Hay una cosa peor que un sueño, y es una pesadilla. Se antoja que solo la obsesión ha podido acabar con lo que durante años pareció ser solo una dedicación abnegada. Manuel Fernández de Sousa-Faro (Mérida, 1951) vive las horas pensando, despejando incógnitas y creándose unas nuevas. Intentando encontrar en su cabeza "lo que no va a encontrar nunca: una explicación de quién está detrás de todo lo que le está pasando". El hijo de José Fernández López, el empresario que se inventó el pescado congelado, ya no es presidente de Pescanova. Y es verdad que Manuel, Manolo, no concibe la compañía sin él. Sus coetáneos tampoco. "No le he conocido ninguna pasión, nada que le resultara especial. (Largo silencio) Sí, solo Pescanova", ratifica una persona que lo conoce muy bien: "Es una persona inteligente, pero más listo. Es solitario". Una personalidad moldeada en una infancia callada a la sombra de un padre ocupado y una madre recta. "Don José no sabía hacer otra cosa más que trabajar", asegura un amigo de la familia. El niño Manuel es hoy un Fernández de Sousa "hipertímido", cerrado, y es precismente esa timidez la que explica muchas cosas. "Es implacable", coinciden personas de dentro y fuera de la empresa. "Si toma una decisión, no hay la más mínima posibilidad de contradecirlo". Nunca actúa de forma irracional o alocada. Se le puede adivinar en la mirada, azul y distante, que analiza todo lo que dice, pero piensa más allá de lo que cuenta. "Ha censurado más con su silencio que con sus gritos, nunca se los he escuchado", ilustran.

Es difícil acercarse a la personalidad del ya expresidente de Pescanova. Juega al pádel, le gusta la vela, se aficionó a los caballos -atraído por la pasión de su hijo Ignacio- y colecciona pintura valiosa y antigüedades. Usa un reloj discreto, no es vanidoso, mucho menos ostentoso, y ha demostrado tener poder y saber usarlo durante muchos años. "Lo estaba escuchando una vez y me di cuenta de que no tenía ningún interés en ganar dinero, no estaba movido por la rentabilidad", explica una persona que formó parte del consejo. "Supe que tendría problemas en ese instante", añade. ¿Personales o en la empresa? "En ambos sentidos". De ideología conservadora, rodeado de fondos de inversión en su compañía y con una televisión en su despacho que le vomitaba datos bursátiles al minuto, "él quería ser reconocido por haber creado lo más grande. Malgastó dinero cuando creyó que se podía malgastar, pero ahora hay que devolverlo", prosigue la misma fuente

Ni un paso atrás

"Es una persona de blanco y negro, no hay grises ni matices para él ni en su vida ni en su trabajo, que casi son la misma cosa". Su "escaso sentido del arrepentimiento y de revisión de las decisiones tomadas" explica, por ejemplo, que nunca haya reconducido su mala relación con su hermano José María (presidente de Zeltia, cuya creación se le atribuye erróneamente a José Fernández. Él la compró con la mediación de Valentín Paz-Andrade, pero la fundó Ramón Obella) o su madre. "Trabaja y piensa a la defensiva". Y nunca da un paso atrás. "Por eso" se fue a Mira, en Portugal, a construir la mayor piscifactoría del mundo después de que su gran proyecto para cultivar rodaballo en Touriñán fuese paralizado por el bipartito. "No muestra consideración por aspectos ecológicos o medioambientales. Son cuestiones muy menores." La empresa es el fin y sus medios. Por esto tampoco perdonará a Emilio Pérez Touriño.

"No es una mala persona, nunca se ha quedado con nada de Pescanova. No habría podido", resume un antiguo amigo. En el libro Galicia SL, de Manuel Rúa y Daniel Romero, quien fue durante años consejero-delegado de la empresa, Alfonso Paz-Andrade, dejaba ver ya cuál era su estrategia. "Fue el hombre que renovó la administración de la empresa, implantando un nuevo modelo de ingeniería financiera", dijo el hoy consejero de Pescanova, enemistado públicamente con el expresidente y que abandonó su cargo en 2007 con fuertes críticas al endeudamiento desmedido de la empresa para llevar a cabo proyectos como el de la planta de rodaballo. "Tiene muy pocos amigos, y nunca son grandes empresarios o banqueros", reconoce un político. Ni siquiera José Luis Méndez, exdirector general de Caixa Galicia. "Fue su aliado, su socio; les unía el interés, no la amistad". Sin embargo, sí tenía una extraordinaria relación con Manuel Fraga porque éste último era amigo de su padre, y esa relación la heredó y la mimó. Un exconsejero, ahora rebelde, también profesaba "gran cariño" por Don José. Pero Antonio Basagoiti, presidente de Banesto, lo ha abandonado también. Como Jesús García, como García Calvo (Pochi), hijo del exdirector de Personal de Pescanova y que desapareció de la empresa en cuanto se entregó a la Ley Concursal en marzo.

La ausencia del gris en la personalidad de Sousa deriva en cierto maniqueísmo, una obsesión que le persigue y estalla cualquier instante de calma en la cabeza del empresario, del líder del gigante pesquero español. "Tiene un punto de paranoia" o "es cautivo de las teorías de conspiración" son algunas de las frases que conocidos suyos dicen de él. "Es tan desconfiado que se traduce en cierta neurosis", una obsesión que no es capaz de diluir. "Te escucha y está pensando qué hay detrás de lo que estás diciendo". Por eso, quizás, pasa de la euforia al desánimo y de la tristeza al éxtasis varias veces al día.

La cúpula de Pescanova era doble: "Los que trataban directamente con él y los que no. Su relación con Antonio Táboas Moure o Joaquín Viña Tamargo era buena, sólida, pero no con César Real ni con su hijo Pablo. "No era cómplice con él en la empresa, uno más simplemente". "Yo vi temor en algunos trabajadores", aunque Manuel Fernández no levanta la voz jamás. Siempre educado, habla con autoridad. "Cuando toma una decisión se asegura de disponer de todos los recursos" para llevarla a cabo.

Manuel Fernández solo es Manuel Fernández cuando está en un escenario que controla: su despacho, su casa, de acceso a un puñado de escasos amigos. El resto del tiempo es solo la hoja de cálculos de Pescanova, donde dos y dos deberán sumar el número que Pescanova necesite. Tiene de la empresa una concepción "superlativa", la misma que de él en la compañía. "Nunca conseguí tener una conversación con él de cinco minutos sobre un libro, una película". Quizás no le importa o no era la persona adecuada.

El tímido Manuel es siempre directo, implacable, luchador. Dará la batalla hasta el final porque no cree haberla perdido todavía. Se encomendará a sí mismo -no echa mano de Dios en exceso, aunque sí es creyente- y a su resistencia. Porque, como siempre dice, Pescanova ha pasado por otras pesadillas peores. La de ahora probablemente sea en su cabeza el fruto de una gran "conspiración".