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La guerra ahoga la industria alimentaria gallega y aflora su falta de autonomía en materias básicas

Más de una cuarta parte de la oferta, 3.600 millones de euros, viene de recursos foráneos | Conserva, piensos y panadería son “fuertemente dependientes” de importaciones | El sector abre el debate de la soberanía alimentaria

Un barco descargando cereal en el puerto de Marín. // Gustavo Santos GUSTAVO SANTOS

A finales de este mes, Argentina triplicará su stock de maíz. Tiene 7,5 millones de toneladas disponibles ahora mismo y alcanzará casi 23 millones. Aquí, al otro lado del charco, la industria agroalimentaria cruza los dedos en la cuenta atrás para agotar las existencias en los almacenes de Marín y A Coruña, puertos de destino de las embarcaciones cargadas de cereal para el sector en la comunidad. La invasión rusa deja fuera del mercado al granero de Europa y uno de los principales proveedores de Galicia. Ucrania cubre alrededor del 40% de la demanda de maíz en la región, principalmente en las fábricas de piensos. Su patronal, Agafac, alertó el pasado día 4, tras el estallido de la guerra, de un grave riesgo de desabastecimiento. En aquel momento quedaba materia prima para mes y medio y reclamaron a las instituciones europeas que autorizasen la entrada de la cosecha vieja de Argentina. ¿Cuál es el problema? Que sus cultivos usan determinados fitosanitarios y transgénicos vetados en la UE.

Durante su intervención en la Comisión de Agricultura, Pesca y Alimentación del Congreso de los Diputados esta misma semana, el ministro Luis Planas lanzó una llamada a la calma. El cereal acumulado en toda España salva el suministro más inmediato, pero reconoció la urgencia de “activar compras en países terceros en los próximos 60 días”. Nada fácil porque “hablamos de mercados internacionales en los que las cotizaciones las marca la situación internacional” , recordó Planas, mientras insistía en pedir a Bruselas la “flexibilización” al menos temporalmente de los requisitos para importar desde el país latinoamericano y también de EE UU. Aunque inicialmente el comisario europeo de Agricultura, Janusz Wojciechowski, veía “difícil” encontrar alternativas a las compras en Ucrania y Rusia, la reunión extraordinaria del Comité Permanente de Vegetales, Animales, Alimentos y Piensos de la UE celebrada este viernes abrió la puerta a aligerar los requerimientos, dejando a los estados miembros “la responsabilidad del diseño y la puesta en marcha efectiva de estas medidas”.

Cadena agroalimentaria Hugo Barreiro

Sin desabastecimiento

“Hay mecanismos. Por eso tampoco se debe trasladar a la población, pensando sobre todo en las generaciones de mayores que sufrieron los tiempos de la posguerra española, que vamos a pasar hambre. No, no es eso”, destaca Edelmiro López Iglesias, profesor del Departamento de Economía Aplicada de la Universidade de Santiago de Compostela y experto en política agraria y desarrollo rural. “Pero va a ser inevitable –añade– un encarecimiento sustancial de ciertos alimentos a corto plazo”.

Como en la inmensa mayoría de territorios, la economía de Galicia no es autosuficiente. La oferta de productos y servicios ronda los 151.600 millones de euros y las importaciones del resto de España y otros países suponen el 21%, alrededor de 31.500 millones. Buena parte de ellas se consumen como materias primas para su transformación o como ingredientes de otros productos finales. Es el caso de la alimentación, donde el 73% de la oferta de productos tiene origen en la producción interior de la comunidad y el 27% procede de las importaciones, según el análisis sectorial publicado por el Instituto Galego de Estatística (IGE) en febrero de 2020.

Déficit y superávit

“A diferencia del conjunto de España, con una balanza comercial superavitaria, Galicia presenta la situación paradójica de que somos importadores netos de alimentos desde que existen datos estadísticos, algo que al ciudadano medio le sonará rarísimo”, explica López Iglesias. El déficit se concentra los productos agrícolas, “fundamentalmente de vegetales para consumo humano y animal”, frente a los productos pesqueros, “en los que somos exportadores netos”. El lácteo mezcla las dos dinámicas. Produce seis veces más leche de la comercializada en la región, “pero en cambio arrastramos una balanza deficitaria en derivados como postres, batidos o yogures”. ¿Cuáles son los ejemplos más paradigmáticos del desequilibrio de las materias primas en la industria agroalimentaria gallega? “Todo lo que son aceites, cereales y oleaginosas para las proteínas de la alimentación del ganado –responde– y productos hortofrutículas, que se corresponde bastante con lo que vemos cuando vamos a un supermercado, donde hay productos de Galicia, pero la mayoría es foráneo”.

