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Antón Costas Comesaña Presidente del Consejo Económico y Social (CES)

“Es la hora de las oportunidades a los jóvenes y a las mujeres, son el motor del progreso”

Antón Costas, en su casa de Matamá (Vigo). Alba Villar

“Si las empresas y el Gobierno se vuelcan con ella y recupera el prestigio social en las familias, una formación profesional más completa e integrada puede mejorar notablemente nuestro mercado laboral en muy pocos años”

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El sol da todo el día en la casa familiar de Antón Costas en el barrio vigués de Matamá, la que levantaron sus abuelos, convertida ahora en su refugio. Viene todo lo que puede para ver a su madre, porque aquí trabaja y escribe mucho, por los vínculos empresariales que tenía hasta su recién nombramiento como presidente del Consejo Económico y Social (CES) y porque las otras relaciones, “las académicas e intelectuales”, esas continúan igual. “Es una casa propia y me gusta estar en ella”, confiesa el prestigioso economista, un oasis frente al pesimismo alimentado por este largo año de pandemia. “Los optimistas se equivocan más, pero les va mejor en la vida –asegura–. Si te fijas en las debilidades, acabarás siendo un pesimista lúcido, pero incapaz de vivir feliz y construir cosas nuevas”. La hora de charla está empapada de eso, de llamadas a la valentía para hacer las cosas de otra manera y, sobre todo, a aprovechar la sacudida para un nuevo contrato social que abra el camino de la prosperidad a aquellos en riesgo de quedarse por el camino, como el que él mismo emprendió cuando salió de la fundición del astillero Paulino Freire. 

–¿Empezar de aprendiz a los 14 años marca la vida?   

–No me lo había planteado, pero probablemente sí. El trabajo te hace adquirir unas virtudes que no te da la escuela. Hablo de las virtudes cardinales, las clásicas que en muchos casos nos vienen de la religión: prudencia, justicia, fortaleza, templanza y yo añadiría una más, la puntualidad. No teníamos relojes aún. Salía de aquí hasta llegar a Bouzas e iba escuchando...

–¿Las campanas?   

–¡No! Las sirenas de las fábricas. Cada una tenía la suya y sonaban a una hora diferente, pero puntuales todas. Los aprendices eran una figura muy importante en las factorías y los talleres. Tenías tutores y toda una carrera. Era como un sacramento. Imprime un carácter que permanece en el tiempo.

  • Ficha personal

    Antón Costas (Vigo, 1949) se graduó como Ingeniero Técnico e Industrial primero y se fue a estudiar Economía después a la Universidad de Barcelona, donde fue profesor. Entre 2013 y 2017 fue presidente del Círculo de Economía. Escritor, columnista en medios como FARO, desde el pasado 28 de abril es presidente del Consejo Económico y Social y consejero nato del Consejo de Estado

–Saltó de la ingeniería a la economía porque quería entender el revulsivo económico de los años 60.   

–De finales de los 60, sí.

–Y ahora se ha convertido en una referencia para explicar qué estamos viviendo. ¿Ha sido un viaje de ida y vuelta a casa?  

–Estamos de nuevo en una etapa histórica. En parte dramática, pero a la vez preñada de grandes oportunidades, especialmente para la gente que más las necesita. La suma del empeño de las madres en sacar adelante a sus hijos y el Bachillerato permitió en esos años 60 el ascensor social para muchos que éramos hijos de clases trabajadoras. Es la hora de las oportunidades de los niños, los jóvenes y las mujeres, donde está el principal motor de progreso económico y social de nuestro país. De la mejora de la equidad y la justicia social.

“Repartir los nuevos empleos del Estado entre las autonomías tendría más efecto que el debate fiscal”

Con el inestimable impulso de la administración de EE UU y su presidente, Joe Biden, el convencimiento global de que el Impuesto de Sociedades a las grandes corporaciones debe cambiar para que paguen por sus beneficios reales y en los territorios donde los ganan marca un antes y un después en la visión de los impuestos. “Es que esto es tan sensato que sorprende que tengamos que seguir defendiéndolo”, sostiene Costas. 

