Las secuelas de la recesión
El fin del decrecimiento por segunda vez en tres años y medio no termina aún con la crisis y obliga a España a mantener el esfuerzo colectivo para asegurar la vuelta a la prosperidad
JAVIER CUARTAS
España acaba de dejar atrás la recesión económica por segunda vez en el plazo de tres años y medio. Lo acaba de diagnosticar el Banco de España y se da por seguro que así lo certificará el Instituto Nacional de Estadística (INE), poniendo fin a 9 trimestres consecutivos de caída de la producción nacional.
Dos recesiones durante seis años de crisis económica es una experiencia de extrema dureza que no se había vivido hasta ahora en tiempos de paz y que ha dejado secuelas devastadoras cuya cura y cauterización aún llevará un largo tiempo.
De las grandes crisis de naturaleza financiera -y ésta lo es- se suele tardar en salir un decenio. Por esto, y porque los datos macroeconómicos arrojan aún incertidumbres y zozobras, que el PIB haya dejado de caer no implica que la crisis haya llegado a su final.
Esto ocurrirá cuando se entre en la senda del crecimiento vigoroso, con creación de empleo abundante, merma significativa de las elevadas tasas de paro, cambio en las percepciones de los agentes externos e internos y restablecimiento de la solvencia nacional: es decir, cuando España recupere credibilidad crediticia y mejore su "rating" porque la movilización de todos sus factores de producción (hoy, a bajo rendimiento) disipe cualquier vestigio de duda sobre la capacidad de pago del conjunto del país para afrontar la inmensa deuda de 2,84 billones de euros que acumulan empresas, ciudadanos y administraciones a consecuencia del ciclo de crecimiento precedente y de los inmensos desequilibrios en los que entonces se incurrió.
El gran esfuerzo nacional ha de cifrarse ahora en conjurar cualquier riesgo potencial, por nimio que parezca, de recaída en el decrecimiento. Ocurrió en 2011 y no debería repetirse. Pero el empeño colectivo ha de concentrarse, además, en evitar a toda costa el cumplimiento de los pronósticos que aventuran la penuria de una larga etapa de estancamiento o de crecimiento ínfimo e insuficiente y que mantenga al país al borde del riesgo de nuevos desastres y con tasas de paro en niveles no muy inferiores de las actuales.
Todas las previsiones -incluidas las del Gobierno- son muy modestas sobre las proyecciones del PIB y del empleo para los próximos años. Y aunque el Ejecutivo viene sosteniendo que, con su reforma laboral de 2012 -que posibilita reducciones salariales unilaterales, más flexibilidad interna y otras medidas liberalizadoras-, será posible crear empleo con tasas de crecimiento del PIB de sólo el 1% -y no del 2% o más, como había ocurrido antes-, el ministro de Economía,Luis de Guindos, admitió en Washington ante la CNN el 10 de octubre que España "precisará un crecimiento del 2% o del 3%para corregir su tasa de paro".
La encuesta de población activa (EPA) que acaba de difundir el INE sobre el tercer trimestre arroja datos positivos e indicadores muy inquietantes.
En plena temporada alta de verano (julio a septiembre) el paro cayó en 28 centésimas, pero, en términos desestacionalizados, el desempleo (aunque menos que otras veces) aún creció en 21. Las fuerzas que debilitan el mercado laboral español siguen, pues, aún latentes y resistiéndose a morir.
La mejora de la ocupación sólo ha sido posible por la contribución del turismo en un verano con récord histórico de visitantes extranjeros, a lo que no ha sido ajena la retirada temporal del mercado de algunos países competidores inmersos en conflictos internos.
Fue el sector servicios y, sobre todo las regiones ligadas a la oferta de sol y playa, los que hicieron posible la tibia mejora de las cifras de desempleo, mientras que el resto de las actividades (la industria, la agricultura y la construcción) prosiguieron su caída. Esto, y que los contratos indefinidos siguen a la baja y sólo aumentan los asalariados con contrato temporal (la temporalidad ha subido al 24,3%), evidencia que la reforma laboral del año pasado no está cumpliendo alguna de sus prometidas finalidades y que España no se acerca, sino que se aleja, del tan reclamado cambio de patrón de crecimiento nacional hacia actividades con mayor valor añadido, mayor calidad en el empleo y más peso industrial.
El auto empleo, que es el otro segmento que mejora, no es un mal indicador pero sólo el tiempo dirá si tiene éxito. En la medida en que en muchos casos se trata de desempleados que han optado por esa vía como única esperanza de volver a generar ingresos (el paro de larga duración sigue creciendo), habrá que esperar un tiempo razonable para constatar cuántos de los nuevos autónomos lograrán consolidarse y sobrevivir en un entorno tan poco favorable como el actual, en el que la demanda interna sigue extremadamente débil y la renta familiar continúa deprimiéndose a causa de la devaluación interna.
