Las políticas de estímulo y gasto público de 2008 y 2009, tan denostadas entonces y ahora, permitieron a Europa y a España salir, entre finales de 2009 y el primer trimestre de 2010, de la que ya se conoce como "la Gran Recesión" y recuperar la senda de crecimiento aunque fuese a tasas muy leves e insuficientes todavía para detener la destrucción de empleo.

Ahora, las medidas de ajuste y de intenso recorte fiscal que fueron tan reclamadas en el primer bienio de la crisis y que acabaron siendo impuestas en todos los países de la UE a partir fundamentalmente de mayo de 2010 como consecuencia del "engaño griego" nos han abocado a lo que ya parece inevitable: la segunda recesión ya está aquí.

El Gobierno de Rajoy admitió el 2 de marzo que, tal y como habían anunciado Funcas y FMI, la economía española retrocederá este año el 1,7%. Será la mayor caída del PIB nacional desde 2009. En 2010 España apenas había cedido una décima y el año pasado el PIB nacional creció el 0,7%.

Será además la primera vez en 80 años que la economía recaiga tan rápido en una segunda recesión.

Que un medicamento cure o mate depende de la dosis. Y las políticas de ajuste, austeridad, recortes y contención extrema del gasto públicas, que se postularon en España como una disciplina virtuosa e imprescindible para salir de la crisis, y de cuya tesis Alemania es abanderada, han acabado por precipitar el nuevo desfondamiento que debería haber sido esperable.

El 20 de febrero, doce gobiernos –entre ellos, el de Mariano Rajoy– pidieron a la UE que reconsidere el rigor de los recortes fiscales y que flexibilice los ritmos e intensidad del ajuste de los déficits públicos.

En un contexto de hundimiento de la demanda interna (mucho más en España a causa del fortísimo endeudamiento privado, cifrado en dos billones de euros) y de flaqueza de la demanda exterior, forzar de modo simultáneo una contracción de la demanda pública (gasto e inversión) solo puede conducir a la recaída en la crisis.

Esto ya se vivió en EE UU durante la Gran Depresión. Hacer ajuste fiscal cuando el déficit estaba creciendo fue, junto con las medidas proteccionistas adoptadas entonces para intentar salir de la crisis, lo que convirtió la recesión originada por el "crack" de 1929 en una depresión. Es lo que se conoce como "el error del presidente Herbert Hoover".

La llegada de Franklin Delano Roosevelt a la Casa Blanca cambió la terapia. Roosevelt aplicó desde 1933 una política expansiva y anticíclica (el "New Deal") típicamente keynesiana. Cuatro años más tarde, el aumento del gasto público disuadió a Roosevelt de seguir por ese camino (lo mismo que Europa desde 2010) y eso llevó a EE UU a una segunda recesión, que arrancó en 1937-1938 y que generó más paro y más problemas.

EE UU no salió de esta trampa hasta que la II Guerra Mundial hizo las veces de una política keynesiana de descomunales proporciones en la medida en que la entrada en combate del país forzó el aumento del gasto en armamento, avituallamiento y suministros para las tropas y el Estado generó la demanda pública que permitió a las fábricas restablecer su actividad. Los años 40 abrieron una senda de prosperidad que ya no tuvo mayores contratiempos hasta la primera crisis del petróleo de 1973.

La evidencia es que solo con medidas de estímulo que favorezcan la recuperación del PIB se saldrá del círculo vicioso y se podrá restablecer el ciclo virtuoso de la economía. Los ajustes no generarán actividad. Es más, lo previsible es que la receta ortodoxa de ajustar el gasto público cuando aún no se han recuperado ni la demanda privada interna ni la externa aboque al área económica a una espiral viciosa: los recortes del déficit propician nuevas caídas del PIB, la reducción de la actividad determina menores ingresos fiscales, el descenso de la recaudación tributaria engendra más déficit, esto obliga a nuevos ajustes y vuelta a empezar.

La creencia de que el ajuste fiscal genera empleo parte de la premisa de que el sector privado no actúa porque le falta crédito bancario en la medida en que la elevada deuda pública le sustrae financiación. Pero, con independencia de la restricción crediticia, lo que frena la actividad es la falta de demanda. Y no hay demanda porque hay 5 millones de parados y porque las familias españolas adeudan 900.000 millones y las empresas, 1,1 billones. Y porque el saldo exterior español está mejorando mucho más por la caída de las importaciones que por el aumento de las exportaciones.

Con ese empacho de deuda privada, de poco servirá que el Estado demande menos financiación al mercado. Con una morosidad al alza (casi el 8%), la banca se resiste a asumir más riesgo. Pero además la banca española y europea tiene que recapitalizarse y provisionar, luego el crédito no va a aumentar. Y más cuando el brutal endeudamiento privado español con el exterior no facilita captar recursos fuera. solo este año la banca española tiene que devolver al exterior 163.000 millones.

Esta dinámica es devoradora. Y más cuando lo que determina el nivel de incumplimiento de los objetivos de déficit y deuda del Estado no es la cifra absoluta, sino su peso relativo respecto al producto interior bruto (PIB). De modo que de nada sirve reducir el déficit si eso conlleva una caída pareja del PIB, y aún peor si la actividad económica retrocede con mayor intensidad que el descubierto presupuestario.

El paradigma griego

Grecia es un caso paradigmático. Cuando estalló la crisis, Grecia tenía una deuda pública equivalente al 120% de su PIB. Tras la aplicación de durísimos planes sucesivos de ajuste fiscal, recortes sociales, contención del gasto y renuncia a inversiones públicas, su endeudamiento escaló hasta el insoportable 160% del PIB porque la terapia acabó adelgazando de forma vertiginosa la actividad productiva.

En el caso de España, los ajustes de 2010 y 2011, coincidentes con los de aquellos otros países a los que exporta de modo preponderante la economía española, determinaron la actual recaída del PIB. Y la nueva recesión ya augura un drástico desvanecimiento de los ingresos tributarios, lo que obligará a elevar el ajuste fiscal. Con un retroceso esperado del 1,7% del PIB, la recaudación tributaria podría menguar en unos 17.000 millones.

Y el componente capital del déficit español desde 2008 no ha sido, en contra de lo que se dice, el dispendio súbito y manirroto de las administraciones públicas, sino un hundimiento feroz de los ingresos fiscales junto con un gasto descomunal en cobertura del desempleo (unos 33.000 millones anuales) a causa del desplome de la actividad. La recaudación tributaria por IRPF, sociedades, IVA e impuestos especiales se hundió en España de los 200.676 millones de 2007 a unos 152.000 en 2011.

Frente a la obsesión por los recortes, el objetivo capital debería ser generar más actividad y eso precisa medidas de estímulo. Si EE UU ha conseguido mantener cierto pulso, aún débil, y generar algo de empleo neto es porque ha perseverado en las políticas expansivas frente a las recetas contractivas europeas.