La Reserva Federal (FED) postergó de nuevo anteayer el inicio de la subida de tipos de interés por la debilidad de la economía global y la ausencia de síntomas inflacionarios en EE UU. Subirá las tasas (en el inaudito entorno del 0% desde 2008) cuando tenga, dijo, "certeza razonable" de que la inflación volverá a su objetivo del 2%. ¿Y si tarda en volver?

Tras siete años de magna expansión de la base monetaria y tipos de interés nulos, con EE UU creciendo al 3,7% anual y un paro que ha bajado a los niveles técnicos de pleno empleo (5,1%), la inflación ni está ni se la espera. Anteayer, la FED aumentó en dos décimas su previsión de crecimiento del PIB de EE UU y mejoró su pronóstico de empleo, y, sin embargo, empeoró la estimación de los precios: avanzarán aún más lentos.

La situación es perversa porque una subida de tipos en la mayor potencia del mundo añadiría inestabilidad a una economía global inestable, con enormes riesgos, nuevos focos atemorizantes como China y sus países proveedores, y con datos inquietantes de desaceleración, y sin que se hayan conjurado aún ninguno de los males que causaron la crisis y tampoco sus efectos destructores.

Pero ligar la revisión de la política monetaria expansiva a la recuperación de los precios al consumo puede ser una apuesta perdedora porque, igual que ocurrió en la larga etapa de euforia de los años 90 y 2000, la fuerzas mundiales desinflacionarias ligadas a la globalización han enmudecido al jilguero de la mina: el IPC ya no es capaz de detectar el grisú y de anticipar el riesgo de explosión. No lo hizo cuando se generaron las inmensas burbujas inmobiliarias y crediticias que estallaron en 2007 y 2008 (la etapa se definió como la de la Gran Moderación) y no lo hace ahora, cuando muchos activos están sobrevalorados, al extremo de que están operando los tipos de interés de mercado negativos, lo que supone el reconocimiento de que tales bienes (que deberían actuar como depósito de valor) valen hoy más que mañana.

Más que inexistente, la inflación -como ocurrió en la etapa de la exuberancia y de la gran expansión del crédito abundante y barato- se está desplazando y agazapando en los activos inmobiliarios y financieros, que no mide el IPC y que no están en el "plan de vuelo" de los bancos centrales, pendientes sólo de la carestía de los bienes y servicios y de los precios del consumo para modular su política monetaria. El error de los años 90 y 2000 puede estar repitiéndose ahora, agravado porque la brecha de riqueza, agigantada con la crisis, y la menor participación de los salarios en el PIB en beneficio de las rentas empresariales y de capital, junto con un trato fiscal más benigno para éstas en detrimento de las del trabajo, están agudizando el desplazamiento de la riqueza hacia las rentas altas, con menos propensión al consumo y mayor a la inversión, donde los precios tampoco se enfrentan a las fuerzas deflacionistas de la competencia internacional de salarios bajos y bienes baratos de la periferia que sí soportan los sectores que mide el IPC.

Los poderosos bancos centrales mantienen su ofensiva para llevar la inflación al 2%. Pero, de momento, van perdiendo.