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Una reforma de maniobras políticas y uniones forzadas

El paso de Rato por el Congreso desvela una pauta común en las diferentes fusiones de las cajas españolas, también las gallegas

A la espera del veredicto del Supremo en su revisión de la condena a cuatro años y medio de cárcel por las tarjetas black de Bankia, el juicio por la salida a bolsa de la entidad y las causas abiertas por posibles delitos tributarios y la ocultación de fondos en paraísos fiscales, ante la opinión pública probablemente vale muy poco la palabra de Rodrigo Rato, aunque el relato de su caída el pasado martes en la comisión de investigación del sector financiero en el Congreso, repleto de dardos envenenados contra el ministro de Economía, Luis de Guindos, y buena parte del PP, ayuda a desentrañar los todavía muchos secretos escondidos bajo la reforma financiera. El exvicepresidente del Gobierno en la era Aznar y luego máximo responsable del FMI y del grupo BFA desveló supuestas ocultaciones del Ejecutivo al Banco de España, algo "insólito", clamó; o la imposición a Bankia para sumar en su fusión a Bancaja como una de las razones de la caída de la entidad. Matrimonios forzados y maniobras políticas. Una combinación que podría aplicarse perfectamente a otros truculentos episodios del culebrón financiero como el de las cajas gallegas.

"El Banco de España ocultó el agujero de Bancaja al fusionarla", publicaba El Mundo en octubre de 2016. La caja valenciana únicamente había recogido en su contabilidad "una pequeña parte de las reclasificaciones y ajustes" que le requirieron los inspectores antes de la fusión con el resto de cajas que formaban Bankia.

Cambien Bancaja por Caixa Galicia y la historia es idéntica.

En diciembre de 2010, pocos días después de la inscripción de Novacaixagalicia en el Registro Mercantil e iniciar su andadura como la entidad gallega fusionada, los entonces responsables, con las riendas en mano de los directivos procedentes de Caixanova, recibieron un informe del Banco de España que rompió sus esquemas. El regulador lanzaba una larga lista de ajustes para dar "rigor" a la fusión y "subsanar las debilidades identificadas en la antigua Caja de Ahorros de Galicia". Así se enteraron, cuando ya no había marcha atrás, de que las cuentas con las que llegó la entidad coruñesa a la unión tenían muy poco de realistas y se confirmaba lo que tanto habían dicho: que la fusión no salía por el agujero heredado de la caja dirigida por José Luis Méndez.

El retraso en la comunicación de los datos manejados por el Banco de España respecto a la envergadura de ese agujero no se explica por falta de tiempo. Según las actas de los inspectores publicadas por FARO, el supervisor pidió ya en 2007 a Caixa Galicia que frenase el crédito. En 2008, que se reestructurase. Y en base a los exámenes internos de 2009 tras activar "un ciclo de inspecciones" para someterla a cuidados intensivos concluyó que la caja coruñesa era inviable en solitario.

Los números dan vértigo. La morosidad superaba el 9%, frente al 5,5% declarado públicamente. Había 798 millones de euros en activos dudosos sin reconocer y 425 millones que necesitaban una vigilancia especial. Entre correcciones de valor, provisiones sin realizar y operaciones de riesgo que estaban clasificadas como normal, Caixa Galicia arrastraba 805 millones de euros de dotaciones sin cubrir. La fusión, contagiada por el lastre de la entidad coruñesa, fue desde el primer día una bomba a la espera de que la situación económica se pusiera un poco peor -como sucedió- para estallar.

Hay otro elemento común en la intrahistoria descrita por Rato y lo ocurrido en Galicia. A él, dijo, le convencieron de que Bankia debía salir a Bolsa para espantar las sombras de los mercados sobre la seguridad del sector financiero español. En una de las últimas reuniones antes de encarrilar las negociaciones de la fusión gallega, altos cargos del Banco de España y el Gobierno empujaron a los directivos de Caixanova a inclinarse a favor: tenían que ayudar a solucionar "un problema". La intervención de Caixa Galicia no estaba sobre la mesa porque las consecuencias en la imagen de España serían terribles. Las reticencias de la cúpula de la caja viguesa seguían por la debilidad de la integración. "No os preocupéis. Hay partido", recibieron como respuesta.

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