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Nos metimos en un jardín

de Pescanova. // L.G.

"Dios está arriba". Es una frase de mi vecino José Regueira, de Pinténs, la aldea donde me crié. Mi padre siempre la recuerda. No soy creyente, pero me ha servido muchas veces para tener una especie de fe de conveniencia, arbitraria y difusa, esa que me dice que algunos dolores serán recompensados en algún momento. No con el convencimiento del equilibrio vital, y mucho menos de la revancha. Más bien como una canción de fondo de Shostakóvich, o como esos libros que releo una y otra vez y que me permiten abstraerme cuando hay problemas. Algo - Regheira lo llama Dios- hará que se resuelvan porque estoy haciendo las cosas bien. Pocas veces funciona, pero a la larga -siempre quedará el cielo- tampoco falla.

El 28 de febrero de 2013, pasadas las once y media de la noche, en FARO levantamos la apertura de Economía al enterarnos de los problemas por los que atravesaba Pescanova SA. Mejor dicho, al descubrir que la pesquera, ejemplo de casi todo para casi todos, estaba a punto de pedir preconcurso de acreedores. Desde ese momento, el objetivo fue claro: liderar desde Vigo, con plena objetividad e independencia, la información en torno al ya bautizado caso Pescanova. Enseguida me hicieron comprender que quedaban más que vestigios de una clase empresarial capaz de actuar por encima de cualquier marco de convivencia social o económica. Que molestas. Y me ratificaron en el convencimiento de que los medios de comunicación locales, de proximidad, no son menos que nadie y que ninguno.

"Te vas a meter en un jardín", y nos metimos.

"No vais a poder", y pudimos.

No le quiten el tono inquisitorio y de coacción de la primera frase, ni el socarrón de la segunda. Ya no importa quién dijo qué, ahora todo terminó.

De Australia a Chile y de Namibia a Chapela, la crisis del grupo pesquero fue demoliendo su músculo industrial. El equipo de Senén Touza y Santiago Hurtado, los administradores concursales de Deloitte, ordenaron a los responsables de las filiales que no ejecutaran ninguna decisión sin su previo consentimiento. La fidelidad hacia la antigua cúpula era muy fuerte. Bastaba con hacer un par de llamadas, cuadrando las horas para no despertar a nadie al otro lado del globo, para darse cuenta. Bastaba con recibirlas, a veces sin remitente, para percatarse de lo mismo. Touza y Hurtado suscribieron decenas de pactos de no agresión ( stand-still) con bancos y otros acreedores para mantener en pie la compañía, que tenía entonces más de 11.000 trabajadores. Fue una tarea hercúlea, y lo consiguieron. Aquella sesión en el Mercantil de Pontevedra, en la que se salvaron las filiales Frinova y Bajamar Séptima, fuer un regalo a su perseverancia. La plantilla de Porriño siguió las votaciones de los acreedores en directo por la página web de este periódico, con aplauso final. Lo supe mucho tiempo después.

Los bancos, con la Xunta, inyectaron los primeros 55 millones de euros, en el verano de 2013, que impidieron el cese de operaciones de Pescanova. Habría sido un desastre irreparable para la economía gallega y la industria pesquera española en su conjunto. No era un chiste de Rodolfos Langostinos y grumetes a contar en los pasillos del Congreso; era la mayor pesquera del país, principal comercializador de productos de proteína marina -España es deficitaria en materia prima-, primer empleador en el sur de Namibia, líder sectorial en la región de Beira (Mozambique), puntal de desarrollo en la región de Porvenir (Chile) o la provincia de Santa Cruz (Argentina). La banca acompañará a Pescanova a lo largo de toda la travesía hacia su recuperación, y asumió quitas de más de 1.500 millones de euros.

La primera de la ronda de entrevistas a las que se prestó Manuel Fernández de Sousa -que llegó a crearse una página web, manuelfernandezdesousa.es, dada de alta el 17 de mayo de 2013- fue a un medio nacional, la Cadena Ser, con Pepa Bueno. No fue sorpresa. El primer medio que tuvo acceso al informe forensic de KPMG, que ponía negro sobre blanco todas las tropelías de la antigua cúpula, fue Expansión, también de tirada estatal. Tampoco sorprendió. Pero resultaba molesto, les confesaré. "¿Por qué no los medios gallegos?" Aun así, había que mantener el pulso con el objetivo inalterable, el de la buena información, sin frustrarse ante circunstancias que no se podían controlar. Las filtraciones de este tipo son continuas; la sentencia, con buen criterio, fue publicada y distribuida el mismo día a todos los medios a través del Tribunal Superior de Xustiza de Galicia (TSXG).

En los primeros compases de la crisis, con la prensa expulsada de los dominios de la empresa, la plantilla protagonizó un estudiado acto de respaldo al presidente, apoyo que duró poco. La performance fue singular: el comunicado, leído por una trabajadora en presencia de varios directivos, hacía referencia a una campaña de desprestigio hacia la compañía y sus gestores que nunca existió, por mucho que (nos) lo hayan repetido. A excepción del cierre de la filial andaluza, Acuinova, no hubo medidas traumáticas de empleo. Y los empleados nunca dieron la espalda al grupo, pese a congelaciones salariales y negociaciones de infarto. Sus nombres -Mamen, Fernando, Rafael, Bruno, Mela, María José Sesé (asesinada por su expareja en 2017)... han sido pilares de esta historia.

Que, para mí, terminó el martes 6 de octubre de 2020 con el fallo de la Audiencia Nacional. Con los hechos probados. Después de jornadas de juicio en soledad -no hubo más medios siguiendo el procedimiento hasta que FARO lo advirtió-, con el esfuerzo realizado por este diario para desplazar a una periodista a Madrid durante ocho semanas.

Con el convencimiento de haber intentado hacer las cosas bien en todo momento. "Dios está arriba".

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