–¿Serviría la argumentación para frenar la competencia fiscal entre autonomías en España?   

–Eso es otra historia y tampoco deberíamos exagerarla. Tenemos un Estado autonómico. Respetando la distribución de competencias, probablemente iría bien un suelo y un techo en los impuestos cedidos. Hacer un cierto ajuste para corregir en parte el ruido, no tanto por el impacto económico, que no es relevante. La igualdad de oportunidades económicas y de empleo requiere otro tipo de políticas. El Estado es una gran máquina que crea muchos buenos empleos. ¿Por qué motivo todos tienen que estar residenciados en Madrid? Si fuésemos capaces, como hacen otros países como Alemania, Suecia o EE_UU, de repartir territorialmente una parte importante de los empleos que crea el Estado, tendría más impacto en el dinamismo económico y la distribución de riqueza del país que el debate sobre el Impuesto sobre el Patrimonio o el de Sucesiones.

–¿Y por qué los economistas no hablan de eso y sí de recortar la administración, obviando muchas veces que también hay médicos o profesores?   

–Nadie es perfecto y probablemente los economistas menos que nadie. Tenemos una especie de armario mental que nos lleva a fijarnos mucho en la eficiencia global y el PIB. En eso estamos bien formados, pero nos falta la otra coordenada básica, que es la equidad o la justicia. El bienestar o la felicidad de un país dependen tanto de la eficiencia y el PIB como de cómo se distribuye. Hay que acostumbrar a los economistas a llevarse bien con los humanistas. 

–Tal y como están las cosas, corre el riesgo de que le llamen “comunista”.   

–Si los llamados comunistas están de acuerdo conmigo, están en la buena dirección. 

–Quizás es una oportunidad porque, por fin, somos conscientes de la realidad, como probablemente apunte la memoria social y económica de 2020 que acaban de aprobar en el CES. Sabíamos que había precariedad, pero ahora vemos las graves consecuencias.   

–No somos del todo conscientes de que lo que hemos hecho este años ha sido importante y, además, lo hicimos bien. Por primera vez en una recesión el empleo cayó menos que la actividad económica. A diferencia de 2008, hemos utilizado el acuerdo, el Diálogo Social, el consenso, para introducir nuevas políticas e instituciones sociales que reparten mejor el coste de una crisis.

–Y “gastar, gastar, gastar”, como recomendó usted.   

–Eso viene después. Los ERTE son un instrumento que repartieron mejor el riesgo que provoca una crisis entre el Estado, asumiendo funciones de mantenimiento del empleo, las empresas, que no despidieron masivamente, y los propios trabajadores. O el Ingreso Mínimo Vital, una especie de última trinchera contra la pobreza severa. Habrá que rediseñarlas y hacerlas funcionar mejor, pero, insisto, aún no somos conscientes de lo bien que lo hemos hecho. La otra lección importante que no debemos olvidar es que esta pandemia va a dejar cicatrices duraderas.

–¿Cuáles?   

–Aunque sean solo unos meses, las consecuencias de la pérdida de la escolaridad en los niños se extiende a lo largo de toda una vida en términos de menos ingresos salariales y, en ocasiones, peores puestos de trabajo. Yo tengo dos nietos en Barcelona de 3 y 4 años y el pequeño prácticamente no pudo ir a la guardería. Tengo otro en Suecia que no dejó de acudir. Si no somos capaces de ponerle remedio rápidamente, esto perjudicará a los niños y a las madres porque no han podido mantener su vida laboral. Si en una empresa vemos máquinas paradas, asumimos: “Estamos perdiendo capacidad de crear riqueza”. Pues cuando tenemos personas en edad de trabajar que no lo hacen por cuidar a sus hijos o cualquier otra circunstancia, es lo mismo. Necesitamos lo que yo llamo estrategia de las tres erres frente a la recesión. Resistir y recuperarte, como en una crisis clásica del capitalismo, pero esta es una crisis especial que obliga a reinventarte. No se podrán hacer las cosas de la misma manera y la variable clave de la administración pública para reorientar la economía en los próximos años, décadas diría, es la inversión. Y ahí es donde entran los fondos europeos. 

