los operarios de los distintos talleres que allí se dedican a la reparación de barcos corroboran que la falta de relevo generacional se nota. Y mucho. Lo dice su “veteranía” o los pocos atisbos de juventud que se vislumbran en estas inmediaciones un tanto enxebres, pero también sus propias voces. Mientras hablan, tapando como pueden el estruendoso ruido del que nace un motor arreglado o una pieza reconstruida desde cero, prueban que su sector esconde grandes oportunidades en muy pocos metros cuadrados. Puede parecer que se aíslan ahí, en diminutos escondrijos con gigantescas máquinas, pero lo cierto es que viajan a numerosos rincones del planeta. Reclamados por grandes armadores, muchos han visitado repetidas veces Uruguay, Argentina, Namibia o Senegal. Llevan su talento, esa mano de obra especializada que rutinariamente se “curte” bajo los pequeños soportales de Beiramar, a lo largo de todo el mundo.

“¿Contento? Sí. Es un oficio bonito. Es como el que pinta, quien hace un cuadro como las Meninas. Un Goya o un Van Gogh. Vas viendo la evolución de lo que estás haciendo. Lo tienes en la cabeza y lo vas sacando”, dice con una sonrisa Antonio. Lo hace desde las instalaciones en las que Pescamavi Atlántico da vida a diferentes buques, la mayoría pesqueros, mientras explica que antes eran bastantes más negocios los que se dedicaban a esta actividad.

Tornos y fresadoras –entre numerosos aparatos y herramientas– conviven allí, en un lugar minúsculo comparado con cualquier gran barco al que pueden haber ayudado a continuar navegando. Antonio comenta que antes debían ser seis los talleres que se acurrucaban bajo esos soportales, pero ahora ya solo quedan la mitad puesto que algunos de ellos acabaron por mudarse a Bouzas. A ello, desgraciadamente, se suma que no llegan jóvenes.

Uno de los empleados de Renavi, manos a la obra. Ricardo Grobas

Con la pregunta en el aire de si teme porque puedan desaparecer a largo plazo, este hombre que lleva trabajando allí desde los años 80 desmigaja lentamente en qué consiste su día a día. Cuando es factible, reconstruye como puede aquello inservible que le llega, habitualmente por el desgaste derivado de su gran uso. Cuando no, crea piezas nuevas. Siempre se queda con “el resultado”, admite, evidenciando que este arte no se aprende de la noche a la mañana: “Se necesitan muchas horas”.

"¿Contento? Sí. Es un oficio bonito. Es como el que pinta, quien hace un cuadro como las Meninas. Como un Van Gogh

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Como no podía ser de otra manera, también repara en el futuro. “Hay una falta completa de relevo generacional, pero eso ya no lo digo yo, se nota todos los días en los astilleros, en estos tallercitos que hay aquí”, apunta firme, subrayando que “es difícil encontrar profesionales de este sector”. En su puesto, donde lo analógico se resiste ante lo digital, más si cabe en una zona donde la industria 4.0 está en boca de todos, sus manos se imponen a la avanzada maquinaria de control numérico.

Viajes por todo el mundo

A pocos metros, Alfonso también trabaja de lo suyo en Reparaciones Navales Omar. En su pequeño rincón, donde llegan encargos de Gran Sol y Malvinas, hacen “de todo”. “Mecánica, soldadura, algo de calderería. Reparamos motores y maquinillas de pesca”, explica, indicando que su labor principal está dirigida al mantenimiento: “Cada cierto tiempo hay que renovar los barcos, hay que actualizarlos, aunque de vez en cuando también tenemos alguna que otra avería”.

“Bonito es, lo que pasa es que es un trabajo duro y pesado”, responde al ser preguntado sobre la belleza de la que habla Antonio. “En los barcos, por ejemplo, hay poco espacio y mucha maquinaria junta”, matiza, añadiendo que “en general es bonito, si te gusta estar con las manos en la masa”. Las suyas, de un color ennegrecido propio del aceite, plasman la experiencia. “Yo ya estoy en la recta final”, apunta, para acto seguido referirse a la ausencia de juventud: “Por detrás no se ve venir a nadie. Es complicado, falta gente”.

Esta empresa que va camino de cumplir la treintena –de momento tiene 28 años– y cuenta con una docena de trabajadores, quizá sea la que menos metros cuadrados y más travesías internacionales acumula de Beiramar. Uruguay, Argentina, Namibia o Senegal son algunos de los destinos a los que sus trabajadores han ido por motivos laborales. En Dakar o Montevideo, a donde llegan en avión para hospedarse en hoteles, los viajes oscilan de unas semanas a varios meses, indica Alfonso, explicando que los armadores “a veces aprovechan las descargas, sobre todo los atuneros, para hacer los mantenimientos”. Entre sus clientes, detalla, locales como Armadora Pereira, Pescapuerta o Iberconsa. Aunque también de fuera, como la vasca Atunsa.

Reinventarse para revivir

El tercer negocio que se ubica bajo los soportales de Beiramar dedicado a esta actividad es la cooperativa Renavi. Su presidenta, Lorena Lalín, comenta que también llevan cerca de 30 años asentados en este enclave en el que, lejos de haberse estancado, actualmente se están reinventando. “Es un taller naval que se está convirtiendo a mecanizado”, manifiesta, destacando que “aquí es difícil quedarse sin trabajo”. “No es algo lineal, va por rachas, pero este año va bastante bien. Épocas de parón no tuvimos”, detalla.

Orientados prácticamente en exclusiva a los repuestos para bombas (lo que se lleva el 90% de su facturación), su volumen de trabajo, no obstante, corre a cargo del cliente. “Hay semanas que tenemos un pedido y otras que hemos tenido 10. No somos como Citroën, que tiene una cadena lineal y una previsión. Aquí eso es imposible”, certifica, corroborando –al igual que sus compañeros– que el relevo generacional tan necesario para su sector sigue sin llegar. “El otro día entró un currículum pero tiene sesenta y pico años”, afirma, tildando la situación, como algunos de sus múltiples colegas de sector, de “complicada”: “No hay, nosotros ahora queremos meter una persona aquí y no hay”.

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