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Los retos del negocio financiero

La banca española aprueba el examen del BCE pero sigue expuesta a grandes desafíos

La política monetaria mete presión al sector, que mejora su rentabilidad, aunque lejos aún de sus niveles precrisis y con la ayuda de resultados no recurrentes

La banca española acaba de superar con éxito la nueva exigencia de capital de máxima calidad demandada por el Banco Central Europeo (BCE) para 2016 utilizando el criterio denominado "Common equity tier 1" (CET 1): el capital ordinario de primer nivel en relación con los activos ponderados por riesgo. La prueba, realizada con la situación de las entidades a 30 de septiembre, fue superada -con mayor o menor holgura- por la totalidad de las 17 entidades analizadas en España, a cada una de las cuales se les exigió un nivel diferente de capital en función de los rasgos específicos de su negocios, su perfil de riesgo, la calidad de sus activos y su condición de entidad sistémica o no.

El resultado avala que las reformas financieras realizadas por los dos últimos Gobiernos, las sucesivas rondas de fusiones, recortes de empleo y de oficinas, procesos de recapitalización, operaciones de saneamiento con recursos públicos (nacionalizaciones) y privados, crecientes dotaciones para provisionar riesgos y el rescate por la UE por un importe de 40.000 millones han fortalecido al sector.

Otra cosa diferente es que el esfuerzo haya sido suficiente tras el grave deterioro ocasionado al sistema financiero español (y no sólo a las antiguas cajas de ahorros) por los excesos de la doble "burbuja" (inmobiliaria y crediticia) en la que vivió inmersa España entre 1998 y 2008. Todo apunta a que no. Lo dicen las crecientes exigencias regulatorias, muchos analistas y la insistencia con la que el Banco de España viene reclamando más ajustes de capacidad y nuevas fusiones bancarias.

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El examen que acaba de hacer el BCE para 2016, y que se conoció el 24 de diciembre, es razonablemente satisfactorio, pero no lo es tanto el que hizo un mes antes la Autoridad Bancaria Europea (EBA) y que, con el criterio regulatorio internacional (más exigente) previsto para 2019 (denominado capital "fully loaded"), la banca española, con un grado de solvencia medio del 10%, se situó en el penúltimo lugar de la UE y dos puntos por debajo del promedio continental.

La solvencia bancaria no es un criterio estático. Las ratios de fortaleza son dinámicas porque la situación ponderada por riesgo de cada entidad no sólo depende de sus niveles de capitalización sino de cómo evolucionen la calidad de sus activos, las condiciones generales de la economía (que se afiance e intensifique la recuperación o no) y de la política monetaria, entre otros factores. Y los riesgos, lejos de haberse disipado, persisten, aunque se hayan moderado de forma notable respecto al pasado reciente.

Riesgos

La banca está aún sometida a muchos riesgos. Los activos dudosos se ha reducido pero persiste un alto nivel de ellos dudosos y adjudicados que no generan rendimientos. La morosidad también ha descendido respecto a los máximos de la crisis pero sigue aún por encima del anterior nivel récord, que se había alcanzado en la recesión de 1992-1993. Continúa además un crecimiento económico muy escaso en la UE y que, aun cuando superior en España, tiende a desacelerar. La baja inflación (0% al cierre de 2015) sigue operando como un aliado inconveniente del excesivo endeudamiento de empresas y familias, y lo mismo de un sistema bancario que es deudor de los mercados mayoristas de financiación por la alta importación de ahorro que hizo España en la época de la bonanza para sostener un crecimiento apalancado con endeudamiento externo.

Beneficios

La banca española abandonó en 2013 las pérdidas en las que incurrió en 2011 y en 2012, y que fueron causadas tanto por la dureza de la crisis económica como por el esfuerzo de saneamiento y dotaciones que los grupos financieros tuvieron que acometer contra sus resultados por imperativo de las autoridades.