“Ver los fondos europeos como un maná que cae del cielo y solo hay que abrir el bolsillo es un error ”

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Antón Costas, en su casa de Matamá (Vigo). ALBA VILLAR

–Pero, ¿no estamos fiando demasiado la reinvención a los fondos?   

–Estoy de acuerdo. En muchos casos en nuestro país se ven como un maná.

–O directamente como un milagro.   

–Sí, como si cayeran del cielo y lo único que hay que hacer es abrir el bolsillo para que caigan dentro. Es un error. Cuando se trata de reinventar la economía, debes tener un propósito claro de futuro y un objetivo colectivo para no desperdiciar dinero en cosas marginales. El rumbo es muy importante para, incluso, soportar bien el fracaso sin que te saque de esa dirección. Los fondos no se pueden aplicar en el sentido: “Tengo una idea y, si usted me da dinero, la llevo a cabo”. No, no, eso no me vale. Usted tiene que estar haciendo algo o querer hacerlo, meter sus energías y su dinero, pero le ayudo para escalarlo y hacerlo más grande y más potente.

“La UE no puede ser cicatera con los fondos a sectores estratégicos como la automoción"

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Antón Costas, en su casa de Matamá (Vigo) Alba Villar

–La otra gran incógnita es la gestión administrativa. ¿No existe un peligro real de perder oportunidades por la lentitud de la burocracia?  

–Mire, el problema burocrático y de la lentitud viene más de Bruselas que de España.

–Eso va a abrir muchas bocas.   

–Pues póngalo. Solo hace falta leer el reglamento. Bruselas puede volver a equivocarse, aunque de otra manera, como ocurrió en 2010 con la austeridad.

–¿A qué se refiere? ¿A la condicionalidad?   

–A no ser suficientemente valiente y con el coraje para meter la cantidad necesaria de fondos que necesitarán proyectos concretos.

–¿Hay que aliviar el techo de las ayudas de Estado?   

–Aliviarlo en el sentido de subirlo. La automoción, el turismo o la agroindustria son estratégicos para nosotros. Limitar el monto de recursos públicos al 10% de la inversión es un error. La UE no puede ser cicatera. Por lo tanto, no nos castiguemos. Desde el inicio de siglo, España tiene una de las mejores balanzas de pago y hemos hecho cosas bien frente a la COVID-19, introduciendo nuevas figura con ocho acuerdos del Diálogo Social. A mi juicio, es uno de los países europeos con más razones para una mayor autoestima.

“No somos aún conscientes de todo lo que se ha hecho y bien en la crisis del COVID-19. España debe tener mayor autoestima”

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Antón Costas, en su casa de Matamá (Vigo). Alba Villar

–Esa senda de acuerdos en el Diálogo social no parece tan fácil frente a la reforma laboral. ¿Hay que derogarla o no? El Banco de España ha llegado a pedir abaratar más el despido.   

–Déjeme responder primero con aquello que no resolverá el problema del desempleo.

–No es poco saber eso.   

–La recuperación no va a resolverlo. La economía pegará un rebote extraordinario en 2022, algo así como los felices años 20 después de la Primera Guerra Mundial. Tampoco lo conseguirá introducir los ajustes que sean necesarios mediante el acuerdo social.

–¿Entonces qué hay que hacer?   

–Una especie de instrumento celestina para emparejar las necesidades de las empresas y las demandas de trabajo de las personas. Ese papel es básicamente, aunque no único, de la formación profesional, que debemos rediseñar de una manera más completa, integrada. Se lo dice una persona, como hablamos antes, que a los 14 años pasó por ese proceso que llamaban maestría. Para que tenga éxito debe ser una trinidad entre empresas que se comprometan de manera seria y eficaz con la formación de sus trabajadores; que el Gobierno crea en ese tipo de enseñanza; y que la formación profesional recupere el prestigio social en las familias. Si logramos esto, le aseguro que en muy pocos años nuestro mercado laboral mejorará notablemente.

–¿Cuánto?   

–Mire usted la EPA y fíjese en los colectivos con menor paro en España. En la formación profesional de grado medio es de poco más del 7% y del 6% en la de grado superior.