Conserveras, fabricación de piensos y la industria panadera y de preparados alimenticios son “ramas de actividad fuertemente dependientes de productos importados”, subraya el IGE. Los fabricantes de derivados del mar, de hecho, hablan de “tormenta perfecta” por la conjunción de todos los males posibles: el impacto del encarecimiento de los combustibles en la flota extractiva y el transporte –y, por tanto, en las existencias de pescado, moluscos y crustáceos–, la falta de aceite de girasol y los costes disparados del aluminio y el níquel de las latas. Son la división de la alimentación gallega más potente. La producción asciende a 3.800 millones de euros. Y, a la vez, mueven en importaciones más de 1.700 millones, sobre todo pescado (1.211 millones), productos metálicos (139 millones) y aceites (100 millones).

El problema de los piensos

La producción interna de la rama de piensos en Galicia supera los 900 millones y seis de cada diez euros en compras al exterior (515 millones) van para productos agrícolas (313,8 millones de euros). “Ahí está el maíz y otros cereales y oleaginosas, como la soja, la colza y el girasol”, apunta Edelmiro López Iglesias. “La guerra de Ucrania hace saltar las consecuencias de la dependencia exterior en estos alimentos, pero el problema venía de más atrás –continúa el economista e investigador– porque desde hace un año y medio estos productos se están encareciendo mucho en los mercados internacionales, acelerando la subida que se nota desde 2007  por el incremento constante de la demanda de China y el desvío de ciertos cultivos para la producción de energía”. La cotización del maíz en las tres lonjas de referencia en España –Badajoz, Lleida y León– se acerca a los 300 euros por tonelada. Solo en el último año, la subida fue del 44%.

Frente a la globalización

“El enfoque habitual de la globalización es ingenuo”, sostiene Santiago Lago, catedrático de Economía Aplicada en la Universidade de Vigo. Se pone el acento en el aumento de la productividad aprovechando el bajo coste en algunos productos, “pero esto funciona con una serie de mecanismos que nunca hacemos expresos, fundamentalmente que nos hace extraordinariamente interdependientes y, por lo tanto, somos mucho más vulnerables”. Justo la tendencia contraria a la clásica recomendación de repartir los huevos en cestas diferentes. “Además, es un proceso que se está intensificando –afirma el también director del Foro Económico de Galicia–. La crisis de suministros de hace unos meses por la pandemia y ahora esto tiene que hacernos reflexionar sobre la cara b de la globalización. No se trata de romper con ella, pero sí de buscar un equilibrio”.

El primero en darse cuenta es el propio sector. “La soberanía alimentaria es un factor fundamental y hay que plantear cuestiones para asegurar que nuestro aprovisionamiento de materias primas en el sector alimentario esté garantizada”, indicaba Mauricio García de Quevedo, presidente de la Federación Española de Industrias de Alimentación y Bebidas (FIAB), en una entrevista en TVE esta semana. “Más que soberanía, desde luego es conveniente recuperar un mayor grado de autonomía en aquellos productos básicos como son los alimentos, primero a nivel de la UE y también a nivel de España y Galicia, en la medida de lo que pueda aspirar un territorio pequeño”, apuesta Edelmiro López Iglesias.

El efecto arrastre a la cadena, sobre todo en granjas intensivas


El resto de la familia del sector alimentario de Galicia es, aparentemente, más independiente de lo que pueda ocurrir al otro lado del mundo. El peso de las importaciones en oferta de la agricultura y la ganadería se sitúa en únicamente el 8%, el 10% en el procesado de carne y un 12% en las lácteas. Pero ninguna de ellas son nichos aislados en una industria repleta de conexiones entre sí. En las granjas de la comunidad se consumen al año unos 1.000 millones de euros en piensos. De ahí que la particular crisis en los fabricantes de alimentación animal “tenga efectos muy visibles en las propias explotaciones ganaderas”, subraya Edelmiro López Iglesias. “Una dependencia total –incide– en el caso del porcino y las aves por el modelo que impera en todo el mundo occidental de granjas extensivas, donde entran animales con pocos días para engorde con piensos”. La situación es parecida en las grandes explotaciones de leche y los cebaderos de carne, que ganaron tierras al forraje para dedicarla a la producción animal. “Se encarece el maíz, y quedas atrapado. Si la explotación contara con más base territorial produciendo forraje para el ganado, situaciones como la actual le afectarían mucho menos –señala el economista–. De hecho, a las explotaciones extensivas y ya no digamos las de pastoreo, les afectará poco”.

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