El virus está causando daños a nivel planetario fundamentalmente a las personas. Es un hecho. Son miles los ya fallecidos y está claro que convivirá con nosotros lo que implica que nuestros hábitos sociales, culturales y económicos habrán de adaptarse a esa nueva realidad. Ahora bien, no estamos considerando debidamente que el virus además de atacarnos individualmente a las personas, también han penetrado en las células vitales de la economía y por tanto es obvio que, si estamos luchando para conseguir medicinas y vacunas para las personas, deberemos tener claro que también necesitamos vacunas y medicinas para sostener nuestro sistema económico a largo plazo.

A corto plazo, la súbita parálisis de muchos sectores económicos ha impuesto la necesidad de que las autoridades a todos los niveles de administración estén orientando recursos financieros que no tienen, y por tanto se han pedido prestado, para emplearlos en paliar los efectos del shock del confinamiento, ayudando a la lenta recuperación de los parámetros que miden la salud financiera y económica.

Habrán sido eficientes o no, pero se han adoptado medidas de choque, pero el hecho que algunas empresas o sectores vayan progresivamente recuperándose, el sistema está muy enfermo y los síntomas indican que muchas empresas desafortunadamente desaparecerán. La enfermedad padecida afecta a órganos vitales como la evaporación de beneficios, la elevación del nivel de endeudamiento y la caída de la productividad. Habrá empresas innovadoras con capacidad de adaptación a los nuevos desafíos que incluso aprovecharán la oportunidad que nuevas demandas de bienes y servicios, facilidad de acceso al crédito o tamaño empresarial les permitirán un sostenible y exitoso camino de desarrollo empresarial.

Pero lo cierto es que tendremos empresas moribundas y aquí se presenta el gran dilema. ¿Es conveniente emplear recursos para ayudar a empresas que tarde o temprano desaparecerán? Claro, si son intensivas en ocupación laboral, el pánico se puede atisbar, pero los recursos de los programas de recuperación, parece prudente orientarlos a ayudar a las empresas viables e innovadoras, solventes, con planes de reconversión, modernización y con buena reputación profesional de sus dirigentes y propietarios.

No es que apele a Darwin o Schumpeter en el razonamiento, pero, aunque no nos guste oírlo, solamente sobreviven los fuertes. Ahora bien, como sociedad avanzada esperemos ser capaces de realizar una transición justa y la clave probablemente esté en conceptos como flexibilidad, diversidad y adaptabilidad.

*Economista