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La última lección de Miguel sobre la pobreza

Las entidades de lucha contra la exclusión en Galicia despiden a uno de sus grandes referentes en la reinserción

Miguel Luque Fajardo, acompañado de otras compañeras de Boa Vida, en una entrega de firmas. // Rafa Vázquez

El primer bote común de Boa Vida se llenaba con los 25 o 30 céntimos que cada uno ponía cuando el bolsillo agonizaba un poco menos de lo habitual. De él salían después pequeños préstamos entre los compañeros de la asociación para el café. "Un día llegamos a 5 euros y Miguel Luque pensó que quizás podíamos usar el fondo para ayudar a pagar medicinas", recuerda Pepa Vázquez, presidenta y cofundadora de la entidad. Y así fue. Del desayuno pasaron a los medicamentos y de ahí a "las urgencias en general" en este particular sistema de microcréditos caseros que la agrupación pontevedresa, toda una referencia en la lucha contra la exclusión social en Galicia, mantiene casi una década después de su creación. Miguel ya no podrá devolver el último que pidió para viajar a Madrid y ver a su hija. A la salida ayer del cementerio donde le enterraron, Pepa Vázquez recordaba emocionada el ejemplo "de libertad y dignidad" de su amigo, superviviente de la calle, y su última lección sobre el drama de la pobreza. "Es el resultado final, una muerte prematura", asegura. En una comunidad donde los hombres superan de media los 80 años, a Miguel se le apagó el corazón con solo 67.

Alto, canoso, serio en apariencia y cargado de emotividad en las distancias cortas, este andaluz de nacimiento "y gallego de adopción", como le gustaba remarcar, se cuela en la mayoría de imágenes de las actividades organizadas por Boa Vida. Él era perfectamente consciente de la referencia que suponía para otros muchos compañeros de la asociación. "Me dicen que hablo muy bien", confesaba, medio avergonzado, en una entrevista a FARO en octubre de 2013 para ilustrar la propagación de la desigualdad social en Galicia por culpa de la doble recesión.

A Miguel la reciente crisis le cogió con la piel curtida entre cartones. Sabía de antes lo que era. "Que esta mierda estaba a nuestro alrededor", se quejaba. El mercado laboral le había expulsado mucho antes y aquel golpe acabó también con su familia. Su historia no fue muy distinta a la de otras muchas víctimas de la exclusión. Cayó en una terrible depresión y acabó en la calle durante doce años, aunque en su caso con un afortunado arranque de valentía que un día le llevó a finiquitar el calvario. "El sentimiento de culpa por la situación es tan, tan fuerte -rememoraba con FARO-, que o te hacer ser iracundo o llorar por tu miseria". ¿Cómo de dura es la calle? "Mucho, amigo mío", respondía. Basta una mochila y un pantalón viejo para convertirse en la diana de la indiferencia de la gente o, peor, del rechazo y la aporofobia: "¡Cuánta gente me ha llamado borracho y me ha dicho que trabajara!". A él, que sus únicos contactos con el alcohol y la droga fueron "compartir cartones con toxicómanos y adictos e intentar ayudarles, aunque fuera llorando o riendo con ellos".

Los servicios sociales de Pontevedra se dieron cuenta desde el principio de eso. Miguel era exactamente lo contrario de lo que le insultaban por las calles. "En ese momento por mi trabajo como trabajadora social fue cuando nos conocimos", cuenta Pepa Vázquez. Mucho antes de que Boa Vida se constituyera en asociación, Miguel empezó a participar en las reuniones del grupo, que todavía hoy se presenta como "personas agradables con problemas de todo tipo, con dificultades, en situación de vulnerabilidad social, que nos reunimos para llevar mejor la vida (opinar, acompañar, aprender, ayudar, reivindicar, ser referentes) con la idea de dar participación y esperanza a todo el que quiera formar parte". La organización surgió de la acuciante necesidad de llenar el hueco emocional de los olvidados de la crisis. "Como un espejo en el que mirarnos entre todos", resume Pepa Vázquez. "A raíz de todo esto -contaba Miguel Luque en 2013, a propósito del impacto de la grave crisis-, dentro de la miseria social somos más solidarios, sí. Al menos ahora te escuchan".

España se ha dado un baño de realidad con las recientes conclusiones del relator especial sobre la extrema pobreza y los derechos humanos de la ONU. Philip Alston inició en Galicia una visita de doce días por varias comunidades del país para conocer de primera mano las consecuencias de la desigualdad y saber qué están haciendo las administraciones para erradicarla. Con las estadísticas de la UE, el experto recordó que la tasa de pobreza y exclusión social asciende al 23% en Galicia -y así lo confirma el Instituto Nacional de Estadística (INE)-, "un elevado número de personas, casi un cuarto de la población". Y eso que la comunidad siempre está entre las de menor incidencia. Su veredicto para el conjunto del país es demoledor: el sistema de protección social en España "está roto".

No fue ninguna sorpresa para Pepa Vázquez. "Cuando lo decimos nosotros se toma a la ligera, pero lo bueno es que esta es una afirmación con autoridad y que hace temblar los muros de la injusticia", valora en este día tan cargado de sentimientos encontrados en Boa Vida.

La calle pasó factura a la salud de Miguel. En 2013 pedía perdón por su voz titubeante, fruto de una reciente parálisis facial en al cara. Ahora tenía el corazón a medio gas. "Era muy especial. Libre. Necesitaba escaparse de vez en cuando para desconectar, como ese viaje a Madrid a junto de su hija -dice Pepa Vázquez-. El préstamo nos lo ha devuelto con creces".

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