–Muy cerca de lo que los economistas llaman pleno empleo.   

–Sí, alrededor del 4%.Y la solución al problema de la precariedad va en la línea de lo acordado entre los agentes sociales sobre los riders.

“Una empresa o un país no es productivo con sueldos de miseria”

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–Pues esas mismas plataformas ahora están buscando subterfugios para no contratarlos.    

–Habrá que cerrar esos subterfugios. La vida es así. No podemos escandalizarnos con esto a nuestra edad. Creo que el acuerdo entre CEOE, Cepyme, los dos grandes sindicatos y el Ministerio de Trabajo va en la línea que defiendo de experimentación para tener resultados distintos, como defendía Einstein, y será copiado. La mayor parte de las empresas españolas funcionan con unas condiciones laborales que pueden mejorarse, aunque en ese sentido son dignas. El problema de la precariedad se concentra en un segmento determinado de la economía.

–Pero muy intenso en empleo.   

–Claro, porque tenemos una economía muy abundante en servicios, pero la solución no es destruir eso, el turismo o la hostelería, porque representan el 13% de la riqueza del país. Lo que tenemos que hacer es obligar a esa parte de la economía a trabajar en condiciones laborales justas porque olvidamos muchas veces que lo que te hace rico a largo plazo es la productividad. No es posible que una empresa o un país sean productivos con trabajadores precarios y sueldos de miseria.

“Ahora es mucho más difícil ser diputado o ministro que presidente de una de una gran multinacional”

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Antón Costas, en su casa de Matamá (Vigo) Alba Villar

–¿Qué supone en un país tan crispado recibir la unanimidad de sectores muy diferentes para presidir el CES?   

–Un halago y la responsabilidad de intentar responder a esas expectativas, sabiendo que algunas no dependen de la institución que presido. El CES y el Consejo de Estado tienen una labor importante en la medida en que pueden contribuir a mejorar la calidad del proceso de formación de políticas y del debate público sobre nuestros grandes desafíos y cómo debemos afrontarlos. Los expertos tendemos a hablar al poder, ¿no? Si queremos cambiar las cosas debemos hablar a la sociedad. Solo cuando una sociedad comprende en qué dirección hay que avanzar, los gobiernos y dirigentes pueden ser atrevidos y hacer reformas, sean sociales o económicas, estables.

–¿Se lo pensó mucho cuando le tantearon?   

–Me lo pensé mucho en otras propuestas que me hicieron.

–¿Qué otras propuestas?   

–Probablemente con mayor relevancia en la vida política.

–¿Se refiere a entrar en política?   

–No solo ahora, sino en el pasado, me ofrecieron asumir ciertas responsabilidades políticas. Lo pensé más y no lo acepté. Mi sorpresa es que con esto mi cuerpo no reaccionó mal. [Se ríe]. Posiblemente porque me apetece más estar en el frente de las instituciones que en la trinchera de la política. La política es para mí la actividad más necesaria en una sociedad y ahora es mucho más difícil ser diputado o ministro que presidente de una gran empresa multinacional. Sin embargo, la retribución es muy diferente. 

–Y el grado de crítica.   

–Porque son más visibles, están más expuestos. ¿Hay corruptos? También entre los catedráticos de universidad. Un país se destruye a sí mismo si destruye a sus políticos.

–Uno de ellos, Ernest Lluch, maestro suyo, dio una lección de diálogo a propósito del terrorismo que posiblemente nadie mejoró aún. ¿Cómo le contaría la situación actual del país?

[Costas se levanta y vuelve a los pocos segundos con dos libros sobre el político asesinado por ETA en el año 2000].     

–Los tengo encima de la mesa porque este lunes doy una conferencia sobre Ernest. ¿Cuál era la pregunta?

–¿Qué le diría sobre qué es España hoy?

–Que nuestro país no está en peores condiciones que en los tiempos en los que él luchó para mejorarlo, como su batalla tremenda con la corporación médica para la ley de sanidad universal. Que lo necesitamos a él y a personas con el mismo coraje para dedicarse a la política y mejorar la vida de los ciudadanos. 

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