El 1% más rico de la población mundial se aleja del 99% restante. Suma más riqueza que la mitad de habitantes del planeta. Es un colectivo que vive, de hecho, en otro mundo, casi inconcebible para la mayoría. Aunque incluso en ese paraíso de los muy ricos hay categorías: algunos de ellos se consideran, casi, clase media, en comparación con los más selectos integrantes del club.

A mediados de los 2000, Robert Frank, entonces editor de la columna The Wealth Report de The Wall Street Journal, se imaginó un país llamado Richistán para ilustrar hasta qué punto los ricos del mundo eran ya nativos de otra patria, un territorio diferente y alejado de los demás. “Los ricos han formado su propio país: el 1% mas rico de Estados Unidos gana más que la renta nacional de Francia o Italia”, comentó Frank, describiendo un país de yates amarrados en marinas privadas, aviones Net Jets (compartidos entre varios multimillonarios), mayordomos de la nueva ola, y personal arborists, el término que los richistaníes preferían usar para referirse a sus jardineros hispanos. Los ricos ganaban cada vez más mientras la renta de la gran masa de gente corriente se estancaba.

Richistán -en el libro de Franks- era una secesión de EE.UU. donde los ricos se sentían especialmente necesitados de refugiarse en otro país, como había advertido Scott Fitzgerald, el autor de El Gran Gatsby, en la primera era de la plutocracia estadounidense. “Los ricos son diferentes de ti y de mí”, comentó Fitzgerald a Ernest Hemingway, quien respondió con sorna: “Efectivamente. Tienen más dinero”.

Al inicio del nuevo siglo, había multimillonarios como Peter Thiel, fundador de Pay Pal, que se tomaba muy en serio la idea de crear una nueva patria por motivos de diferencia de clase. Thiel financió, a través del think tank Seasteading Institute en San Francisco, crear unas islas de richistaníes. Serían nuevas ciudades flotantes en el Pacífico, donde los millonarios vivirían sin pagar impuestos, sin verse molestados por el ¬Estado federal y con excelentes puertos para amarrar el yate.

Riqueza globlizada

Diez años después de la publicación del libro, Richistán se ha globalizado, desacoplado ya no sólo de Estados Unidos sino del mundo entero. Ya no es otro país sino otro planeta en una galaxia lejana, alcanzable -en las fantasías de los ricos- mediante un cohete espacial de los empresarios multimillonarios Elon Musk y Richard Branson. El número de millonarios, a escala mundial, ha subido casi el 150% desde principios del siglo, hasta 36 millones, según el nuevo informe sobre la riqueza de Credit Suisse First Boston (Global Wealth Report, 2015).

Los millonarios chinos ya son 1,3 millones, diez veces más que en el 2000. Los indios se han multiplicado por cinco. China ya tiene casi 10.000 individuos ultrarricos (ultra high new worth individuals UHNWI, en inglés), personas cuyo patrimonio rebasa los 50 millones de dólares. En general, el 1% más rico de la población mundial tiene ya más patrimonio que el 50% más pobre. Todos se van alejando del resto en su viaje hacia la estratosfera de la riqueza.

Quienes tengan invitación podrán visitar el país de los ricos a finales de este mes en la cumbre anual del Foro Económico Mundial, en la pequeña estación de esquí suiza de Davos. El encuentro de la élite es más cosmopolita que nunca desde la crisis. Habrá participantes de 100 nacionalidades distintas (aunque todos hablan inglés con acento americano y llevan chaquetas de The North Face). La mitad de los 2.000 participantes proviene de Europa o EE.UU., pero India aporta ya el 5%, y China, el 3%. Dentro del centro de convenciones Congress, rodeado de miles de policías armados con francotiradores del ejército en el tejado, se producirá la pasarela de Davos Men: consejeros delegados de multinacionales, banqueros de inversión o gestores de fondos especulativos, muchos de ellos integrantes del ranking de milmillonarios (individuos con un patrimonio mayor de 1.000 millones de dólares) de la revista Forbes. Otros serán los economistas de prestigio, los emprendedores sociales, consultores, relaciones públicas, contables, chefs creativos, periodistas de élite, cuyas rentas dependen de la plutocracia financiera. Todos rendirán homenaje al eslogan de Davos: “Committed to improving the world” (Comprometidos en mejorar el mundo). Y este año se ¬espera que el tema más candente sea el filantrocapitalismo, tras el anuncio de Mark Zuckerberg de donar 45.000 millones de dólares a causas humanitarias sin excluir que, a la vez, logre alguna rentabilidad financiera.

Para tener una idea de qué clase de país o planeta es cuando uno visita el nuevo Richistán global, sólo hace falta hojear el suplemento How to Spend It (cómo gastarlo) de consumo de lujo del diario internacional de élite, el Financial Times, con sus páginas de papel satinado y fotos seductoras de mujeres adornadas con diamantes.

Ahí está el anuncio a dos páginas de las joyas Bulgari con foto de Carla Bruni, cuyo patrimonio asciende a 15 millones de dólares. Enfrente, otro anuncio de los gemelos de lujo Longmire -a 3.000 o 4.000 euros el par- que podría llevar el marido de Bruni, Nicolas Sarkozy (con un patrimonio de cuatro millones de dólares). Hay artículos sobre los Aston Martin -como el que conducía Sean Connery en Goldfinger, que se vende ya por cuatro millones de euros-, y los McLaren fórmula 1, como el que Rowan Atkinson, Mister Bean, acaba de vender por 12 millones de euros. Otro reportaje muestra la gama retro de mesitas con ruedas para cócteles que se han convertido en objetos deseados de coleccionistas. Una de ellas, de estilo art decó, pertenece a una directiva del Banco de Reconstrucción Europea, cuyo presupuesto -dicho sea de paso- procede del contribuyente europeo. “Hace cinco años un drinks trolley como el mío valía 500 libras; ahora vas a pagar 3.000”, asegura. Un anuncio de Hideaways Club (club de escondites) ofrece participaciones en cuatro propiedades inmobiliarias en diferentes países, una villa en la Toscana italiana, un chalet en Niseko (Japón), una mansión al lado de la playa en Bali y un penthouse en Broadway, cerca del que acaba de comprar Cristiano Ronaldo por 18 millones de euros en la Trump Tower de la Quinta Avenida. “Puedes tener tus residencias principales en Nueva York, Hong Kong, Moscú o Bombay, da lo mismo, los superricos de hoy son cada vez más su propia nación; el país de Mamón“, resume Chrystia Freeland en su libro Plutócratas.