Uno de los datos más preocupantes de la EPA es la disociación entre el paro y el empleo. La caída del desempleo no se está traduciendo en un aumento parejo de la ocupación. Esta divergencia, que se hizo muy nítida desde el año pasado, volvió a ponerse de manifiesto en el último trimestre.Mientras la cifra de parados se redujo en 72.800, la de ocupados sólo creció en 39.500. Los 33.300 restantes (el 45,7%) han desaparecido.No están parados pero tampoco ocupados.
Esta caída de la población activa (parados más ocupados) suma ya 370.400 personas durante el último año. Es decir, España, incapaz de que su mercado laboral reinserte a la totalidad de los parados, ha emprendido una fastuosa operación centrífuga de expulsión de mano de obra bien hacia otros países, hacia la jubilación anticipada, hacia las aulas (de aquellos que las habían abandonado de forma prematura) o sencillamente hacia el desistimiento: lo que se denomina "efecto desánimo". Sin esta "centrifugación" del paro, la actual tasa de desempleo sobre población activa (25,98%, la segunda mayor de la OCDE tras la de Grecia) estaría, según las estimaciones, en el 28%.
La caída de la población activa como vía de reducir el paro cuando la creación de empleo es insuficiente comporta riesgos elevados. Y no sólo porque entrañe pérdida de capital humano. Supone pérdida de población en la proporción en la que aumente la emigración y el éxodo, y esto determina reducción del mercado y de la demanda internos y empequeñecimiento de la economía nacional. Pero además también significa que va a haber menos contribuyentes al fisco y menos cotizantes a la Seguridad Social. El desalojo de fuerza laboral acaba erosionando así las bases del consumo privado, de las cuentas públicas y de las pensiones.
El otro hecho relevante es que, pese al aumento de las exportaciones, la ocupación industrial y agraria hayan seguido cayendo y que también lo haga el índice de producción industrial. Y todo ello además cuando el Banco de España viene alertando de una desaceleración en el ritmo exportador español.
El exceso de capacidad instalada heredada de los tiempos de la pujanza productiva y el intento de seguir ganando competitividad mediante ajustes no sólo de salarios sino también de empleo podría estar determinando la paradoja de que sectores susceptibles de beneficiarse de las exportaciones no lideren la mejora del empleo.Y ello incluso aunque en el pasado trimestre el consumo privado nacional tuvo un comportamiento positivo por vez primera con una décima de crecimiento, a lo que quizá haya contribuido la bonanza del turismo extranjero en España.
Que España sea capaz de adentrarse a partir de ahora por la senda de la recuperación nítida y del ciclo virtuoso va a depender de la gestión propia de los importantes desequilibrios acumulados y de las circunstancias internacionales, sometidas a no pocas incógnitas: el calendario y ritmo de retirada de estímulos monetarios excepcionales por parte de EE UU, la renegociación en febrero en ese mismo país del techo de su deuda pública, los efectos sobre el tipo de cambio del euro y del dólar, la evolución de los países emergentes tras algunos síntomas de su posible agotamiento, el control de la inflación en China, la eventualidad de nuevos rescates a Portugal y Grecia, los resultados de la próxima prueba de resistencia de la banca europea y otras circunstancias globales.
Y a todo ello se suma que algunos problemas propios se han agigantado entre la primera recesión y la segunda, como corresponde a los inevitables destrozos acumulados por los embates que han supuesto ambas etapas críticas (más profunda la primera, pero más larga la segunda) para la economía nacional.
En la superación de ambas recesiones España no se ha comportado de modo muy diferente. En ambos casos -con el Gobierno de Zapatero (PSOE), en la primera (segundo trimestre de 2010), y con el Gobierno de Rajoy (PP), en la segunda (tercer trimestre de 2013)-, España salió del decrecimiento un trimestre más tarde que la media europea, con un crecimiento intertrimestral del PIB de una décima (0,1%) y sin haber pedido el rescate integral de la economía española, aunque en el segundo caso sí ha habido un rescate parcial (el del sistema financiero) con la consiguiente llegada de la "Troika"(UE, BCE yFMI) y de sus "hombres de negro", como los bautizó el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, cuando dio por sentado (junio de 2012) que no vendrían a España.
La comparativa entre la situación española de hoy y la del segundo trimestre de 2010 -cuando España superó el primer desfondamiento recesivo- arroja algunos datos mejores que entonces: mayor saneamiento y reestructuración del sistema bancario, reducción ligeramente mayor del desempleo en tasa interanual respecto al mismo periodo del año precedente, aumento de la llegada de turistas, reducción del 14% del elevadísimo endeudamiento privado y aumento de las ventas al exterior de casi el 30% en valor económico en los tres años y medio transcurridos.
Por el contrario, el resto de los indicadores manifiestan una posición mucho más débil hoy que entonces, como es propio de un periodo tan largo de convalecencia.
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