La banca, que fue el segundo sector tras la construcción en el que más se hundió la rentabilidad, ha ido mejorando su tasa de beneficios desde 2013, pero de forma insuficiente. En términos históricos siguen siendo muy reducida. Ahora está de media en el 6,5% de los recursos propios, cuando antes de la crisis estaba en el 10% y en algunos casos llegó al 20%. Algunos banqueros vienen señalando el riesgo de un rendimiento que en algunos casos está por debajo del coste de capital. La rentabilidad de la banca española se ha situado, pese a ello, por encima de la media europea (3%). Pero este dato exige una reconsideración en función de la calidad y sostenibilidad de los resultados. Y la conclusión no es favorable.

El grueso de los beneficios proceden no de la operatoria propiamente bancaria sino de actuaciones no repetibles (venta de activos y de carteras, y enajenación de participaciones empresariales), por lo que se trata de resultados no recurrentes y que tenderán a menguar a medida que se vende lo vendible. Y derivan a su vez no tanto de la parte alta de la cuenta de resultados (que sería lo más óptimo en términos de sostenibilidad y crecimiento del negocio) como de la parte baja (recorte de gastos, menores provisiones tras el gran esfuerzo de dotaciones realizadas en años precedentes, créditos fiscales por pérdidas en anteriores ejercicios, fondo de comercio... y el mayor ajuste de empleo y oficias de la UE), lo que tenderá también a agotarse. Parte de la mejora de los resultados del sector provino a su vez del negocio en el exterior, dijo en noviembre el gobernador del Banco de España, Luis María Linde, lo que ahora se está dando la vuelta, como evidencia la penalización a algunos grandes bancos por su exposición a países emergentes, sobre los que se ciernen las mayores incógnitas, mientras que otros bancos están expandiéndose a países menos cuestionados para evitar una excesiva dependencia del mercado español y sus debilidades.

Efecto bañera

En el primer semestre del año pasado los ingresos por créditos menguaron el 14% respecto al mismo periodo de 2014 y casi el 50% sobre los generados en 2012. Esto obedece a lo que cabría definir como efecto bañera. Aunque el crédito está creciendo (del grifo mana más agua que en pasados ejercicios: hasta octubre había aumentado el 11% en tasa anual), por el sumidero se va mucha más como consecuencia del elevadísimo volumen acumulado durante la etapa de la euforia. El voluminoso crédito se está amortizando a mayor ritmo del que se generan nuevos préstamos y esto que es bueno para el país -que figura entre los que tienen las familias y empresas más endeudadas de Europa y cuya economía precisa por ello desapalancarse- supone un desafío para la banca en la medida en que esa contención (en parte, forzosa por la insuficiencia de la demanda solvente de crédito) entraña una reducción del volumen de negocio en tiempos además en que los tipos de interés ínfimos estrechan los márgenes financieros.

A esta realidad se suma que el BCE, al tiempo que con una mano exige saneamientos y solvencia creciente a las entidades financieras, con la otra las fuerza a asumir riesgos. Desde el 5 de junio de 2014 el BCE no remunera sino que cobra a los bancos que en vez de dar créditos depositan sus excedentes de liquidez en las cuentas que tienen en el banco central, lo que por el momento las entidades han trasladado sólo parcialmente a sus depositantes: apenas les remunera el ahorro pero no han dado el paso de establecer tipos negativos y cobrarles por dejar su dinero en manos del banco.

Exigencias de capital

Los requerimientos crecientes de capital y de solvencia por las autoridades regulatorias presionan a su vez a la baja la rentabilidad para el accionista, al igual que el recurso al pago de dividendos con la entrega de acciones. La banca trata de zafarse de la presión con el cobro de comisiones (como se acaba de ver con los cajeros automáticos) o aumentando los diferenciales que aplican sobre los préstamos.

Los movimientos de la banca en busca de rentabilidad por otras vías choca con la impopularidad de las acciones que emprende con ese fin tras el fuerte deterioro reputacional que arrastra el sector por la acumulación de controversias a causa de los desahucios, las participaciones preferentes, las quitas a los tenedores de productos híbridos, las cláusulas suelo y techo, los rescates públicos de antiguos cajas, otras ayudas al conjunto de la banca, los fracasos de algunas salidas a Bolsa y los escándalos por las elevadas remuneraciones de los altos dirigentes y sus blindajes, las autoindemnizaciones y las tarjetas opacas al fisco como remuneración oculta de consejeros y directivos.

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